LUNES Ť 7 Ť MAYO Ť 2001
Ť León Bendesky
Dando tumbos
Pues ahora ya tenemos tres números con los cuales entretenernos, cuando menos durante algunas semanas. El gobierno mantiene, hasta donde se sabe, la cifra oficial de 4.5 por ciento de crecimiento del producto para este año, el Banco de México dio una tasa de 3 por ciento y la nueva adición la ofrece la OCDE con 3.7 por ciento. Nótese para empezar que entre la cifra más alta y la más baja hay una diferencia de una tercera parte, que no deja de ser significativa. La estimación del banco central no fue muy bien recibida por el presidente Fox, quien de inmediato la relegó y, al parecer, está más a gusto con el dato de la OCDE, pues éste no mereció similar comentario.
En todo caso, hoy es mejor tener tres números distintos y no uno solo en el que confluyan las expectativas sobre el desempeño de la economía. Hoy no es tan claro, como ocurrió en los años anteriores, que haya una visión compartida de modo más o menos general de lo que puede ocurrir. Se abren así espacios para proponer visiones distintas sobre la gestión de la economía, que convendría atender y ponderar. El gobierno debería ser más receptivo y las expresiones divergentes deben ser capaces de presentarse de manera convincente. Este sería un ejercicio muy útil en el país en el que, como ya se sabe, se tiende a no ver y a no oír a los otros, y eso tanto de una como otra de las partes.
El efecto de la desaceleración económica internacional, y en especial en Estados Unidos, conforma un escenario incierto y lo que se tiene hasta ahora son esperanzas de que en el segundo semestre de 2001 se retome una senda más firme de crecimiento. Es notable cómo el mismo lenguaje de los economistas y de los analistas se ha vuelto más light en los últimos meses, a medida que se debilitan las certidumbres que se habían ido forjando acerca de los efectos positivos de la "nueva economía" y de la capacidad de la política económica de controlar la inflación. El fin de los ciclos económicos y de las crisis ha sido expuesto tantas veces en la historia del capitalismo y de la propia teoría económica que cuando vuelven a plantearse, sólo cabe pensar en la tozudez y ligereza con las que se enfrentan los procesos del mercado y las reformas del Estado. Esta época de confianza en la economía y sus métodos de gestión ha sido de desgaste de las formas de pensamiento, y su costo es y seguirá siendo muy alto.
Más allá de la disputa por los números que se presentan y de las visiones dominantes de lo que ocurre, lo que los trabajadores, la mayoría de los empresarios y las familias quisieran ver es que las cosas no se deterioren de tal manera que una vez más se pierda la poca confianza que ha podido establecer el gobierno y que no logra sostenerse por mucho tiempo. La reducción del crecimiento tiene efectos muy dispares entre las diversas actividades productivas y los estados del país, y esos efectos requieren de formas de ajustes específicos tanto para soportar el impacto de la desaceleración como para reponer las condiciones posteriormente. La Secretaría del Trabajo reconoce que se han perdido ya 200 mil empleos y el saldo de 2001 en cuanto a creación de puestos de trabajo va a ser muy pobre. Ahora lo único que ofrece el gobierno es un ajuste en el gasto por 25 mil millones de pesos en lo que representa una acción de tipo muy convencional y poco efectiva.
En este sentido es muy notable la penumbra en la que se mueve la estrategia de gestión de la economía, que le corresponde a la secretaría del mismo nombre, y la que debe atender las políticas regionales de desarrollo y que cuenta con una instancia coordinadora de alto nivel en el gobierno. La verdad es que se sabe bastante bien lo que debe hacerse en esos dos ámbitos para que hubiera señales más claras a estas alturas del sexenio. Por ello llama la atención que después de tantas experiencias de periodos de euforia y de crisis en los últimos 20 años, este equipo de gobierno, que ya no tiene los límites y los compromisos de las administraciones del PRI, o cuando menos eso se ha hecho creer, se vea tan lento en actuar, esté titubeante y no haga planteamientos convincentes para orientar la política económica y, en particular, la fiscal. Esto es necesario para evitar que se acabe en un terreno pantanoso sobre el que se ande de tumbo en tumbo y en el que la reforma hacendaria que se obtenga finalmente en el Congreso sea parcial e insuficiente, como han sido las anteriores.
El camino que sigue la gestión económica es poco creativo y está demasiado identificado con las pautas que se siguieron en el gobierno anterior. Lo que se convierte cada vez más en una duda grande es el fin al que puede llevar una política monetaria que persigue, casi de modo unilateral, el control de la inflación y una política fiscal que busca con afán, pero sin eficacia, allegarse recursos para cubrir los requerimientos financieros del sector público. Eso tal vez se pueda lograr a fuerza; lo que no se puede hacer a fuerza es que la economía se adapte de manera automática en su estructura a operar de modo eficiente para que la inflación se mantenga baja y se reduzca el crónico déficit fiscal de manera sostenida. Al final, todo esto nos puede llevar a un nuevo callejón sin salida.