REPORTAJE
Ya no nos dejan chupar como antes, reclaman los maistros
Día de la Santa Cruz, de fiesta religiosa a gran comelitona, pero sin cruda
JUAN JOSE OLIVARES ESPECIAL
Hoy, como todos los años, se celebra el Día de la Santa Cruz, mejor conocido y adoptado como el día de los trabajadores de la construcción, los cuales rinden pleitesía a la que los protegerá en el ciclo que dure la obra, así como para la perduración de ésta.
Se dice que este fue el día de la recuperación de la Santa Cruz obtenida en el año 614 por el emperador Heraclio, quien la logró rescatar de los persas que se la habían robado de Jerusalén. Al llegar de nuevo la Santa Cruz a Tierra Santa, el emperador dispuso acompañarla en solemne procesión, pero vestido con todos los lujosos ornamentos reales; de pronto se dio cuenta que no era capaz de avanzar. Entonces el arzobispo de Jerusalén, Zacarías, le dijo: "Es que todo ese lujo de vestidos que lleva, están en desacuerdo con el aspecto humilde y doloroso de Cristo, cuando iba cargando la cruz por estas calles". Entonces, el emperador se despojó de su manto de lujo y de su corona de oro y, descalzo, empezó a recorrer así las calles y pudo seguir en la piadosa procesión.
La Santa Cruz fue partida en varios pedazos. Uno fue llevado a Roma, otro a Constantinopla, un tercero se dejó en un hermoso cofre de plata en Jerusalén. Otro se partió en pequeñísimas astillas para repartirlas en diversas iglesias del mundo entero, que se llamaron Veracruz (verdadera cruz), lugar por donde primero llegaron los españoles y que fue bautizado con ese nombre.
También se considera que se le da la importancia a este día porque fue cuando Hernán Cortés desembarcó en la Bahía de la Cruz, nombre otorgado por el mismo Cortés. Hoy se conoce como La Paz, Baja California. A partir de ese momento y en toda la colonización, lo primeros constructores españoles de conventos, monasterios, iglesias y capillas aludían al cristiano símbolo: la cruz, para que se erigieran estos edificios. Por tal motivo dedicaron este día a la Santa Cruz, y los primeros trabajadores, todos indígenas, le rindieron culto para su protección en el momento de su labor y para la preservación del monumento.
''Nos la llevamos tranquila... ni modo de chambear crudos''
Pero la realidad es que el aniversario, los trabajadores de la pala y la cuchara lo han hecho íntegramente suyo. (¡Pásame la calidra!)
El festejo comienza cuando los albañiles llevan una cruz (por lo regular de madera y adornada con listones) hecha por ellos mismos a alguna iglesia cercana para que sea bendecida. En otros casos, los mismos párrocos son los que visitan el lugar de construcción para bendecirla "y que nos protega y cuide para siempre lo construido", dicen los empolvados trabajadores.
Luego de la celebración religiosa, que algunos ya no les importa, pues lo que quieren es echarse un trago y comer, viene el festejo. Existen desde las comelitonas de alto grado como las que se dan en las grandes obras, hasta las pequeñas, como en la que labora el maestro Dolores, encargado de una obra allá por el rumbo de Patriotismo.
Dolores (¿más mezcla, maestro?) dice que cada año es diferente, dependiendo del dueño de la obra, ya que afirma "hay algunos que son más codos que otros. A veces nomás nos hacen la tradicional comida de chicharrón (¡lánzate por el pápalo!), o a veces hasta carnitas y barbacoa. Pero lo malo es que ya no nos dejan chupar como antes". (¡Ira, vienes bien crudote ¿verdá?).
Otro trabajador de la misma obra, Pancho, que por cierto espera a que pase cualquier chica para lanzarle piropos, (¡hasta casa te pongo!) comentó que muchos esperan este día para descansar, pero que ya no era como antes, un "día especial, porque nos daban gratis comida y chupe. Hay veces que nos dan medio día o todo entero (sic). Mañana no sé que nos darán, pero en otros años nos traían de todo: chelas, brandy y pulque. Los viejos tomaban pulque, pero a los chavos ya no nos gusta tanto".
Pancho no cree que sea un día de total china libre: "ni tanto, porque uno tiene, al otro día, que venir a trabajar, y ni modo que estés chambeando crudo o desvelado. Ya mejor nos la llevamos tranquila".
De visita en otra construcción, el residente de obra, Heriberto González, argumenta: ''esta tradición la usan los albañiles para dar las gracias, para que les vaya bien en el trabajo y para que no sufran accidentes, aparte que es el día que por obligación y tradición se toman, pase lo que pase".
González dijo que en esta construcción trabajarán medio día, comerán y luego a descansar, porque en ésta como en otras obras, ya les prohiben tomar bebidas embriagantes. "Es por el bien de todos. Si toman puede que al otro día no vengan a trabajar; se les ofrece una buena comida y refrescos".
Este encargado dijo que en 12 años no le ha tocado ningún megareventón, pero que ha escuchado comentarios de compañeros de que algunos patrones echan la casa por la ventana para sus chambeadores.
En todos los casos la cuenta de la comida y la bebida corre a cuenta del patrón. Hay algunas asociaciones de trabajadores de la construcción que se juntan para organizar grandes ágapes, donde lo que sobra es el chupe y la comida, sin olvidar que hasta contratan a grupos musicales para amenizar el reventón. En la celebración le entran todos, desde el director de obra, el superintendente, el residente, el maestro, los oficiales, los media cuchara (medio oficiales) y los peones.
Pulque, bebida nacional en peligro de extinción
La bebida que se utilizaba para el festejo, básicamente por lo económico de su precio (12 pesos el litro) es el pulque: "bebida nacional en peligro de extinción", que era lo que le daba el toque a la fiesta, como lo comentó Víctor Ramírez, encargado de la tradicional pulcata La Pirata (que tiene alrededor de 60 años y por la cual han pasado algunas personalidades "que no te digo porque luego me la hacen de emoción").
"Ahora, las nuevas generaciones de albañiles ya no acostumbran tomar pulque. Así como se están extinguiendo la gente que le gusta el pulque y los magueyes en el campo, así se está acabando la tradición de que los trabajadores de la cuchara consuman el líquido. Antes, el ir a las pulquerías era todo una feria, un carnaval", afirma el señor Ramírez en medio de un desmadre general y ruidos de cristalazos de las jarras de a litro.
Agrega: ''Todo mundo estaba esperando el día de la Santa Cruz para hacer su barbacoa y aventarse sus pulmones; venían por los barriles de pulque, de curado, era una feria, eso ya se acabó. Lo toman esporádicamentre y por curiosidad, no les agrade sentir lo baboso. Ahora la juventud ya nomás le hace a la coca, porque hasta la mota pasó de moda.
''Ese día los pinches macuarros se bañaban, se ponían chidos, llevaban a sus esposas, a sus novias. Todo eso ya degeneró. Ahora pocas son las obras, y pocas son las gentes que siguen con la tradición del pulque. Ahora prefieren darles el día y mandarlos a... comer a su casa".
Ramírez dice que ya no hay pedidos como en otros años. "La crucita ya no es para el pulque".
El pulque, una bebida prehispánica que unía a los mexicas con los dioses, ahora desciende de las alturas divinas para situarse en los niveles terrenales del olvido. La popular bebida, mexicana por excelencia, está en su peor momento, a pesar de ser uno de los símbolos emblemáticos de la Revolución Mexicana. En Hidalgo, donde se produce 75 por ciento de la bebida, existían en 1950 más de 22 haciendas pulqueras y 176 tinacales. Casi 50 años después, no hay una sola hacienda y sólo existen seis tinacales. De 15 millones de magueyes plantados en 1970, ahora sólo se plantaron 2 millones. De una producción de 470 mil litros mensuales de pulque en 1972, ahora en el tinacal más grande se venden 7 mil 630 litros semanales.
Estas cifras son la muestras de la decadencia no sólo de una bebida tradicional, sino de toda una cultura popular, que se reflejaba por ejemplo, en la fiesta de la crucita, donde la esencia del festín macuarro, la daba la miel de los dioses.
Según la nutrióloga Concepción Márquez Maldonado, "el pulque no alimenta, pues no alcanza los requerimientos básicos, pero sí contiene elementos nutritivos que ninguna otra bebida posee" (La Jornada, 03-12-99). Así es que los trabajadores de la construcción han dejado de percibir esos "elementos" que quizá les daban el extra.
Lo encontró Isidro, el peón de quince años que cargando un bote de mezcla, arrastrando una carretilla, enrollando la manguera, corriendo a traer un refresco, recogiendo las palas, buscando el bote de clavos, regresando a la bodega, aparecía y desaparecía como un fantasma urgido por los gritos de Jacinto. Apúrate-apúrate-apúrate-apúrate-apúrate. Tropezaba en el andamio:
-Bruto.
Al tratar de conservar el equilibrio soltaba el bote de mezcla:
-Imbécil.
La mezcla se derramaba en las vigas y goteaba al suelo:
-Pendejo.
Reían los albañiles y reía don Jesús.
-Pero lo que pasa es que yo no me río de ti igual que ellos, me río de lo chistoso del azotón que diste, nada más. Ahí está la diferencia? le decía a las ocho de la noche, cuando ya solos los dos, el viejo se disponía a continuar relatando cómo fue que a la edad de quince años empezó a trabajar en las minas de Zacatecas.
Alumbrado por la pequeña fogata su rostro ya no parecía, como a las once de la mañana, el rostro de un loco, a pesar de que le temblaban las manos, pero podía ser por el frío, era por el frío, y don Jesús se frotaba las manos mientras volvía con lo mismo: que en Salvatierra vivió en una casa grande, casa propia, hijo de su padre que era a un tiempo padre suyo y dueño de media Salvatierra; hasta que a su padre lo mataron una noche, cuando regresaba de Querétaro: la cabeza rajada de un machetazo, el machete encajado en su panza inflada de pulque...
Así comienza Los albañiles, de Vicente Leñero, novela editada por primera vez en 1964.