MIERCOLES Ť 9 Ť MAYO Ť 2001

Ť Miguel Capistrán

Villaurrutia: rostros e inquietudes

La exposición Xavier Villaurrutia. A 50 años de su muerte aspira a mostrar, si no todas, sí algunas de las diferentes facetas que conforman una de las personalidades más singulares del panorama cultural mexicano del siglo XX, ya que como se podrá apreciar Villaurrutia fue no sólo el autor excepcional que hizo de la noche, el sueño y la muerte los temas que lo ubicaron de manera muy particular dentro de la poesía mexicana, o el impulsor de una acción teatral que vino a renovar ambientes anquilosados en exceso, o el crítico que orientó desde nuevas perspectivas las rutas de la literatura y las artes plásticas.

Villaurrutia fue, por sobre muchas cosas, el factor humano que hizo posible la integración de ese núcleo estudiantil que tras sucesivas revistas literarias y aventuras culturales vendría a ser identificado con el nombre de la más conocida de sus publicaciones: Contemporáneos. Núcleo que fuera bautizado en su conferencia fundamental, La poesía de los jóvenes de México, como ''grupo sin grupo", en el que se aglutinaban además de él, Carlos Pellicer, Jaime Torres Bodet, José Gorostiza, Enrique González Rojo, Bernardo Ortiz de Montellano y Salvador Novo y al que también haría adherirse Villaurrutia a Jorge Cuesta y a Gilberto Owen; un grupo que, en definitiva, rebasó los límites de una generación para convertirse en el movimiento o corriente que insertó al país en la modernidad.

De esa personalidad que ''era como el imán", por el don que tenía de ''atraer a sí y de comunicar su dinamismo, a todos, a todos sus amigos", según afirmó el pintor y dramaturgo Agustín Lazo, tan cercano a él, están presentes en esta muestra los rostros no sólo del poeta, del dramaturgo, del actor, del director teatral, del traductor y del crítico, hay también un asomo a las inquietudes que lo condujeron a la expresión plástica, al dibujo y al grabado particularmente, al igual que testimonios de su crítica cinematográfica; está también la constancia de su incursión en el surrealismo representado por su trato con el escritor César Moro, aventura tras la cual nos legó el ''cadáver exquisito" dibujado por él, por Moro y J.M. Delgado en una servilleta, acompañados dichos testimonios, hasta donde fue posible, por la transcripción de las palabras del propio escritor. Están ausentes, por la imposibilidad física de obtenerlas, que las hubo, sus vertientes de cronista deportivo en terrenos del beisbol y las crónicas donde recogió su afición taurina.

La obsesión por su propia imagen capturada por otros artistas, pintores y fotógrafos y por él mismo está igualmente representada por unos cuantos ejemplos, incluido aquel que su amada, la Muerte, le arrancara, en forma de su mascarilla, hace 50 años, hecho éste, es decir, su deceso por el que esta exposición intenta el recuerdo de tan variado y preclaro personaje.