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en el monasterio de Emmaús en Cuernavaca- nombre mundano para su planta aerodinámica y sus crucifijos vanguardistas, los monjes, como Pablo, se han ganado con artesanías al costo de la transferencia de profundidad. Aquí acampó dos años una Comisión Papal, y emitió su decreto: el análisis no es obligatorio, su sereno Prior belga era herético, un desviado... No pudimos hallar el cadáver removido por un helicóptero; las celdas estaban vacías, pero el arte aún se vendía; legos neuróticos te acechaban como venados, alambres de púas en cabañas blancas e inmaculadas, cuyos nombres eran Sigmund y Karl... Viven la vida de los monjes, una revelación alivia el estrago de la anterior. persisten en los árboles, y todo está en la hoja, el crepúsculo quema los ladrillos enormes como hogazas- en algún sitio debí encontrar este color, el rosa enfebrecido, y supe su mensaje: ¿o será que a tu casa veinte veces te he encaminado, y luego retorné sobre mis pisadas? Ningún momento vuelve y es manejable, ni dos veces ni una. Hemos esperado, pienso, toda una vida para este paseo, y el polvo blando bajo nuestros pies se deshace como la sal de la pureza, alba y estéril; incluso es sal tu blusa de encaje abullonado. Los ladrillos se apagan; al minuto más común no se divide, ni una ni dos veces... Cuando sales, te evoco, cada hora del día, cada minuto de la hora, cada segundo del minuto. cubiertas por la sábana del diván. Por un segundo, la mano alucinaba- me pensé descubriéndote. En el crepúsculo, el lavabo despide su golpeante perfume, su dulzura, un enlace de ron y coca-cola. Oscuridad, querida, oscuridad: aquí siempre, lo ilusorio de la noche, las luces observan a los mexicanos, niños casi todos, conformados por habitaciones como cajas en una calle donde los autobuses devoran la acera. Y la medianoche del Año Nuevo; en el mercado tres beben cerveza en latas adornadas con limones y sal; una mujer azteca, canta sus baladas de adulterio; y llora porque su esposo la ha abandonado por tres mujeres para asumir la pobreza que todos los hombres deben enfrentar a la hora de la muerte. Traducción
de Carlos Monsiváis
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