De médicos, poetas y clásicos
Vicente Guarner (Ť)
La enfermedad ha desplegado siempre un enorme hechizo en el mundo de los hombres de letras y, a su vez, la literatura ha ejercido un poderoso atractivo en el médico para narrar sus experiencias. Pocos hombres, como el médico, viven tantos y tan variados acontecimientos, en la cotidiana sucesión de las horas.
La primera relación entre literatura y medicina la encontramos en la Ilíada, donde Homero describe las heridas habidas en la guerra de Troya. Ciento cuarenta y siete en total; clasificadas en cabeza, tronco y extremidades. Homero apunta la forma de curarlas y hasta nos dice cuantos heridos murieron: en total 114 Un ochenta por ciento. La descripción está tan apegada a los cánones de la medicina castrense que hay quien llega a pensar si en realidad Homero no fue un médico militar.
El tema literatura y medicina es en sí un capítulo extensísimo, yo me atrevería a calificarlo como inagotable. Todos los países han participado en esta aventura, México mismo lo hace hoy como ayer con los versos de Manuel Carpio, las anécdotas de Gonzalo Castañeda, las novelas de Mariano Azuela y de Rubén Marín y los poemas de Elías Nandino.
Cuando era yo todavía un adolescente, un par de años antes de estudiar medicina, buscaba, afanosamente, cuanta novela escrita acerca de médicos caía en mis manos. Recuerdo haber leído, en un santiamén, el Dr. Arrowsmith, de Sinclair Lewis; La historia de San Michele, de Axel Munthe; La ciudadela, de Cronin; La incógnita del hombre, de Alexis Carrel, y las páginas autobiográficas de Santiago Ramón y Cajal: Mi infancia y juventud, Charlas de café, El mundo visto a los ochenta años, y el más sublime de sus escritos literarios, sus Tónicos de la voluntad o reglas y consejos sobre investigación científica.
En no excepcionales ocasiones, la descripción de la enfermedad hecha por un escritor ha excedido en calidad y detalles hasta los libros de texto especializados.Cuando estudié patología del aparato respiratorio, con el maestro Ismael Cosío Villegas, llevaba un conocimiento tan detallado de lo que eran las manifestaciones clínicas de la tuberculosis, a través de los síntomas de Hans Castrop, que podía añadir a los síntomas clásicos de la enfermedad más detalles de los que aparecían en el libro de patología.
Cuando se detiene uno a meditar acerca del tema Literatura y Medicina es sorprendente el papel que el médico ha tenido siempre en las letras españolas.
Los galenos en la literatura española
Como apuntábamos, los médicos --y es virtud reconocerlo--, no han protagonizado, en general, las grandes obras de la literatura hispana, pero siempre han tenido, curiosamente, un papel en la farsa, en la broma, en el sarcasmo. Mi interés es aprovechar este espacio para exponer, someramente, la menos difundida y analizada sátira --más no por ello menos punzante-- arrojada hacia los médicos en la literatura española.
La verdad, como ustedes verán, es que desde La Celestina a La Colmena los galenos han sido desnudados y desollados por la pluma de los escritores españoles.
En la época medieval los médicos, casi siempre judíos, envueltos en insondable sigilo, lo que les daba aún mayor lejanía y misterio y les ayudaba a su fama, eran recibidos en las casas con toda deferencia y respeto. Y, curiosamente, los reyes españoles tanto cristianos como musulmanes los tenían a su servicio y los protegían.. Pero a partir de la segunda mitad del siglo XVI y hasta el XVIII, cuando gran parte de los médicos se convierten en gentiles, resultan blanco de toda clase de improperios en la literatura: tal parece que ningún galeno ha curado a un solo autor de las letras Castellanas. Su imagen surge grotescamente retratada en la poesía, en las obras de teatro y en las novelas, como un dechado de petulancia, ignorancia, codicia, crueldad e irresponsabilidad.
Es hasta ya avanzado el siglo XVIII, cuando los hombres de pluma comienzan a cambiar algo la imagen del médico. Los intelectuales empiezan a relatarnos los progresos de la ciencia y no pueden evitar aludir a algunos de los de la medicina.
Todavía en ese entonces se les llamaba físicos y cuando adquirían prestigio de hombres sabios y prudentes eran respetados por la comunidad. El apelativo de físico viene de la voz phycis que en griego quería decir naturaleza, es decir, lo que para ellos significaba el equilibrio de todas las cosas(idea que surgió de la teoría del balance de los cuatro humores).
Pero volvamos unas páginas atrás: comencemos a analizar las sátiras a partir de los comienzos del siglo XII.
Nos dice Gonzalo de Berceo (1196-1252):
Era un mancebillo, nació en Aragón
Pedro era su nombre, así dice la lección
Enfermó tan fuertemente que era de admiración
No podían dar consejo ni hembra ni varón.
Grande fue la malatía y muy prolongada
nunca vieron físicos que la valiesen de nada
Era de la su vida la gente desengañada
Con sus bascas no podía comer una bocada.1
Ante el estado dramático del enfermo y la ineficacia de los médicos deciden llevarle al sepulcro en Santo Domingo de Silos pero a los tres días que dejó de ver facultativos ocurrió un cambio radical en el enfermo: abrió los ojos, se puso del pié y volvió a su casa.
En la tragicomedia de Fernando de Rojas (1499) de Calixto y Melibea no sale un médico oficial, pero sí alguien que conoce el oficio como cualquier físico, ¿por arte, por experiencia o por instinto?
La Celestina apunta:
Señora, el sabidor sólo es Dios; pero como para salud y remedio de las enfermedades fueron repartidas las gracias en las gentes, de hallar las medicinas, de ellas por experiencia, por arte, de ellas por natural instinto, alguna partecica alcanzó a esta pobre vieja de la cual al presente podrás ser servida.
La medicina del físico judío respetado ha caído en manos de una bruja, La Celestina, quien pese a su ignorancia indaga en los males morales que llegan a producir tanto dolor como una llaga abierta. En el renglón que sigue, La Celestina dice algo muy sabio: "Gran parte de la salud es desearla". Lo que viene a ser una verdad incontrovertible aún en nuestros días.
En el siglo XVI Antonio de Guevara usa contra el médico una fina ironía. Dice en sus Epístolas familiares de 1539. Lo peor de los médicos es que tratan las enfermedades en forma muy distinta cuando son las propias de cuando son las ajenas. ¿En qué ley cabe, pregunta retóricamente, que curéis con vino a vuestra calentura y con boñiga de buey a mi ciática?
Más adelante señala:
Quéjome a vos Señor doctor de que todos los que sois médicos os queréis mal unos a otros, siendo diferentes en las condiciones y contrarios en las opiniones, lo cual parece claro que unos siguen a Hipócrates, otros Avicena, otros a Galeno, otros a Rasis, otros al Conciliador, otros a Ficino y aún otros a ninguno, sino a, su parecer propio; y lo que en esto es más de lastimar es, que todo este daño cae sobre el triste enfermo, porque al tiempo que le habías de curar os ponéis a disputar.
Todos los médicos recetáis en cifras de jeringonza, con vocablos inusitados y en unos recipes muy largos; lo cual no sé por qué ni para qué lo hacéis; porque si es malo lo que mandáis, no lo debíais mandar; y si es bueno dejádnoslo entender; pues nosotros y no vosotros, somos los que lo hemos de tomar y aún al boticario pagar".
Francisco Villalobos (1493-1549), que fue médico de cámara real, escribe en Los problemas de Villalobos una copla muy graciosa que dice así:
¡Por qué el físico doliente
Del mal que en si nunca sana
Promete de buena gana
La salud a otro paciente?
Mándale al triste que coma
Lo que él no quiere tragar
Y las purgas que él no toma
Al otro manda tomar.
El enemigo del médico está tanto en la literatura erudita como en las narraciones que circulaban oralmente. Los cuentos de Esteban Garibay, de moda durante todo el siglo XVI, son testimonio de ello:
Un enfermo hizo llamar al médico mostrándole la orina:
--¿Coméis bien?
--Sí, señor.
--¿Dormís bien?
--Sí, señor.
Díjole el médico:
--Pues yo os daré algo con que se os quite todo eso.
En otro versículo dice:
Dieronlé a un hombre una pedrada en un ojo que se lo echaron fuera. Preguntó al 'cirujano que se los estaba curando.
--Señor, ¿perderé el ojo?
Respondióle el cirujano:
--No, que lo tengo en la mano.
La orina era, desde la medicina hindú, el espejo de la salud y como tal es cantada por Góngora (1561-1627).
Buena orina y buen color
Y tres higas al dolor.
Cierto doctor medio almud
Llamar solía, y no mal,
Al vidrio del orinal
Espejo de la salud.
Porque el vicio o la virtud
Del humor que predomina
Nos lo demuestra la orina
Con clemencia y con rigor. 2
Al mismo tiempo, Quevedo, a quien bien sabemos se le inflamaba el hígado con sólo oír el nombre de Góngora, en un sinnúmero de ocasiones arremete contra la misma observación:
Mucho va al pulso; que antes no va nada y solo van los médicos pues inmediatamente desde él, van al servicio y al orinal a preguntar a los meados lo que no saben, porque Galeno les remitió a la cámara y a la orina. Y como si el orinal les hablase al oído se le llegan a la oreja, avahándose los barbones con su niebla.
Ya no sólo se burla del médico, sino que lo zahiere:
¡Oh malditos pesquisidores contra la vida, pues ahorcan con el garrotillo, degüellan con sangrías, azotan con ventosas, destierran las almas, pues las sacan de la tierra de sus cuerpos sin alma y sin conciencia!3
La sátira mayor en la literatura del Barroco la da contra los médicos Mateo Alemán en el siglo XVI en Guzmán de Alfarache:
Había un médico en la Mancha que no sabía letras ni había nunca estudiado y traía consigo gran cantidad de recetas y cuando visitaba algún enfermo (conforme al beneficio que le había de hacer), metía la mano, sacaba una, diciendo primero entre sí: Dios te la depare buena.
Lope de Vega, en El acero de Madrid, saca a la luz el siguiente diálogo:
Salucio: Siento aquestos días
Después que en Madrid estoy
Un descontento, que doy
En grandes melancolías
Nada me parece bien;
Todos me son inoportunos
Beltrán le pregunta:
¿Tenéis dineros?
Salucio: Ningunos.
Beltrán: Pues procurad que os los den
Vos sois hombre mal contento
Y aún algo murmurador
Octavio: ¿Éste es demonio o doctor?
Y las mujeres ¿pueden ser médicos?, se pregunta Tirso de Molina a principios del siglo XVII en una obra deliciosa que lleva por título El amor médico.
Yo no te sé responder
Porque no sé argumentar
Pero ¿ por qué ha de estudiar
Medicina una mujer?
Porque estimo la salud
Que anda en poder de ignorantes
¿ piensas tú que seda y guantes
de curar tienen virtud?
Tenía un pobre una postema y estaba desesperado)
El médico
Le ordena una receta
Y cuando le llegó a dar
La pluma para firmar
La mula, que era algo inquieta
Asentóle la herradura
En el lado reventó
La apostema ya madura
Con que cesando el dolor
Dijo, mirándola abierta
En postemas mas acierta
La mula que su doctor
Cervantes no cesa de mencionar a lo largo de la obra lo enfermo que está Don Quijote, pero en ningún momento se le ocurre hacerle visitar al médico. El retrato del médico lo usa con el escudero Sancho Panza.
En uno de los capítulos más graciosos de la novela el doctor don Pedro Recio de Tierteafuera aparece, como sus colegas en otros libros de la época, para prohibir las cosas apetecibles; le quita todo: perdices, la fruta porque es muy húmeda, un plato por ser muy caliente otro por tener especies, el vino porque mata y consume el húmedo radical donde consiste la vida.
Sancho Panza monta en cólera y le dice:
Pues señor doctor don Pedro Recio natural de Tirteafuera quíteseme de delante sino tomaré esta silla donde estoy sentado y se la estrellaré en la cabeza que hice un servicio a Dios en matar un mal médico. Y denme de comer, o si no, tómense su gobierno que oficio que si no da de comer a su dueño no vale dos habas.
Cervantes al revés de otros como Quevedo elogia y admira al médico de sabiduría más no al que juega con la salud de las personas evitando que les caiga mal la comida con el drástico sistema, muy de la época, de impedir que les entre nada al estómago.
Los escritores en la literatura española que han arremetido contra los médicos en el siglo XX son Wenceslao Fernández Flores, en El ladrón de glándulas; Ramón Gómez de la Serna, en El doctor inverosímil y Enrique Jardiel Poncela, quien decía que la medicina era el arte de acompañarle a uno con palabras griegas al sepulcro.
En su popular novela Espérame en siberia vida mía, el humorista primero hace mofa de la historia clínica:
El doctor Faber comienza a interrogar:
--¿A qué edad murió tu padre?
--A los 50 años.
--¿Y tu madre?
--A los tres meses.
--¿Cómo a los 3 meses?
--A los 3 meses de morir mi padre, eran de la misma edad.
--Bueno, ¿y de qué murieron?
--Mi padre del disgusto que le dio un amigo al decirle que no sabía jugar al póker; y mi madre del disgusto que se llevó al saber que mi padre jugaba.
--Eso no tiene interés --dice el médico.
--¿Pero es obligatorio morirse de algo interesante?
--Hablo del interés médico... Tus abuelos paternos ¿de qué murieron?
--Mi abuelo a los 88 años de tosferina.
--No me extraña, dice el médico, los viejos son como los niños.¿Y tu abuela?
--Mi abuela se intoxicó con una ración de pescado en malas condiciones.
--¿Cuáles eran esas malas condiciones del pescado?
--Pues, que estaba carísimo.
--Ahora, los abuelos maternos.
--Mi abuelo materno falleció deglutido por los caníbales en Port Florence. Y mi abuela fue apuñaleada, en un acto de locura, por un perito mercantil.
Los médicos hemos aparecido en la literatura universal desde siempre y en todos los idiomas. Muchas veces odiados y vilipendiados resultan, asimismo, en otras ocasiones admirados y apreciados. Cuéntase que Molière, la noche que murió tuvo que interrumpir la presentación del Enfermo imaginario a causa de una hemorragia masiva por una úlcera duodenal y apenas alcanzó a llegar a su casa, no sin antes pedir que llevaran a un médico. Y es que el más escéptico de la medicina reaccionara ante el dolor inesperado con la frase: "busquen al médico", aunque luego pretenda vengarse con un chiste.
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(Ť) Médico cirujano. Académico universitario. Su más reciente libro es El profesor de anatomía.
1 G. de B. Vida de Sto Domingo de Silos.
2 Luis de Góngora y Argote. Letrillas.
3 Francisco Quevedo. La visita de los chistes.
Ilustraciones tomadas del libro Dolor y belleza, de Fernando y Pablo Ortiz Monasterio