miercoles Ť 9 Ť mayo Ť 2001

Luis Linares Zapata

ƑLa utopía derrotada?

La nueva novela de José María Pérez Gay (Tu nombre en el silencio. Cal y Arena) se erige como un apreciable alegato para demostrar, con ejemplos concretos y ensamblado teórico, el postrer y consecuente fracaso de la utopía y la realidad del socialismo marxista. Sin reducirla a tal afirmación de crítico oportunista, hay que reconocer que el esfuerzo novelístico de Pérez Gay va mucho más para allá de esa atribuida (por mí) intentona. En ella se ensaya, en la sustancia, un duelo literario entre la (auto)biografía --en el sentido de una historia personal, familiar, de aventuras estudiantiles, correrías clandestinas, sectarias o amorosas-- y la bien resuelta y complementaria pretensión de deshojar parte del pensamiento, filosófico-social, de la Alemania de los sesenta y su trasfondo genocida y de terror durante su última guerra. Todo ello puede ser usado para comprender mejor la actualidad mexicana.

Se puede empezar por predicar que en el México de estos días se debate con pasión, pero sin llegar a formular todavía con claridad los referentes y las salidas, entre dos posturas encontradas. Una, que trata de imponer la descarnada lógica del mercado y donde el individualismo prevaleciente se mide por la eficiencia de los resultados para maximizar las utilidades. Una, en la que la competencia, sus particulares modalidades y consecuencias, se dan hoy en la feroz lucha por asimilarse, con éxito, a la globalidad. Una, en fin, donde las fuerzas que impulsan a tal movimiento aparecen inevitables y superiores a toda tentación nacional que las circunscriba y, menos aún, que las obligue a seguir y cuidar las brechas en las diferencias sociales. La otra, también con raíces y pretensiones añejas, compartidas por muchos y en distantes lugares, trata de reactivar la, para muchos, irrenunciable pretensión de buscar, ante todo, una mejoría en las existentes y deplorables condiciones de justicia. Poniendo, por derivada consecuencia, reglas de juego particulares de cada sociedad como condicionantes necesarias a esa globalidad y al funcionamiento del mercado. En términos más simples, la disputa se da entre un neoliberalismo trasnacionalizado siguiendo la ruta marcada por el acuerdo de Washington frente a las posturas concebidas a la usanza y los propósitos de una socialdemocracia con acentos y pruritos nacionales. El reflujo de enfrentamiento renovado entre la derecha y la izquierda si se quiere resumir con esquemas o direcciones políticas.

Tal lucha de posturas toma cuerpo, aquí y ahora, en el forcejeo detrás y alrededor de las iniciativas que el presidente Fox envió al Congreso y la suerte que, a su interior, ellas han corrido: trátese de las modificaciones constitucionales sobre los derechos de los pueblos indios, recientemente aprobadas, o de la reforma fiscal pendiente de dictaminar. Las dos sujetas a los tironeos entre esas dos visiones divergentes del Estado, lo que se desea para la sociedad en general y para determinados grupos en particular. Ambas contienen la energía para transformarse en vehículos de cambio, justicia o crecimiento dependiendo de su formulación final. Pero lo cierto es que ellas describen, con precisión, lo que cada uno de los individuos, grupos y partidos defienden. Las dos ayudan a situar la naturaleza de las fuerzas que las empujan o contradicen.

En un recuadro se colocan los defensores de los derechos para los grupos minoritarios, los indios en este caso; y, en el otro rincón, los que pretenden restringirlos al mínimo posible revestidos de los intereses generales (100 millones). Unos son los que les niegan el ser reconocidos como sujetos de derecho público (PAN) o les manosean sus derechos a usufructuar, de manera colectiva, su territorio (PRI y PAN); y, otros (PRD), los que los trataron de hacer prevalecer sin conseguirlo. Bien se ve, por el resultado obtenido en el Congreso, quiénes son los dominantes y quiénes los que perdieron el pleito. La coalición con el PAN, atrincherado de manera unitaria en un extremo de espectro ideológico, jaló a esa parte (al parecer mayoritaria) de priístas que defienden, porque en realidad la han representado a cabalidad, el cruce de complicidades y la mezcla de intereses que mantienen al país al borde de la crisis permanente. Los que promueven, con sus acciones, las disparidades en los ingresos, expulsan a los indeseables y cierran oportunidades a las mayorías. La fracción moderna del priísmo no ha podido hacerse presente con la energía requerida para compensar los atavismos de sus demás correligionarios. La utopía justiciera seguirá, entonces, empeñada en conseguir un cambio que permita montar un nuevo episodio de la lucha. Por ahora sólo aguarda, dada la cerrazón prevaleciente, una prolongada atonía en las negociaciones y un endurecimiento en las relaciones con el EZLN y los demás pueblos indios, que no podrán evitar el pronunciado deterioro de sus precarias condiciones de vida.

Por lo que toca a la reforma fiscal, ésta muestra a las claras la inclinación de la administración federal. La coincidencia de un afán de gravar con 15 por ciento los alimentos y medicinas al tiempo que se pretende disminuir el ISR de 40 a 32 por ciento es una prueba fehaciente del temperamento de la extrema derecha. Una facción bien entronizada en el poder actual. Para fortuna del futuro que aguarda a los mexicanos, la pugna al interior del panismo y de éstos con su Presidente, abrió una brecha por donde se pueden colar, de mantenerse las decisiones del PRD y el PRI, modificaciones que mitiguen el amargo trago para las oportunidades de mejoría en las condiciones de vida de la población.