Con las piedras tatuadas por el río yo construiré mi casa. y más abajo agrega: hay muchas aventuras más allá del espejo Durante tres décadas, y siempre un poco más, el río ha seguido trabajando guijarros para una misma casa que ha sembrado sus cimientos en varias geografías; y aquella intuición de la aventura, ese ámbito del riesgo y lo posible, al cumplirse ha ido puliendo, más que un espejo, un prisma en que convergen y se dispersan las líneas de un rostro que se ha negado a arraigarse en su reflejo. Cuando escribió estos versos, Hugo tenía treinta y siete años y no eran los primeros que escribía. Pero hacía mucho que sabía, porque esas cosas se saben desde muy temprano aunque uno nunca acabe de enterarse por completo, que "tomar parte en la vida es un juego riesgoso", y que debía asumir los riesgos con la quiet desperation expresada por Thoreau, como años después afirmará el mismo Hugo al pensar en Pasolini. Destilada y curtida ya por el tiempo, pero intacta en su carácter esencial, una postura así, creo, no sólo es producto de la cada vez más rara voluntad intelectual ?con las severas exigencias que conlleva? de no mentirse, sino también, y acaso precisamente en esto se sustente, de un encuentro. Se trata, para decirlo de una vez, del encuentro que genera el asombro primigenio, el que Gaston Bachelard llama el Asombro de ser y que, según entiendo yo, cuando ocurre en un poeta que acaso entonces ignora aún que habrá de serlo, necesariamente presupone, y de manera simultánea, la revelación del mundo, de sí mismo, y del profundo impulso de decirlo, de llevarlo a la palabra. En el vocabulario específico de Hugo ese asombro no sólo constituye el leitmotiv que permea toda obra literaria que se precie de ser sincera, sino que también es y ha sido el eje y la órbita de su inveterada infancia, y por lo tanto, de su precisa memoria y su vigilante lucidez. En su obra poética, pero también ensayística y actoral, Hugo ha sido leal a ese espacio inaugurado casi al mismo tiempo que su descubrimiento de estar vivo, y lo rubrica cada vez que puede, cuando se mira las manos y más le gustan abiertas que cerradas, y decide, una y otra vez, mantenerlas así, pues sólo así el mundo circula por sus líneas, tal como lo expresa, a principio de los ochenta, en Santiago de Compostela, al ser sorprendido una madrugada por "algo desconocido" que caminó por su venas y lo dejó sentado, entre aturdido y fascinado, al borde de la cama: Estoy seguro de que a todos les ha pasado esto: han sentido algo nuevo, no han podido explicarlo y se han puesto a cantar de madrugada con los ojos cerrados y las manos abiertas. El momento se abre para dibujar apenas su perfil en la palabra. Queda en el aire, como una plenitud pequeñita y humilde, a escala humana, y una duda amplia y sutil que a todos nos atañe. Pero para Hugo Gutiérrez Vega viene de lejos y está en realidad en todas partes, le sale al encuentro en Samarcanda o en Acámbaro; ante un grupo de campesinos de Corinto o, como consejero cultural de la embajada de México en Madrid, ante el rey Juan Carlos I de España, o bien, como nos dice en uno de sus últimos poemas, ahí donde.... ...vive la figura blanca y nebulosa entrevista en la luna de la infancia. Una figura blanca, de la que en realidad nada sabemos, pero que a lo largo del tiempo aquel primer asombro ha mantenido intacta. Aprender a crecer sin endurecerse, como decía Jean Genet en El diario de una ladrón, si la memoria no me falla. Esto supone saber y aceptar algunas cosas de los humanos paraísos: que sí existen, que no son individuales ni perfectos y que son muy breves: Y sucedió después que el paraíso era un engaño de la luz, que a los amigos les bastaba un momento para morirse, que los amores llevaban dentro una almendra agria. Pero el poeta no puede detenerse, pues su mirada no es unívoca, y en la última estrofa del poema afirma: En la noche el paraíso sigue abriendo su rendija, un fantasma de la luz, el que hace que los amigos estén siempre aquí, que los amores se conformen con su almendra agria, que el corazón no rompa a aullar en la montaña. El vasto oficio de vivir ?cuya expresión nunca es suficiente porque siempre nos rebasa?, y también, porque el amor y la muerte la implican, la Ciudad, no sólo como arquitectura o propósito del viaje o la aventura, sino como la Polis, es decir, como la expresión sustancial de lo que atañe a todos, es lo que ocupa a este señor de uno y múltiples oficios que sin embargo no se permite, como le promete y cumple a su lector, "la mirada siempre hacia adentro de todas las estatuas". La otra mirada, la de carne y hueso, en un aquí y ahora que ha nutrido desde siempre, es la de una escritura a la intemperie, descalza, que cree en el pasaje humano y se expone a que lo alcancen sus miserias. Y acaso para protegerse y no huir, o para ponerse aún más en evidencia y darle muletazos a la vida ("Nadie nos quitará la gracia intacta/ del minuto ganado a la tristeza", nos dice en otro poema), emergen en su voz el humor y la ironía, pues sólo así, a veces con candor y sutileza y otras con descarnada sencillez, puede violentar la aceptación de lo que es en realidad inaceptable, o tocar, con la punta del lenguaje, tembloroso, la fragilidad de la condición humana. Se trata, como nos dice, de la leve antorcha de los que aceptan vivir con los demás. Me he detenido en estos momentos en la obra poética de Hugo porque, aunque de ningún modo abarcan toda la gama de hilos y colores que conforman su compleja trama, sí me parece que en algo señala el espíritu con que la ha tejido. Y es que la voz en prosa de su tenaz asombro, que ciertamente no es fácil conservar, es este Bazar de asombros. Es el libro de "un animal anecdótico" que declara limitarse "a contar cosas y a buscar interlocutores" y que aún ignora qué es lo que va a ser de grande. "Las opciones ?agrega? giran entre astronauta, cirquero, inventor, actor y candidato a la presidencia por un partido pequeñito y de utilería." Y uno diría, conforme avanza en la lectura del libro, que casi casi ha sido por una de esas intrincadas cuestiones de agenda que Hugo todavía no se ha puesto el traje de astronauta, o ha meditado su rutina de cirquero o su discurso como candidato a la presidencia por un partido pequeñito. Porque, por lo demás, actor e inventor ha sido. Y otros muchos oficios: diplomático de carrera que sufre la corbata; controvertido y arañado rector universitario a una peligrosa edad; promotor cultural de las llamadas causas perdidas; arriesgado consejero médico de sus familias, la de sangre y la gitana; actor cómico de semblante serio; cinéfilo que a fuerza de soñador se ha convertido en un experto que sin pudor alguno se cree todo cuanto aparece en la pantalla; ilustrísimo perdedor de empleos para pagar su oposición a la censura; columnista acucioso, juguetón y vigilante; incansable contador de chistes y refranes que a veces se sabe y otras inventa; valiente pensador político ?y esto es importante? con sentido y saber históricos y cartas abiertas, como las manos; cartógrafo inusitado de continentes, puebluchos y barrios; curioso inagotable y de buena voluntad, y cosa rara ?muy rara? alumno que honra a sus maestros y a su vez maestro que acude puntual a impartir sus enseñanzas, ya sea en "aulas magnas" o en recónditas "casas de la cultura" literalmente diseminadas por el país y por el mundo; jugador de jai-alai, en su juventud prehistórica, como diría él, y abogado en un rincón discreto de su biografía; gatófilo encandilado, sabedor de que ciertamente hay misterios más grandes que el suyo; viajero que como los buenos no siempre ha sabido a dónde va, pero sí de dónde viene; comensal de buen paladar de la cocina de los pueblos, que lo mismo se llena la boca con la confesión inherente al sabor de sus platillos que con la precisa evocación de sus nombres y recetas... Y más y más. El abanico es amplio, y el lector de este libro, si concuerda conmigo, habrá de descubrir que más que una variedad de actividades o facetas, en Hugo se trata, precisamente porque así los ha asumido, de oficios; oficios ejercidos todos alrededor de un mismo eje: el asombro de vivir con los demás. "El Yo del poeta ?nos dice Odysseas Elytis? no es el Poeta como se conforma en el mundo; sino es el mundo como se conforma en el Poeta." Este libro es el testimonio en prosa de un autor habitado por el mundo. De eso no hay duda, y aunque a Hugo le "enferman los enfermos/ de importancia," y le "asustan los que esgrimen sus certezas", a nosotros sus lectores nos deja esa certeza. Por eso, y para terminar estas líneas, cuando hace años, en el último fragmento de uno de sus poemas más bellos, "Samarcanda", Hugo se preguntaba, y acaso se pregunta todavía casi de manera emblemática: Hablar de la ciudad-camino. ¿quién me dice que estuve?
la respuesta nos viene espontánea y clara
a los labios: nosotros, los demás
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educación
La formación
de los conocimientos sociales en los niños. Investigaciones psicológicas
y perspectivas educativas,
ensayo (científico) El cuerpo transformado, Naief Yehya, Col. Paidós amateurs, Paidós, México, 2001, 224 pp. ensayo (literario)
Norte y sur: la
narrativa rioplatense desde México, Rose Corral (editora) con la
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ensayo (político)
prd: El rostro
y la máscara. Reporte de la crisis terminal de una élite
política, Marco Aurelio Sánchez, Col. Estudios
ensayo (sociológico)
Conflictos étnicos
y estado nacional, Rodolfo Stavenhagen, traducción de Martha Alicia
Bravo, Siglo Veintiuno
Dos siglos. Dos
milenios. Excelencia y futuro 2. Cultura y Globalización, bajo la
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historia
Tomás Urbina,
el guerrero mestizo, José de la O Holguín, José de
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La vampiresa de
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Martos, Enriqueta Tuñón Pablos,
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