JUEVES Ť 3 Ť MAYO Ť 2001
Ť Inquisición. Instrumentos de tortura y pena capital se exhibe en el Palacio de Minería
Muestra exposición la pesadilla de disidentes, herejes y alquimistas
Ť La lista de procedimientos revela lo ilimitado del ingenio humano para infligir el mal
Ť Las piezas únicas de los siglos XVI y XVII pertenecen a un consorcio europeo-estadunidense
JAIME WHALEY
La fría y lluviosa tarde pareció ahuyentar a los visitantes de la lóbrega sala del Palacio de Minería en donde se presenta la tétrica exposición Inquisición. Instrumentos de tortura y pena capital, una insólita colección que pinta la pesadilla que sufrieron miles de mujeres y hombres, calificados como disidentes, apóstatas, herejes, judíos, brujas, brujos, alquimistas u otro concepto que no fuera del agrado del clero y la inquisición.
Piezas únicas de los siglos XVI y XVII que pertenecen a un consorcio de 18 propietarios europeos y tres estadunidenses, quienes lejos de "obscuros deseos, les han llegado por herencia o por compras casuales. Objetos, que aunque repugnan, son testimonios históricos que deben conservarse y mejor aún, utilizarse para fines sociales positivos", dice el texto de presentación del Museo Inquisición, promotor de la exposición.
Instrumentos con los que se hacía justicia, (Ƒdivina?, Ƒhumana?) allá en aquellos años en el civilizado continente, y con cuya muestra, irónicamente se pretende, ilustrar al público actual sobre la tortura, infamante muesca que la Iglesia católica lleva ya por secula seculorum.
Violones, máscaras para escarnio, látigos de cadena, para desollar, tóneles llenos de estiércol, el garrote vil, instrumento utilizado por última vez hace relativamente pocos años, en el 75 del siglo pasado cuando Franco aún era el soberano en España.
Tortura antigua, vil y despiadada, la utilizada por la Inquisición, cuyo mayor poder consistía "en introducirse en la vida de cualquier hombre, mujer y niño y apagarla con sangre y fuego, sin otro motivo que el placer de un loco que posee el poder de hacerlo", indica una de las guías ilustrativas de este bacanal de horror y gritos sordos.
El castigo más leve
Las carretillas para los trabajos forzados es aparentemente de los castigos más leves, salvo que ataban al reo de por vida a la caja con ruedas. La trenza de paja con la que se señalaba a las mujeres que quedaban embarazadas antes de casarse o un collar con el que se ataba a aquellos maridos o no, que se dedicaban al juego de naipes y dados, y de pilón fumaban, con lo que se colige que de esa forma se gastaban el salario, en tanto que la familia, bien gracias.
La no menos repugnante pera oral, rectal y vaginal, práctica con la que eran castigadas las doncellas y que se introducía y abría paulatinamente en esos orificios. Para ellos, estaba el potro arranca testículos, silla de madera que al cabo de un tiempo de montarla producía gangrena en nalgas y escroto.
Antecedente de la silla eléctrica fue la silla con pinchos, salvo que en esta última a los herejes y hebreos se les sometía a interrogatorios. Cinturones de castidad, que la creencia popular da su aplicación a asegurar la fidelidad de la mujer ante las largas o cortas ausencias del marido, pero que estudios le atribuyen un uso inclusive de seguridad por parte de las mujeres mismas que se lo aplicaban cuando sus pueblos eran invadidos por los ejércitos. Hay además un modelo francés ornamentado en metal con las cintas de cuero y terciopelo, con sus dos obligadas aberturas, la de atrás en forma de estrella -y humor negro y escatológico sería indagar si el churro evacuado saldría con esa forma.
Macabro espectáculo reproducido en los cuadros de época, en los que puede observarse el descuartizamiento, cuando el sujeto es jalado de sus cuatro extremidades por igual número de caballos.
Instrumentos de pena capital como el pavoroso aplasta cabezas, que prácticamente no requiere de explicación alguna, o la filosa guillotina, que preside en el patio que antecede a las salas de exhibición. Aparato que trajo la igualdad -uno de los postulados en aquella lucha fraticida- entre los plebeyos y la realeza en la Revolución Francesa.
La lista de procedimientos que demuestran lo ilimitado del ingenio humano para infligir el mal es amplia. El camino que se recorre para observar los tormentos por las tres salas del Palacio de Minería, parece infinita, pero por alguna razón se puede dejar de ver y leer las fichas de los instrumentos e ilustraciones que ahí se exhiben. La cuna de Judas, el brete, ablación de los pies con fuego, rompe cráneos, el cinturón de castidad, la picota en tónel, quebranta rodillas, la lengua de cabra, la guillotina, la cometa del obispo, el garrote... la muerte.
Inquisición. Instrumentos de tortura y pena capital, es el nombre de este laberinto de horrores y, explican los organizadores, que no debe de anteponerse el artículo a Inquisición, porque "soló la palabra sin artículo expresa el concepto de salvajismo, de fanatismo implacable, de corrientes sexuales febriles, contenidas en cualquier procedimiento inquisitorial, tanto religioso como secular, tanto del pasado como del presente. La Inquisición ya no existe, pero Inquisición sí, y existirá siempre".
Esta exhibición tiene un fin social, "los ingresos de la exposición, una vez cubiertos los gastos de gestión, se destinan no sólo a realizar la actualización de la misma, hasta llegar a los métodos de tortura moderna, sino también a la institución en Europa de un museo permanente contra la tortura".
Muestra que atrae a miles de asistentes los fines de semana y que permanecerá abierta hasta enero del 2002, días antes de que el recinto se transforme, para albergar la famosa feria del libro, artículo que para entonces puede ya tener su 15 por ciento de IVA, merced a los oficios de los modernos Torquemadas, esos funcionarios y diputados merecedores, ni duda cabe, de una de esas máscaras de escarnio público que semejan la figura de un buey.