La Universidad de Sonora me invitó al cuarto Congreso de la Asociación Mexicana de Investigación Teatral (AMIT, AC) a la que no pertenezco porque no me considero investigadora académica como sí lo son la mayoría de sus integrantes, que laboran e investigan tanto en diversas universidades del país como en el Centro de Investigación Teatral Rodolfo Usigli (CITRU). Por desgracia, la lejanía de la sede impidió que acudieran muchos miembros de la asociación de diferentes estados de la República, a los que también me hubiera interesado escuchar. El tema general del congreso era la Investigación teatral regional en México, aunque se escucharon diversas ponencias, con temas variopintos, que reflejaron los intereses de los investigadores mexicanos acerca del fenómeno teatral, y a mi parecer sobresalieron las conferencias magistrales de Armando Partida, que habló de su experiencia como investigador a partir de un preámbulo académico acerca de Alfonso Reyes y la de Giovanna Reggia, la mayor experta en escenografía y arquitectura teatral cuyo cd rom es un hito en las investigaciones del CITRU.
El teatrista e investigador duranguense Enrique Mijares participó con una conferencia magistral también y con una ponencia en una de las mesas temáticas, ambas muy provocativas y enfiladas a la crítica de las instituciones y del centralismo que, según el conferencista, ''impone" sus criterios, cosa que a ojo de buen cubero poco se apreció en las ponencias de los demás participantes, cada quien ocupado en exponer lo que a su estado compete. Mi conferencia habló del Centralismo en los fenómenos regionales en los que intenté, como se me había pedido, hacer un recuento del estado del teatro en nuestro país, del que no se puede hablar sin mencionar, aunque en un tono menos agresivo que Mijares, al centralismo que padecemos. Como acto central se rindió un homenaje a Oscar Liera.
En las universidades priva la idea de que estudiar el fenómeno artístico es estudiar las artes visuales (véase si no lo que propone siempre cualquier diplomado o licenciatura en Historia del arte) y por ello hay que celebrar la conformación de esta asociación que utiliza criterios, quizá todavía no homologados, para investigar el quehacer teatral. También la Universidad de Sonora con su reciente licenciatura en Artes, que contempla la opción teatro, apoya esta reivindicación del teatro como un fenómeno artístico, muy lejano a la idea de mero entretenimiento.
En esta licenciatura sólo se forman actores; quizá con el tiempo se despegue hacia la formación de directores, escenógrafos e iluminadores que, a juzgar por las dos escenificaciones que se nos presentaron, buena falta hacen. La primera generación de futuros actores se compone de cinco mujeres y un hombre, lo que dificulta el repertorio. De allí que se haya elegido la versión de Juan Tovar a la novela gótica El monje, de Matthew G. Lewis, y la adaptación de Jean Paul Sartre a Las troyanas, de Eurípides.
La primera tuvo como director invitado a Martín Zapata, quien desdeñó los posibles matices actorales de sus estudiantes dándoles un solo tono recitativo, siempre en la misma tesitura. Zapata les procuró, además, pocos puntos de apoyo para resolver un texto ya de suyo muy poco brillante, muy reductor de la novela original, utilizando tres trazos de luz por los que movió al actor y las actrices, casi en penumbra, de modo muy poco imaginativo.
Oscar Flores Acevedo afirma aplicar la técnica de Jaques Lecoq de expresión corporal en lo que sería un buen entrenamiento para los alumnos, pero que resulta un tanto grotesca como producto final: no todas las técnicas corporales se prestan para todos los textos. También con una iluminación errática y penumbrosa, éste y el anterior montaje nos demuestran que en la licenciatura hay que preparar diseñadores y que quizá las siguientes invitaciones a directores huéspedes deberían contemplarse con mayor rigor.