jueves Ť 10 Ť mayo Ť 2001

Gabriela Rodríguez

Las otras madres
 

Poco pensamos el 10 de mayo en las otras madres. Las religiosas, las monjas, las castas por decisión. Mujeres que han sido víctimas privilegiadas de los actos de represión más brutales de la Iglesia católica.

Infiltradas en un mundo de hombres poderosos, las monjas, como mujeres que son, se consideran impuras en relación con lo sagrado, seres humanos de segunda clase, la personificación de las trampas del diablo en los ambientes eclesiales, peligro permanente de los sacerdotes, supuestamente célibes.

El arrogante sexismo de los sacerdotes señala que la mujer predicadora debe desaparecer de la escena, borrarse, apartarse de la mirada pública, rezar en voz baja y callar, estar tan silenciosa que pueda mover los labios de tal modo que nada pueda oírse. Para asegurar su virtud y su pudor, debe vestir de colores oscuros, cubrir la cabeza con un velo, al menos en los templos, y nunca soltarse el pelo, lo que se considera como signo de conducta suelta, sino recogerlo y peinarlo decentemente. Los jerarcas eclesiales no las consideran competentes para dar servicio en los altares ni para bautizar ni para ningún acto litúrgico. Ni para el oficio de enseñar. Ellas deben escuchar a sus maestros y someterse a lo que señalan sus guías espirituales.

Mujeres manipuladas hasta el grado de introyectar la virginidad como un valor, han sido también víctimas de abuso sexual y violaciones de sus propios maestros. La revista National Catholic Reporter publica recientemente escalofriante informe realizado desde 1994 por las religiosas Maura O' Donohue y Marie MacDonald, en el que denuncian la situación de explotación sexual en la que viven muchas monjas. La primera, también coordinadora del programa contra el sida de Cáritas International, señala que los sacerdotes exigen favores sexuales para poder trabajar en una diócesis, que hay una alta frecuencia de embarazos no deseados entre las monjas violadas por ellos, y amenazas de expulsión de la congregación, de no acceder al aborto.

El informe también señala que los curas recurren a las monjas para obtener sexo con "garantías sanitarias" con mujeres castas que no los pueden contagiar de VIH/sida. Los abusos sexuales se han documentado en 23 países, entre los que figura: Italia, Irlanda, India, Colombia, Estados Unidos, y el resto son países de Africa. Algunos de ellos proporcionaban píldoras anticonceptivas a las monjas haciéndolas creer que éstas evitan el contagio del VIH/sida. El caso más significativo es el de una monja que perdió la vida al practicarse un aborto inseguro al que la llevó el propio sacerdote que la había violado, y el cual además se dignó oficiar la misa en su funeral. En otro caso reciente, una superiora dio a conocer que en su comunidad ya existen 29 mujeres infectadas del VIH/sida, resultado de la explotación sexual de los sacerdotes (agencias NotieSe/ CIMAC/ Red Modemujer).

Entre las múltiples reacciones que ha despertado este escándalo, Francis Kissling, presidenta de Catholics for Free Choice (Católicas por el Derecho a Decidir), manifestó que esas denuncias son la gota que derramó el vaso para millones de mujeres y hombres católicos que están indignados ante la doble vida y los abusos de poder de los líderes religiosos. Las prácticas sexuales de los religiosos en Estados Unidos contradicen las prohibiciones de la Santa Madre Iglesia: 2 por ciento de los religiosos cumple con el celibato y 50 por ciento sólo relativamente; de esta mitad un tercio es homosexual. Otra investigación sobre la sexualidad en el clero, realizada por José Rodríguez en España, encontró que 95 por ciento se masturba, 60 por ciento mantiene relaciones sexuales, 26 por ciento soba a menores, 20 por ciento realiza prácticas homosexuales, 12 por ciento es exclusivamente homosexual y 7 por ciento comete abusos sexuales graves a menores (agencia CIMAC). Recordamos siempre, y sin poder evitarlo, el caso de nuestro multiabusador de menores: monseñor Marcial Maciel, fundador y líder de los Legionarios de Cristo.

Las denuncias ponen en evidencia el rechazo, la satanización y las represiones contra las mujeres, que se apoyan en los postulados teológicos y que se han mantenido a lo largo de toda la historia de la Iglesia católica. Se trata de principios que han favorecido las desigualdades de género y la violencia de los derechos humanos de las mujeres, más allá de los conventos, en todas las sociedades occidentales. Una doctrina que al tiempo que sostiene el credo del celibato, que prohíbe el uso del condón, de los anticonceptivos y del aborto, sistemáticamente ha obstruido las campañas de prevención del VIH/sida y de los embarazos no deseados, y que ha favorecido el crecimiento de los abortos ilegales y de miles de muertes maternas por abortos inseguros, particularmente en los países más pobres.