JUEVES Ť 3 Ť MAYO Ť 2001

Emilio Pradilla Cobos

De la reforma urbana a la política unidimensional

En los años 60 y 70, en pleno proceso de industrialización, descomposición del campo y urbanización, los intelectuales y políticos críticos de las izquierdas latinoamericanas postulaban la necesidad de una reforma urbana radical, que junto con la postergada reforma agraria formaban los ejes para enfrentar los estragos sociales del desarrollo capitalista "dependiente". 40 años después todavía hablamos en algunos países de la defensa de la reforma agraria existente ante los embates neoliberales; pero, a pesar del avance cuantitativo de la urbanización y del desarrollo de formas urbanas complejas, como son las metrópolis y megalópolis, poco se discute en las izquierdas sobre el tema, su complejidad y sus implicaciones políticas y de política pública.

Hace cuatro décadas estaba claro que las contradicciones y problemas rurales y urbanos eran la expresión territorial de la naturaleza del capitalismo, entonces en su fase intervencionista. Hoy se ignora esta determinación y se asigna la responsabilidad de todos los males sociales al neoliberalismo; ante el abandono de la lucha anticapitalista, se cree que se podrán resolver los problemas urbanos mediante intervenciones estatales más o menos amplias, que finalmente no afectan al neoliberalismo ni al capitalismo. El resultado en lo ideológico y lo práctico (gobiernos locales o nacionales de izquierda) es que la política sucumbe ante las relaciones capitalistas --sin apellido--, su mercado, sus rentas del suelo, su lógica de la ganancia y sus relaciones de poder. No le hacemos ni cosquillas al elefante.

En aras del pragmatismo de lo posible, buscamos explicaciones y soluciones unidimensionales (demográficas, ecológicas, tecnológicas, comunicacionales) que pronto naufragan en la complejidad de las estructuras, relaciones e intereses que coexisten conflictivamente en las grandes urbes; la mayoría de las veces olvidamos que lo que construye la ciudad y determina su organización, funcionamiento y problemas es la actividad de la gente, organizada en clases sociales (aunque se molesten algunos) por las relaciones capitalistas.

Son las relaciones económicas, sociales, políticas y culturales, y los intereses que anudan, las que determinan cómo se estructuran, construyen y destruyen, funcionan, operan los conflictos y cómo podrían resolverse o mitigarse los problemas de las grandes concentraciones urbanas y de las regiones como estructuras subordinadas.

El Estado nacional y los locales, aparentemente omnipresentes, pero realmente débiles en el capitalismo --con cualquier apellido--, frente a los grandes poderes trasnacionales son aún más vulnerables en la variante neoliberal salvaje y se enfrentan a las redes estructurales de poderes locales, nacionales y trasnacionales con instrumentos de utilería.

Si la izquierda quiere ser una alternativa de poder político para los oprimidos y explotados de la ciudad, si no quiere actuar a la manera socialdemócrata, como administradora de la crisis del capitalismo y sus territorios, tendría que reflexionar nuevamente en la complejidad urbana y, con espíritu abierto, sin dogmas (que en nuestros días dejaron de ser globales para convertirse en unidimensionales), llegar a un proyecto de sociedad dominantemente urbana, que sea democrático, incluyente, respetuoso de las diferencias y con contenido social, es decir, de clase, y articular las fuerzas sociales para sustentar su base política y construir los instrumentos apropiados para su aplicación desde el gobierno, sin que la trama estructural lo maniate y termine por engullir sus propios objetivos.

Este proyecto no puede ser unilateral, unidireccional ni fragmentario. Anclado en las fuerzas sociales a las que quiere representar, debe dar respuesta a todos los componentes de la estructura urbano-regional, a todos los integrantes del tejido social urbano, a todas las formas de organización y participación, a todas las diferencias, porque todos ellos son fuerzas sociopolíticas actuantes y en juego. En este campo, las izquierdas tienen que ser globalizantes. Para esa reflexión cuentan con la teoría, la inteligencia y la razón que desde hace tiempo han estado del lado de la izquierda, ante el pragmatismo de los intereses dominantes de la derecha, aunque a veces se olvida.

El debate sobre el tema debe ser democrático y permanente, no de actos o congresos periódicos; y en él no caben las verdades cerradas y unidimensionales. Parece difícil, pero habría que intentarlo. La lucha electoral interna y externa deja poco tiempo a los partidos para la reflexión; los gobiernos viven en la coyuntura, aunque hablen del largo plazo; la sociedad y sus organizaciones tienen libertad para debatir y criticar; los partidos y gobiernos de izquierda tendrían que juntar sus voces en el debate, y oír las de otros, pues de lo contrario sus discursos pueden terminar como hostigantes monólogos para el autoconsumo.