JUEVES Ť 3 Ť MAYO Ť 2001

Olga Harmony

Hace ya tanto tiempo

Cuando se comenta que nunca segundas partes fueron buenas, alguien sale siempre mencionando El Quijote. Pero en fin, yo me alegro de que Vicente Leñero regrese a la dramaturgia, aunque me hubiera gustado que dejara intacta esa joyita del teatro naturalista que era -y es hoy la primera parte- Hace ya tanto tiempo, en que la historia de los dos ancianos que se reencuentran permitía un pequeño atisbo de un momento de su vida, sin mayores explicaciones de sus actos presentes y pasados y dejaba a los espectadores tejer en su imaginación una vieja y nostálgica historia de lo ocurrido 37 años antes. A lo mejor, porque cuando la vi en la Casa del Teatro yo me conté una historia diferente a la que propone el autor.

Esta segunda parte nos muestra a los personajes como jóvenes maduros, enamorados, y la razón de su ruptura. Me cambió el juego. Yo había imaginado que el hombre era un viejo tan egoísta, y que así lo fue siempre, que esperaba que la mujer reanudara una relación apagada hacía más de tres décadas, por la simple razón de su presencia. Por supuesto, le eché toda la culpa. Me encuentro que no, que era un hombre sencillo y bueno, enamorado, torpe e ignorante. Y aunque entiendo los motivos que tuvo ella para la ruptura -y máxime en los albores de los años sesenta, en que irrumpió entre nosotros con toda su fuerza el feminismo- y que no escribiré para no matar la historia a los posibles lectores que aún no la haya visto, su personaje me gustaba más de vieja que de joven.

Me pareció muy antipática su actitud de estar siempre examinando al amante en cuestiones de arte, como para demostrar siempre su superioridad. Pienso que si una mujer se enamora de un hombre inculto, no tiene por qué alardear siempre de sus conocimientos hasta todos los extremos. Sigue siendo un misterio la relación de esos dos seres tan dispares, aunque la mujer, al envejecer, depuso su altanería, quizá porque tuvo una vida tal y como la deseaba y él es ya un hombre derrotado por los años y la vida, a lo mejor un alcohólico irredento, un pobre viejo como fue un pobre hombre.

En esta ocasión, para la primera parte la mujer ya no la encarna Raquel Seoane, sino Silvia Caos quien, a pesar de tener una tesitura diferente a la actriz uruguaya, logra una Anciana fuerte y verosímil. Ignacio Retes sigue haciendo el papel del Anciano con la misma emocionante gracia de la vez primera y tanto su trazo como la escenografía de Flavia Hevia y Enrique Enríquez se mantienen exactas en esta primera parte a pesar del cambio de escenario, a excepción, si mal no recuerdo, de que los muebles están cubiertos por unas fundas que antes no existían y que harán, ahora, el contraste con la segunda parte.

Con las fundas han desaparecido algunos detalles, como es el rimero de revistas junto al escritorio y otros, que son sustituidos por algunos implementos. Se entiende que no haya mayores cambios porque parte del modo de ser de la mujer, ya vieja, es el amor por la casa materna y sus objetos, aun los que de joven encontrara cursis. Eugenia Leñero representa ahora a la mujer, siempre segura de sí misma e igualmente lejana, aunque existe un toque mayor de frialdad en sus modales que Eugenia ofrece sin exagerarla. Antonio Crestani (a mi parecer de aspecto demasiado joven para convertirse, 37 años después, en el viejo que hace Retes), es el joven ingenuo y buena persona, pero que no ha logrado ''ver'' a su amada tal como es ella y que la imagina con intereses muy diferentes a los que en realidad tiene. Crestani por momentos, maneja algunos gestos tomados del maestro, que logra aquí también un trazo fluido y muy inteligente.