Lunes en la Ciencia, 7 de mayo del 2001
La energía atómica y su transformación de panacea a símbolo de muerte Chernobyl: 15 años de pesadilla Mauricio Schoijet
Ningún sistema tecnológico fue acompañado de expectativas tan optimistas, ni tuvo un apoyo institucional tan generalizado y poderoso como la energía nuclear. En 1908, cuando el estudio de la radioactividad apenas estaba en sus comienzos y no existía la menor idea sobre cómo controlar los fenómenos radioactivos, el científico británico Frederick Soddy, pionero en este campo, predijo que serían eventualmente controlados, y que con ello se abriría la posibilidad de la disponibilidad ilimitada de energía barata, con lo que se podría "hacer florecer los desiertos", afirmación que fue ampliamente difundida. Incluso cuando en 1953 el presidente Dwight Eisenhower lanzó su programa de Atomos para la Paz, prontamente apoyado por la Unión Soviética, y que resultó en la creación del Organismo Internacional de la Energía Atómica, acontecimiento sin precedente en la historia de la tecnología, no existía ninguna central nuclear en funcionamiento. La vigorosa acción de los gobiernos de Estados Unidos, la Unión Soviética, Francia, Japón, Alemania y otros países industrializados llevó a la rápida explotación de la energía nuclear. Se creía que para el año 2000 llegaría a ser la forma dominante de producción de energía eléctrica. Sin embargo ya desde la década de 1960 ya se percibía el problema de costos crecientes, dificultades de operación y otros problemas no anticipados, y el alto costo económico y la dificultad técnica de la disposición definitiva de los desechos de alta radioactividad. Aunque ocurrieron no menos de una docena de accidentes nucleares en reactores experimentales y militares en varios países, estos no fueron conocidos por el público. Pero los accidentes de Isla de Tres Millas en 1979 y Chernobyl en 1986 ya no pudieron ser ocultados. Este último es seguramente el mayor desastre de la historia causado por acción humana. Decenas de miles enfermaron de cáncer, leucemia y tumores de la tiroides; aumentaron de manera espectacular los defectos genéticos, nacidos muertos, etc.; fue necesario el desplazamiento forzado de 150 mil habitantes durante muchos años; causó la inutilización para la agricultura y ganadería de un territorio del mismo tamaño que el estado de Chihuahua, incluyendo más de 150 explotaciones ganaderas en Inglaterra, a más de 4 mil kilómetros de distancia. La suerte de los "liquidadores", como fueron llamados los centenares de miles de conscriptos y reservistas que fueron encargados, sin protección adecuada, de limpiar la basura radioactiva que había caído sobre los techos, árboles, automóviles y caminos, resultó espeluznante. Decenas de miles se encuentran enfermos e incapacitados por los efectos de la radiación, sin atención médica ni pensiones adecuadas, se ha dado entre ellos una impresionante tasa de suicidios. Mientras tanto los burócratas ucranianos se han enriquecido con el manejo corrupto de fondos de centenares de millones de dólares provistos por los gobiernos europeos para hacer frente a las consecuencias del desastre. Se acusó a los operadores de haber realizado un experimento no autorizado. La versión oficial los presentó como responsables del desastre, porque el funcionamiento a baja potencia del reactor habría causado su comportamiento inestable; habrían violado las reglas de operación, incluyendo la desconexión de los sistemas de seguridad; también habría contribuido al accidente una característica particular del tipo de reactor, el llamado coeficiente positivo de huecos; ello habría creado las condiciones para el accidente. Además, el informe oficial soviético afirma que la explosión que destruyó el reactor fue una así llamada explosión de vapor. Esta interpretación es errónea, aunque los elementos que lo demuestran, con la excepción de los contenidos en un libro publicado por el físico ucraniano Vladimir Chernousenko Chernobyl: insight from the inside, Springer, 1991, se han difundido poco, porque sólo se encuentran en la literatura especializada. Chernousenko afirma que no había ninguna reglamentación que prohibiera la operación a baja potencia, y que las supuestas violaciones no eran tales, sino que se les puso esta etiqueta a posteriori, o que no tuvieron efectos. Esto parece claro en lo referente a la desconexión del sistema de paro automático, ya que este era particularmente lento, o sea que requería más de veinte segundos para detener al reactor, en tanto que el aumento incontrolado de potencia que lo destruyó ocurrió en menos de un segundo. En cuanto a la cuestión de la naturaleza de la explosión, lo que se llama explosión de vapor en este caso es un fenómeno de interfase, que se produce cuando el metal fundido y dispersado proveniente del núcleo del reactor se pone en contacto con el agua del sistema de enfriamiento. Pero la energía disponible es la energía térmica, y se han efectuado estudios experimentales que muestran que la explosión sólo libera una pequeña fracción de esta. La energía de la explosión que destruyó al reactor fue mucho mayor, del orden de la que correspondería a dos toneladas de explosivo convencional. Luego no fue una explosión de vapor, sino una explosión nuclear de baja potencia, diez mil veces menor que la de una bomba atómica, pero centenares de veces mayor que la de una explosión de vapor. Que una explosión de este tipo era posible pudo haberse percibido a partir de los resultados de algunos ensayos destructivos llevados a cabo en reactores experimentales y de algunos de los accidentes ocurridos en la década de 1950 y comienzos de la siguiente. El confinamiento del conocimiento especializado dentro del universo cerrado de las burocracias nucleares impidió la percepción de esta posibilidad, no sólo por el público sino por la comunidad científica. En conclusión, el accidente de Chernobyl demostró, a costos humanos y materiales aterradores, que no hay ni puede haber reactores nucleares seguros. El autor es profesor-investigador de la UAM Xochimilco
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