DOMINGO Ť 6 Ť MAYO Ť 2001
Ť Bárbara Jacobs
Canasta por cedazo
Aunque no toda sucesión de hechos te lleva a una verdad amable o desconcertante de ti mismo, voy a referirme a un desencadenamiento de tonterías que me ha confrontado con la revelación de que soy una canasta, cuando hasta la fecha me creía más bien todo un cedazo.
La cosa empezó con una frase que anoté a punto de dormirme y que decía: "Ponte en manos de la vida para encontrar lo más recóndito que busques de ti mismo". Ahora bien, no niego que siempre he estado a la búsqueda de lo más recóndito de mí misma y de cualquiera que se me ponga enfrente; pero el sueño que siguió a semejante oráculo, ambiguo si los hay, fue más oscuro y reservado todavía, lleno de símbolos cuyo significado no aparece en las enciclopedias ad hoc con que cuento.
El Papa sujetaba el mango de un cedazo entre el borde inferior y el pretil de su ventana, de manera que el cedazo colgaba hacia abajo, la Plaza de San Pedro, desde donde algunos entre una multitud lanzaban monedas de oro como para acertar a depositarlas en el cedazo. Pero el cedazo era en realidad la canasta del juego de baloncesto, o sea que estaba desfundada y, obviamente, las monedas caían de regreso, si bien, no necesariamente sobre sus dueños. Esto ocasionaba una mezcla de lamentos y expresiones de júbilo, de los que veían perdidas sus monedas y de paso la atención a sus oraciones, y de los que, al atrapar alguna moneda, propia o no, se daban por bien servidos. A mí, la escena y su desenlace me hacían reír.
A la mañana siguiente, igual de poseída que cuando anoté automáticamente aquella frase y soñé el sueño romano, por llamarlo de algún modo; autómata, decía, me acuclillé a buscar entre mis papeles un recorte de revista que he conservado durante años y que muestra a una modelo vestida estilizadamente de pordiosera que, quién sabe por qué recónditas razones, cristaliza una imagen de mí que me hace sentir bien. ƑPor pordiosera falsa? Como quiera que sea, mientras lo buscaba recordaba a Eliza Doolittle, la florista de Pigmalión, de George Bernard Shaw, a la que el profesor Higgins, famoso fonetista, recoge de la calle para, al cambiar sus chillidos por inglés, convertirla en una dama de sociedad.
Pues bien, sucedió que no encontré el recorte de la modelo, pero sí, curiosamente, el programa de una puesta de Pigmalión que vi en Canadá en 1973 dentro de un Festival Shaw. La coincidencia, o la sustitución, simbólica, de Eliza por la modelo; o de la dama hechiza por la pordiosera hechiza, me sorprendió y me hizo reír; pero, pasada la sorpresa, me pregunté: ƑQué tiene que ver esto con que me ponga en manos de la vida para encontrar la verdad más profunda de mí misma; o, para el caso, cómo se relaciona esto con el Papa, el cedazo hecho canasta, las monedas y mi risa?
Para no adentrarnos en mayores profundidades o mitologías griegas y recreaciones del mito original de Pigmalión y su Galatea, de la intervención de Afrodita para hacerlos felices y de cuanto todos estos simbolismos puedan significar y hayan significado; con la sucesión de hechos más o menos simbólicos que he enumerado hasta aquí, lo que la vida me está tratando de decir es que, reconditamente soy o siento ser una pordiosera, es decir, alguien que pide todo y envidia todo porque no tiene o cree no tener nada; pero que, a la vez, soy una pordiosera mañosa, pues con zurcir la canasta desfundada o el fondo de la canasta que soy o que creo ser, lograría retener el bien que recibo de la vida, como hace todo buen cedazo.
Lo que no he logrado desentrañar es por qué lo que el sueño me provocaba era risa, ya que, si soy Eliza Doolittle, cuyo drama es que, una vez zurcida y convertida en dama, no puede volver a su condición de pordiosera desfundada, lo que tendría que haberme provocado el sueño de la canasta que trató de hacerse pasar por cedazo, era llanto.