miercoles Ť 9 Ť mayo Ť 2001

Arnoldo Kraus

Enfermedad y tiempo

Hace poco una enferma comentó que la peor de las soledades era la soledad de dos. Era una de esas personas que algunos llamarían enfermas sanas. Su tez carecía de dolor y su cuerpo de tumores. Lo mismo sucedía con el laboratorio: era plano. La soledad revela una serie de ausencias que, por dolorosas, congregan múltiples elementos. Si a la soledad se agrega sufrimiento, las reflexiones se duplican. Sin duda, el aislamiento en los enfermos es una vía para cavilar acerca de los significados del tiempo. La trilogía enfermedad, soledad, tiempo, aunque suele tener orden, no es siempre continua: la soledad puede producir enfermedad y la vacuidad de la vida puede convertirse en una serie de patologías, la mayoría, de índole depresiva. Melancolía, ausencias, "traicionada por el destino", ideas suicidas y abandono, son estados que vinculan las dolencias personales con el tiempo. El tiempo de los enfermos es otro tiempo.

El movimiento de las horas y el paso de los días adquieren otros significados cuando aparecen nuevos síntomas o nuevas mermas. La fiebre, la disminución de peso, la disnea son estados que enturbian el futuro y atan al individuo al presente. Lo inasible --el movimiento de las manecillas del reloj-- deja de ser etéreo y lo efímero adquiere importancia. No es la soledad en sí un estado patológico, pero sí lo es la soledad aunada a la enfermedad.

En Occidente, solemos hablar exclusivamente de "un tiempo"; aquél que imponen las costumbres, las obligaciones, Wall Street y un sinfín de reglas societarias. Con ellas nacemos y en ellas morimos. La vida queda demarcada por los tiempos de los relojes y los calendarios. Así vivimos: engargolados en fechas y en deberes. Somos parte inconsciente de ese proceso, por lo que difícilmente nos preguntamos cuál es el valor del tiempo.

En nuestra civilización, el progreso y todos los acontecimientos tienen épocas. Somos fechas y tiempos, pero, paradójicamente, el valor que le damos a los días es nimio y la mayoría de las veces se limita a las responsabilidades de la vida diaria, a las obligaciones, a las hojas recortadas de los calendarios antiguos. Para los griegos, el tiempo lineal, aquél que resulta de los "compromisos del vivir", se denomina kronos. Kairos, en cambio, se refiere al tiempo "que recompensa", al que construye, y en el cual, se pierde la noción de éste. Imbuirse en un pasatiempo, estar con la amada o extraviarse en el mar, pertenecen a este rubro. Kairos y alma caminan juntos.

En la salud, la mayoría de las personas transitan por kronos y la conciencia del tiempo placentero es enjuta. Cuando acechan dolor, mermas físicas o vejez, kairos adquiere importancia. Los enfermos crónicos o aquéllos que saben que su mal es terminal suelen vivir en ambos estados e interpretar su vida hacia atrás y hacia delante. Para éstos, el tiempo adquiere otros significados generalmente imbuidos de preguntas, huecos, deseos.

"No hay peor soledad que la soledad de dos". Entrada en la séptima década de la vida, la enferma quería confirmar lo que sabía: sus malestares no se debían a problemas físicos, sino a las mermas que el tiempo había producido en su alma. El tiempo es un espacio inasible e inmodificable que no perdona, que no se equivoca, que es inflexible, ajeno a la voluntad del ser humano y que carece de existencia propia. Su invención es una creación humana --los animales saben del día y de la noche, pero no de la muerte--, cuya utilidad primordial radica en saber que entre el nacimiento y la muerte sólo queda la vida. El tiempo, ajeno a la voluntad y a cualquier modificación, para muchas personas no es más que cruel conciencia de la finitud de la vida.

El tiempo como conciencia adquiere presencia a través de la enfermedad o de la vejez. Los enfermos son quienes más saben del tiempo; lo perciben y "lo palpan" mejor que nadie. La soledad suma tiempos, personas, recuerdos, frustraciones. En muchos sentidos, las patologías son estados que dan forma al tiempo, sentido a la vida, y que enseñan que la adversidad es una de las mejores herramientas para crecer.

Las percepciones emanadas de la enfermedad pertenecen a un gran caleidoscopio. La dicha adquiere significado sólo después de los fracasos. Lo mismo sucede con el placer o el hedonismo: dependen del dolor y de las pérdidas. La enfermedad descubre huecos que en muchos sentidos se relacionan con el tiempo. En no pocos casos se está más vivo cuando la muerte acecha. Las lecciones emanadas a través de la enfermedad son incontables. Leerlas e interpretarlas a través de la salud ofrecen una serie de metáforas que permiten comprender mejor el kronos y el kairos.