domingo Ť 6 Ť mayo Ť 2001

Néstor de Buen

Una reunión difícil de explicar

Soy un asiduo veedor de algunos noticiarios de televisión. A partir de las 10 de la noche alimentan mis deseos de información. A veces me anticipo viendo y oyendo a Sergio Uzeta en Canal 11 y no es infrecuente que me plante enfrente de Javier Alatorre, quien con cierto amarillismo y algo de vocerío estridente presenta cosas interesantes. Confieso que le doy preferencia a Ciro y a Denise, sin dejar de reconocer que doña Denise, como entrevistadora tiene la gracia de que no deja hablar a los entrevistados, lo que le quita interés a su habilidad preguntadora. No dejo de ver, si el sueño no lo impide, a Joaquín López Dóriga, quien ha mejorado notablemente y se ha convertido en un absolutamente sólido comentarista.

En una de esas andaba el miércoles en la noche cuando pude ver a Andrés Manuel López Obrador haciendo un elogio notable de Vicente Fox por su actuación en el acto organizado con motivo del 1o. de mayo en el Museo de Antropología. Y es que el Presidente lo merecía, porque frente a un coro vociferante y bailador que manifestaba su repudio al IVA mantuvo la sonrisa y un dominio escénico digno de aplauso. El acto, en sí mismo, que yo había creído que sería adulador y reverencioso por parte del movimiento obrero (léase Congreso del Trabajo), resultó por el contrario crítico feroz del corporativismo (representado de manera mayoritaria entre los invitados sindicales) y de la presunta política fiscal. A Leonardo Rodríguez Alcaine le sobraron chiflidos que no le hicieron ninguna gracia. Me llamó la atención la cara de circunstancia de Paco Gil, que ya es un veterano de encuentros con la oposición, y el cuchicheo entre Carlos Abascal y Vicente Fox. A Carlos le tocó algo de la broma. El problema es que, finalmente, no entendí la razón del encuentro. Con mala fe supuse que no era casual que se celebrara en un museo de antropología. Casi imaginé nuevos espacios para una nueva especie antropológica en trance de extinción: "humanos corporativos" (no me sale en latín), que a partir del martes ocuparían lugar preferente en las vitrinas del museo. Pero me equivoqué. Salieron de allí indemnes.

ƑQué ganaría el gobierno con ese encuentro tan determinado por tantas cosas muy recientes? Porque a nadie se le ocurriría dudar que el problema del IVA en medicinas y alimentos y la declaración de la Corte sobre la cláusula de exclusión han dejado huellas profundas en los trabajadores y en las organizaciones. El primero porque no obstante la oferta de compensaciones económicas, que son muy dignas de tomarse en cuenta y no se han visto con seriedad, la opinión dominante es que el beneficio no alcanzaría a la clase media, destinada a sufrir más que nadie el impacto del aumento en el costo de la vida. No faltan trabajadores de los que estaban representados en el acto del museo que ciertamente no quedarían beneficiados con el subsidio. Y, en segundo término, porque para el llamado, eufemísticamente, movimiento obrero, la cancelación de la cláusula de exclusión está muy cerca de ser una pena de muerte. No iban a faltar las protestas.

Admiro la presencia de ánimo de Vicente Fox, que en general no compartían los miembros de su gabinete que lo acompañaban. Tiene unas tablas impresionantes. No me extraña porque lo conozco desde hace muchos años, pero no es lo mismo conducirse así como gobernador o candidato que como titular del Poder Ejecutivo.

Antes de ahora, un acontecimiento así no era imaginable. No olvido, sin embargo, que en años pasados, cuando el presidente Zedillo compartía con los mismos miembros del corporativismo otros locales cerrados, las críticas eran notables contra los mismos líderes pero nadie se atrevía a hacer mofa del propio presidente como el martes ocurrió respecto de su proyecto fiscal. Los chiflidos a Leonardo Rodríguez Alcaine se habían producido antes pero no los bailes y chungas frente a los proyectos presidenciales.

Confieso que me sentí incómodo. Admirando, de verdad, la actitud de Vicente Fox, y reconociendo que los independientes que allí estaban hacían uso de un derecho de crítica que la habitual informalidad de Vicente Fox prohíja, mi canijo respeto institucional por la figura presidencial se vio afectado por unas manifestaciones que no juegan con mi vetusto sentido protocolario.

Para un izquierdista declarado y confeso, no parece lógico lo que digo. Pero lo cierto es que yo entiendo a la Presidencia como la figura institucional que representa al país, más allá de su identidad humana. Tal vez ello se deba a mi formación jurídica, que no puede dejar de considerar, a la vista del artículo 80 de la Constitución, que "el ejercicio del supremo Poder Ejecutivo de la Unión" (se deposita) en un solo individuo, que se denominará "Presidente de los Estados Unidos Mexicanos". Un solo individuo, el que sea, con identidad personal que se olvida y que queda sustituida por la del ente institucional, cruzado con la banda presidencial a quien, dicho sea de paso, no parece muy congruente verlo de rodillas, el día de la investidura, ante un señor cura o viajando sin saco en el autobús que lo conduce al Congreso, para ponérselo, sin mayores solemnidades, al bajar.

En esos términos acepto y participo, por supuesto, de la crítica a los actos del Presidente, que motivos no faltan, pero me resisto a admitir, como un comportamiento adecuado, la crítica bullanguera o la falta de respeto de una señora poblana que sin medida increpa al Presidente por insistir en el dichoso IVA.

Me reconozco antiguo. Y me temo que es tarde para cambiar. Ť