MIERCOLES Ť 9 Ť MAYO Ť 2001
Ť Emilio Pradilla Cobos
Efectos urbanos de la desaceleración económica
Ya no cabe duda que hay una desaceleración económica en México. La caída a la mitad del crecimiento de la economía estadunidense, de la cual depende cada vez más la nacional, la está arrastrando en ese mismo sentido, pero con una inercia mucho mayor; a pesar de las promesas de campaña de Fox y de sus declaraciones recientes, el producto interno bruto nacional podría crecer este año cerca de 60 por ciento menos que en 2000. Los efectos del frenazo de la economía estadunidense y mexicana ya se hacen sentir en todo el país: reducción del dinamismo de la industria maquiladora, con cierre de empresas; contracción de la producción automotriz, orientada, en parte, a la exportación; cierre de plantas de grandes empresas trasnacionales como efecto de su restructuración mundial; y aplazamiento o cancelación de proyectos de inversión. El incremento del desempleo abierto, la baja creación de nuevos empleos, la agudización de la contención salarial y la reducción de flujos de ingresos acentuarán la pobreza de los mexicanos, que la expansión no ha mitigado.
En la globalización neoliberal, a la cual se ata la economía mexicana a través de los tratados de libre comercio, el libre tránsito de capital especulativo y la orientación hacia fuera de la producción y el comercio, con la correlativa desestructuración de la economía orientada al contraído mercado interno, el eslabón más débil sufre todos los estertores de las economías mundiales, y sólo se beneficia marginalmente de los beneficios de una expansión, los cuales huyen por las venas abiertas del flujo internacional de ganancias, regalías y patentes.
En ese marco, la ciudad de México y la Zona Metropolitana sufren ya fuertes impactos negativos. El dinamismo de la economía metropolitana, que en los últimos 20 años ha sido menor que el nacional en razón de la errada política desindustrializadora y la deslocalización de empresas, se reduce aún más. La generación de empleo está estancada y empieza a liberarse fuerza de trabajo ya empleada. Este efecto se manifiesta con más fuerza en el sector de la construcción, cuya mayor demanda proviene de la obra pública y la comercial privada, y es un empleador de mano de obra poco calificada, que estructuralmente amplifica los ciclos económicos. En una economía urbana en la que 42 por ciento de la fuerza laboral se localiza en el trabajo precario e informal, estos hechos preocupan.
El impacto de la desaceleración afectará las finanzas públicas por dos vías distintas: la reducción de la masa de tributación local (2 por ciento sobre nómina, impuesto predial, derechos por licencias de construcción y apertura de empresas, etcétera); y la disminución de las aportaciones federales, que ya se ha manifestado. Se anularía así el resultado del esfuerzo del gobierno del Distrito Federal para elevar la recaudación y reducir el gasto público innecesario. La reducción obligada del gasto público federal y local --a escala metropolitana-- puede actuar como otro factor reproductor de la desaceleración.
Los efectos más visibles para los ciudadanos serían la multiplicación de la informalidad, en particular de la venta ambulante, y el reforzamiento de las causas socioeconómicas de la violencia urbana: desempleo, bajos salarios e ingresos, pobreza y cierre de oportunidades para los jóvenes. La lucha contra la inseguridad pública y el empobrecimiento, por el ordenamiento del comercio callejero y la oferta de mejores servicios, emprendidos por el gobierno local, se enfrentarán a fuerzas contrarias.
El peso estructural de estos procesos seguramente impondrá a los gobiernos del Distrito Federal y las demás entidades de la metrópolis una reflexión a fondo sobre la naturaleza de sus políticas, que tienen en su conjunto efectos económicos y sociales, para introducir ajustes que permitan enfrentar esta coyuntura de duración aún impredecible en sus aspectos de promoción de la actividad económica pública, privada y social, de atención a los trabajadores empobrecidos y de replanteamiento de las finanzas públicas en sus dos caras de ingresos y gasto.
En estas circunstancias desfavorables --y en las favorables también-- hay que hacer un diseño muy fino de la política urbana, que incluya sus componentes fundamentales para garantizar la satisfacción de las necesidades objetivas de todos los trabajadores urbanos, pues se opera con herramientas muy limitadas en el marco adverso y de sentido contrario impuesto por la variante neoliberal salvaje del capitalismo trasnacionalizado, hegemónico a nivel federal.