miercoles Ť 9 Ť mayo Ť 2001

José Steinsleger

ƑDe qué madre es el día?

Auna madre africana el conquistador blanco le preguntó por qué trabajaba como un galeote y ella, con una sonrisa de confianza en el porvenir, contestó: "para ayudar a mi marido a que compre otra esposa a fin de aliviar mi fajina".

De haber vivido en América hispana, donde a los hijos obtenidos de blanco y negra se les llamó "mulatos" para homologar su origen con el de la mula (hija de yegua y burro), la mujer no hubiese podido hacer lo mismo.

Las madres hispanoamericanas aún son vistas como las vio Salvador Díaz Mirón (1853-1928), entre otros poetas, quienes aseguraban que la madre nació "como la paloma para el nido". O pensadores como Melchor Ocampo, quien en su epístola consagra el vínculo de la familia y de la pareja para "...la amistosa y mutua corrección de sus defectos... la suprema magistratura de padres de familia".

La segunda de las grandes leyes de la Reforma (1859), relativa al matrimonio civil, le asignó a la mujer la misión de madre, cuyo rol consiste en "ser un bálsamo que cura las heridas que el hombre sufre en su enfrentamiento diario con la vida".

Sin embargo, a 140 años de la epístola, 75 por ciento de las niñas y niños que habitan en las esquinas de México huyeron de sus casas por el maltrato y abuso sexual de sus padres; en tanto 90 por ciento de los hechos de violencia familiar son ejercidos fundamentalmente por hombres contra esposas e hijos y por esto destinados al olvido.

La democracia y la concesión de los derechos civiles y políticos a la mujer, y su creciente participación en la actividad económica y cultural de la sociedad, no parecen suficientes para lograr la paridad efectiva de la mujer con el hombre. La igualdad entre hombres y mujeres sigue siendo como la del millonario y el indigente ante las urnas electorales.

ƑQué justicia es la que reniega del conocimiento desprejuiciado y limpio de la fisiología sexual de la mujer? En el "creced y multiplicaos..." la ideología dominante soslaya la carga biológica de la mujer, agravándola con mimosa brutalidad: la "mamacita santa", donde se prescinde del reconocimiento de su derecho a la igualdad en todos los planos.

Sublimada en su carácter de madre, a la mujer se le entrega el gobierno de los hijos, es decir, el futuro del destino humano. Millones de mujeres esclavizadas, ignorantes, devotamente supersticiosas, mutiladas y frustradas en la autenticidad fundamental de su persona, son todavía eslabones de sus propias cadenas, meras máquinas de placer y procreación, sin posibilidades de pasar, como los hombres, de la inmanencia a la trascendencia.

A escala nacional, los hogares encabezados por mujeres representan 10 por ciento del total. Y al final del ciclo vital, millones de mujeres valerosas de cuerpo y alma, que después de soportar cuarenta años a un marido más o menos inútil y criado media decena de hijos, todavía tienen sobra de amor y pujanza para cargar con la crianza de los hijos de yernos tan fértiles como tarambanas.

Santificada como madre dentro del matrimonio, la mujer será puesta en rango casi de paria cuando se atreve a serlo fuera de él. Y si por razones más que justificadas, trata de sustraerse al tributo de la maternidad, tendrá que habérselas con la sanción religiosa y el código penal.

En el caso de la licencia por maternidad, pensada para garantizar el bienestar de la madre y del hijo, los hechos indican que se trata de un derecho en riesgo de desaparecer. Pero nadie lo denuncia por miedo a perder el empleo. Los nuevos contratos laborales no prevén vacaciones ni aportes jubilatorios ni licencias por maternidad. La historia regresa y vuelve a imponerle a la mujer la misión sagrada de la fajina reproductora, cuanto más agobiante, mejor.

Tampoco puede ignorarse que en la modernidad neoliberal, la mujer corre el peligro de convertirse en el peor enemigo de su liberación y en el mejor aliado de sus tiranos. Mujeres que, según la costumbre, optan por desempeñarse canónicamente como el sector más conservador de la sociedad, absorbiendo a los hijos o dejándose absorber por ellos, con alevoso perjuicio para ambos.

La libertad de la mujer neoliberal sólo puede ser puramente interior, como la del esclavo estoico. Y ni eso, porque el margen de tal libertad marcha fatalmente revestido de resentimiento antes que de afirmación, de obediencia al medio antes que de obediencia a sí misma.

Con los valores sociales vigentes, los roles asignados al matrimonio y a la madre se han convertido en un pantano para las mujeres superiormente dotadas, y más aún para las mujeres de genio.

Quizá antes de que acabe el siglo la mujer consiga recuperar su dignidad de género y caminar llevando del brazo a su compañero. No hacia altura o cima alguna, sino por el sendero de la liberación verdadera, en lugar de seguir junto al camello que marcha por el arenal del sentimentalismo y el lugar común, cargado con la joroba de sus pesadillas nocturnas.