VIERNES Ť 4 Ť MAYO Ť 2001

Antonio Ortiz

Ambra Polidori: cuando las imágenes duelen

Es un hecho, lo mórbido es el gran tema del arte contemporáneo: desde ejecuciones filmadas en video hasta la utilización de secreciones humanas cómo medio pictórico, pasando por animales seccionados, grupos de mujeres-maniquíes en ropa interior, cirugías plásticas transmitidas en tiempo real, esculturas hiperrealistas de oficinistas desnudos, vírgenes religiosas enmarcadas con excremento, bellas prostitutas desnudas y abiertas de piernas después de la treintena diaria de clientes, cuerpos seccionados o deformados por la vida misma, instalaciones replicantes de despiadadas máquinas de tortura, y un sinuoso y espinoso etcétera son el gran bocado de las incipientes colecciones de magnates y museos emplazados en este mundo ahora etiquetado por el mercado global, donde se sucede la vida de miles de millones de personas que diariamente enfrentan a la muerte, la evasión y la sumisión como destino, individuos que finalmente encuentran fragmentos de sus deseos y obsesiones en este alud de trabajos artísticos.

En torno de este extraño fenómeno se ha dicho mucho; que si es el epitafio de un modelo occidental en franco estado de agonía; que son las perversiones surgidas después de un lustro de bonanzas de las empresas que se lograron insertar en el mercado global, que si es la objetivación del inconsciente colectivo-reprimido o que simplemente son el discurso del poder del dinero. Más hay algo que llama la atención: duele el alma y estremece la mente la contemplación de algunas de estas obras, como sucede con los trabajos que Ambra Polidori exhibe en la Galería Metropolitana (Medellín 28, colonia Roma).

Grado cero nos lleva como espectadores de la crueldad del hombre sobre el hombre; una crueldad que no es gratuita dado que los cimientos del mercado global al parecer descansan en oscuros sótanos inundados con sangre. El paseo por los trabajos de esta fotógrafa mexicana se inicia en una oscura habitación en la que una docena de audífonos penden del techo, emiten las voces procedentes de un cuarto de tortura en cualquier parte del mundo, preámbulo de la sala donde se proyecta un video en el que se sucede una pelea en cámara lenta entre Julio César Chávez y Oscar de la Hoya, seguido de una persona lavándose las manos, para luego surgir una escena, filmada en Africa, en la que se observa la manera dramática cómo un par de policías asesinan a un campesino. Es una escena devastadora, la mirada desesperada del campesino, sudando miedo y con la muerte clavada en el rostro.

En otra habitación contigua, en fotografías de gran formato se mezclan imágenes de la vida cotidiana con las de los estragos de la guerra; una viejecita limpiando la acera, niños lisiados por las minas ''personales", la algarabía en un estadio de futbol, el apilamiento de los cadáveres después de la ejecución sumaria; en suma, las imágenes de ambos lados de la moneda de la globalidad: la humanidad devastada por guerras de identidad (provocadas en gran medida por ese persistente afán de trasladar los valores culturales a la región vecina o, cuando no, la franca intención de globalizar la voraz cultura del mercado) y el sucederse de una vida confortable en las regiones globalizadas.

Ahora bien, si esta cultura global conlleva igualmente la revalorización de las propuestas artísticas en las que el discurso del flujo del dinero o sus efectos toma un papel fundamental, la obra de Ambra Polidori, aun y cuando queda enmarcada en este contexto, se traduce en una implacable crítica al actual fenómeno de la transculturización, al igual que resulta ser una llamada de atención hacia esa indiferencia con la que en ocasiones escuchamos las historias acerca de los conflictos en el Medio Oriente, Europa central o, incluso más cercanos, como lo sería el caso de los zapatistas y su lucha por el reconocimiento constitucional de los derechos y cultura indígenas, al colocar al espectador como impotente testigo de la crueldad humana.

No sé si este tipo de trabajos de excelencia que durante los dos últimos años ha venido realizando Ambra lleguen a pertenecer algún día a las famosas colecciones de arte contemporáneo, tanto particulares como de los grandes museos, y es que también logran lastimar y hacer desviar la mirada de los coloquialmente llamados megaempresarios que, además de ser los principales artífices de la economía global, las más de las veces resultan ser ávidos coleccionistas de arte contemporáneo y ''patronos" de los grandes museos.