DOMINGO Ť 6 Ť MAYO Ť 2001

Angeles González Gamio

La plaza de San Sebastián

Esta hermosa plaza, enclavada en el corazón del Centro Histórico por los rumbos de la Merced, tomó su nombre de una de las cuatro primeras parroquias que hubo en la ciudad de México, en el siglo XVI. Ya en alguna crónica hablamos del precioso templo, que se conserva en buenas condiciones, cuyo interior muestra una severa decoración moderna con los muros laterales encalados en blanco, mientras el del altar mayor es en rojo sangre con un gran Cristo y como único vestigio de su rico pasado está el púlpito del siglo XVII, tallado en madera y con restos de fino policromado. Quizás es la única iglesia que conserva techo de dos aguas con viguería en el interior, que seguramente estuvo cubierta por un elegante casetonado, como se acostumbraba en el siglo XVI, antes de que llegara a México la moda de la bóveda y la cúpula.

En este sitio se fundaron durante el virreinato dos de las congregaciones más afamadas: la Real Congregación de la Vela Perpetua del Santísimo Sacramento y la de Caballeros Esclavos del Señor Sacramentado. Esta última armó gran pleito a fines del siglo XVIII, porque no se le autorizó el nuevo uniforme que proponía aduciendo que el que usaban era "mal visto de las gentes de moda", porque era costoso y de poca duración. De cosa al parecer tan baladí, se creó un pleito de tales dimensiones ante los tribunales en contra de las autoridades eclesiásticas, que dio lugar a un voluminoso expediente y a que se tuvieran que uniformar otras cofradías que no lo estaban, como la de los Esclavos Cocheros de Santa María la Redonda.

En el siglo XIX, el barrio tuvo una mala época, entre otras causas porque se volvió guarida de los "ensebados", llamados así por untarse el cuerpo de sebo para escabullirse con facilidad en el momento mismo en que eran detenidos. Las crónicas cuentan que se eliminaron con dos acciones: cuando se le ocurrió a los policías aprender a lazarlos utilizando reatas y a los vecinos portar las recién aparecidas pistolas de bolsillo llamadas "cachorros".

Entre las varias leyendas e historias que giran alrededor de San Sebastián, sobresale la de Manuel Uceda, delincuente que robó la custodia del templo, lo cual no hubiera hecho noticia especial, si no fuera por el papel que se le encontró en el bolsillo del pantalón, que decía: "Por la presente me obligo a dar y daré en el tiempo que convengamos, a mi benefactor el único Sr. Luzbel, a quien reconozco como mi rey y protector en el cielo, en la tierra, en el infierno, por su poder, sabiduría y bondad omnipotente, el alma mía y la de cualquiera de las personas de mi familia, porque me tienda su mano bondadosa y remedie mis necesidades como lo pido, sacándome del miserable estado en que me hallo, para lo cual renuncio a todas las gracias y virtudes que haya alcanzado en el bautismo... 11 de junio de 1852, a los 28 años y seis días de mi vida. Firmas: Manuel D. Uceda y Luzbel Rey Omnipotente del Universo celeste y terrestre (un signo)".

No pareció funcionar el pacto, pues el joven Uceda fue sentenciado por robo sacrílego a la pena de muerte y una de sus manos fue clavada en la puerta del templo de San Sebastián.

En la plaza enjardinada hay magníficas casonas, aunque la mayoría en malas condiciones, testimonios mudos de su pasada grandeza; en una de ellas estuvo el Museo del Deporte. Ahora San Sebastián espera paciente que lleguen tiempos mejores y que efectivamente se rehabilite el Centro Histórico, el cual, se nos olvida, ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad, lo que implica la obligación de tenerlo en el estado digno que se merece o hay el riesgo de que se retire la declaratoria.

Mientras se resuelve, hay que ir al restaurante El Taquito, con su decoración de azulejos y cuadros taurinos, que milagrosamente sobrevive en la cercana calle del Carmen 69. Los antojitos son de primera, al igual que la sopa de médula; ambos van bien con una refrescante cerveza bien fría.

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