domingo Ť 6 Ť mayo Ť 2001
José Agustín Ortiz Pinchetti
México capital: Ƒcarácter lacustre y... destino?
La capital de México y su región tienen como rasgo indeleble desde su origen su vinculación con los lagos. Y simultáneamente como marca trágica el propósito de destruir este entorno y sustituirlo por terrenos planos propicios a la urbanización. Esta contradicción trágica tiene cuatro siglos de subsistir y al resolverse va a determinar el destino de la capital para este siglo.
A mí me asombra la destructividad de los colonos españoles. Todos los cronistas que conocieron en pie la ciudad antigua en el siglo XVI se expresan con admiración de ella. Funcionaba como eje de un conjunto de ciudades y puertos donde habitaba un millón de personas. Cinco lagos interconectados entre sí formaban un sistema. El agua era aliada de esa civilización. Su medio de vida, defensa y comunicación. No sólo era el elemento material de subsistencia sino creaba un escenario de belleza conmovedora.
Desde el primer momento los españoles se lanzan a destruir el mundo lacustre. Es un impulso que llega hasta nuestros días. Y que incluso en los últimos 50 años parece haberse convertido en una tendencia suicida. Puedo pensar que los colonos españoles procedentes de una cultura de mesetas sin árboles ni ríos o lagos no pudieron entender el urbanismo insólito, de delicados equilibrios, de los aztecas. Puedo entender que su hambre de dominio los llevara a rellenar canales y a secar la tierra para repartirla y ocuparla. También talaron los bosques, destruyeron el gran dique que defendía a la ciudad de las inundaciones y arrastraron a cientos de miles a las minas. Destruyeron aldeas y pueblos. Se portaron como salvajes si los juzgamos con los criterios contemporáneos de preservación ecológica y de respeto a los derechos humanos. He llegado a creer que aquellos colonos estaban dotados de un instinto rapaz, dispuestos a extraer de las tierras y hombres conquistados todas las riquezas posibles como si se fueran a agotar en el plazo de sus propias vidas. Me temo que esta voracidad ha sido heredada por las elites irresponsables que todavía controlan la urbanización de la capital y del país.
La destrucción sistemática de los lagos, las chinampas y los canales puso en una inevitable pugna a los hombres con la naturaleza. Sin defensas, la ciudad de México sufrió en 1629 una inundación tan terrible que mantuvo bajo las aguas a la capital colonial durante 6 años. El régimen virreinal fue incapaz de manejar el agua y restaurar el equilibrio que lograron las civilizaciones indígenas. Emprendieron obras costosísimas para desaguar al lago hacia los ríos de la vertiente oriental.
La hermosa ciudad colonial no prescindió enteramente de los lagos. Rodeaban y ennoblecían el paisaje. Las chinampas siguieron produciendo productos frescos para la capital que se introducían por canales. Esta situación se prolongó durante el siglo XIX. En 1900 se terminan las obras de desagüe que son la continuación del proceso de desecación.
En el siglo XX se consumó la destrucción de la extensión lacustre. Se inició el hundimiento del suelo por el exceso de agua subterránea. Los lagos se convirtieron en llanos polvosos que inundaron de tolvaneras con detritus a la capital en el estiaje. En los años setenta un grupo de científicos mexicanos mira con otros ojos al problema: los de la alianza con el entorno y con el agua. El doctor Nabor Carrillo propicia un proyecto en Texcoco de lagos interconectados para regular las grandes avenidas y reciclar las aguas usadas. El proyecto prospera pero no se le desarrolla a plenitud.
Los últimos 50 años han sido un desastre. Por medidas autoritarias se decretó que la ciudad no debería crecer y se propició inevitablemente el crecimiento expansivo de la población de los municipios colindantes del estado de México. La población en la cuenca se convirtió en una megalópolis que no contienen ni regulan los límites políticos. Se pasa de tres a 20 millones entre 1950 y 2000 y el área urbana se multiplica siete veces. Setenta por ciento a través de asentamientos irregulares: ciudades miseria. Se ocuparon los lechos de los lagos, se extinguieron los ríos, se invadió el vaso del lago de Chalco, se extrajeron y se contaminaron las aguas de Xochimilco, se propició el hundimiento por el exceso de bombeo, el aire de la ciudad se contaminó y se deterioró de modo crítico la forma de vida en la capital.
Si continuara el proceso en forma lineal, la cuenca de México se convertirá en 2025 en un monstruo urbano casi inhabitable. El clima será más extremoso, la contaminación crítica, los invasores y fraccionadores cubrirán con masas de arrabales las laderas del sur y del poniente del valle, habrá escaseces continuas de agua y cada vez será más costoso el traerla desde los ríos tropicales hasta más de 2000 metros de altura. La miseria, el crimen, la desigualdad aumentarían.
Muchas veces las civilizaciones se hunden abrumadas por un reto superior a sus fuerzas. En otras este se convierte en una incitación y genera una respuesta creadora que vence los obstáculos y modifica conductas viciosas. Habrá que volver los ojos al viejo proyecto de Nabor Carrillo. No será fácil restaurar los lagos y ensamblarlos con las estructuras urbanas, pero tampoco es imposible. Si se logra resolver el problema de las inundaciones en Xochimilco y Tláhuac, pudiera recuperarse una área que es ya patrimonio de la humanidad. Un plano regulador basado en un verdadero proceso de "metabolismo ecológico" pudiera convertir de nuevo el agua en nuestro aliado. Incluso podría restaurarse la belleza y la grandeza de México Tenochtitlán, pero no como la restauración de un mundo abolido, sino como una respuesta nueva, insólita, del ingenio de una nueva civilización. El origen de México está en la asociación antiquísima con sus lagos. Su destino parece vinculado inevitablemente con su recuperación. Ť