JUEVES Ť 10 Ť MAYO Ť 2001
Angel Guerra Cabrera
La historia sigue
Hace unos días Estados Unidos recibió una contundente derrota diplomática por partida doble, acaso la más simbólica que haya sufrido después del supuesto fin de la guerra fría. Resultó virtualmente expulsado de dos instancias de la ONU, vitales para su política exterior: la Comisión de Derechos Humanos y la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes. De la primera había sido miembro sin interrupción desde su fundación en 1947.
El hecho es más importante por cuanto ambas votaciones del Consejo Económico y Social de la ONU fueron secretas. Es muy distinto el caso cuando se trata de votaciones públicas en que Washington puede aplicar a mansalva el habitual repertorio de presiones y amenazas que emplea contra los que no acatan su voluntad.
En ambos escrutinios fueron 28 los contrarios al Coloso del Norte de un total de 54. Francia, dato revelador, país caracterizado entre los occidentales ricos por resistirse a los designios yanquis y por una mayor comprensión hacia las naciones pobres, obtuvo todos los votos menos uno, presumiblemente --no hay que ser muy perspicaz-- el de Estados Unidos. La noticia asombró o provocó el estupor de muchos y ha estimulado innumerables análisis en la prensa internacional, incluida la estadunidense.
Al desplomarse el bloque soviético el mundo pasó en un santiamén a la unipolaridad. Unipolaridad militar basada en el decisivo poderío de Estados Unidos en ese rubro, aunque no económica ni del todo política.
Aparente unipolaridad ideológica debido a la formidable hegemonía mundial en que quedaba el sistema capitalista.
Ebrios, muchos heraldos de la derecha intelectual enarbolaron sin pudor seudoteorías que anunciaban el fin de la historia (Fukuyama dixit), de la lucha de clases, de las ideas socialistas. Se auguraba per secula seculorum un mundo idílico para el capital.
Fueron sacramentadas --dogma de fe neoliberal-- la propiedad privada, la competencia capitalista y el individualismo rampante como las únicas fuentes de progreso. Corolario lógico, se satanizó la intervención del Estado en la redistribución del producto, a menos que fuera a favor de los millonarios; la democracia representativa al uso, colocada en el altar de la globalización como la única forma posible de organización de la política. Esta devenida simplemente, salvo contadas excepciones, en un periódico torneo de marketing para decidir la alternancia entre los grupos de poder económico o sus representantes, donde se enajena al pueblo de toda decisión importante.
Hete aquí que la realidad es mucho más compleja. La unipolaridad militar y la política de fuerza de la Unión Americana conducen inevitablemente a agudas controversias con la Unión Europea y Japón --los otros dos grandes polos económicos--, con potencias emergentes, como China, y con el Tercer Mundo. Estas controversias, ya se ve claro, tenderán a agravarse con la arrogancia y la torpeza diplomática con que se ha inaugurado la administración de Bush Jr.
Los Estados subdesarrollados dan señales de reorganizarse para resguardar sus intereses. Un ejemplo claro es la revitalización de la OPEP.
Los pueblos, clases y sectores sociales oprimidos han demostrado que no se resignarán a un orden tan injusto como lo confirman las rebeliones de Chiapas; de los indios, trabajadores y negros de Ecuador; de la coalición antiglobalización en Seattle, Washington, Praga, Davos, Cancún; de los antimilitaristas puertorriqueños; la resistencia de Cuba, la intifada palestina.
Analistas han citado las razones que llevaron a tantos países --incluidos varios de sus presuntos aliados-- a la insólita sublevación contra Washington en el Consejo Económico y Social de la ONU: la negativa a suscribir el protocolo de Kioto sobre el calentamiento atmosférico; igual actitud respecto a la suspensión de las pruebas nucleares, a la renuncia al uso de las minas terrestres y a la creación del Tribunal Penal Internacional; la oposición a que los países subdesarrollados --los de Africa en particular-- empleen medicamentos baratos contra el sida producidos por laboratorios alternativos a las trasnacionales; la persistencia en aplicar la pena de muerte, la decisión de crear el peligroso escudo antimisiles, el doble rasero y la caza de brujas con que ha desvirtuado a la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. Como colofón, el adeudo a ese organismo internacional de más de mil millones de dólares.
Se trata de actitudes inherentes a la propia naturaleza del sistema imperialista estadunidense y esto es lo que muy pocos analistas han comprendido. De modo que la reciente derrota de Washington en la ONU no es un incidente coyuntural ni pasajero y parecería señalar una tendencia irreversible. La historia sigue.