viernes Ť 11 Ť mayo Ť 2001
Jorge Camil
El regreso de los halcones
Desde el fin de la guerra fría Estados Unidos atraviesa por una crisis de conciencia en relación con el delicado asunto de su seguridad nacional: Ƒcómo manejar la difícil situación de ser la única superpotencia mundial? Por una parte, están las tentaciones de avasallar militarmente a enemigos reales o imaginarios, actuar como robocop del orden mundial, controlar el comercio internacional para promover productos y servicios, e imponer el american way of life. Por la otra, está la crisis de identidad descrita por Ronald Steel en Temptations of a superpower: "durante la guerra fria teníamos rumbo; hoy navegamos a la deriva. Hubo una vez un enemigo poderoso; hoy nos ha abandonado. Hace poco teníamos aliados obedientes; hoy se han convertido en nuestros rivales comerciales". La victoria contra lo que Ronald Reagan solía llamar el "imperio de mal" resultó un arma de dos filos, porque Rusia, desmembrada, en quiebra y al borde del precipicio, es una amenaza más peligrosa para la paz mundial que cuando se ostentaba como una simple potencia militar (šnos estremece la idea de una hambruna generalizada, migraciones masivas sobre el continente europeo, moratoria de pagos y la visión apocalíptica de un bazar de armas nucleares rematadas al mejor postor!). Además, la Europa romántica de la guerra fría, una invención de Estados Unidos, ha dejado de buscar el patrocinio, la protección militar y la ayuda económica de la superpotencia para perseguir y alcanzar un destino dorado que comenzó hace medio siglo como una modesta Asociación del Carbón y del Acero bajo los auspicios de grandes estadistas como Konrad Adenauer (šVive Dios!, si la España de hoy contribuye a la comunidad internacional con los servicios de funcionarios como Javier Solana, además de millones de dólares para programas de ayuda humanitaria).
Bill Clinton entendió y jugó con inteligencia el papel de única superpotencia en el mundo multipolar de hoy: asistió disciplinado, como un condiscípulo más, a las cumbres y reuniones regionales donde se uniforma a los jefes de Estado con camisas hawaianas y otras estrafalarias prendas de vestir. Buscó, hasta el último día de su mandato, la paz en el Medio Oriente e inició los trabajos para el Area de Libre Comercio de las Américas. Sin embargo, su sucesor muestra signos ominosos de haber sucumbido a la tentación militar.
Apoyado por Dick Cheney y la pléyade de halcones que forman su gabinete (Donald Rumsfeld, Colin Powell, John Ashcroft y Condoleeza Rice, para citar a los principales), presentó la semana pasada en la Universidad de la Defensa Nacional (Ƒdónde más habría de ser?) su plan para el escudo de defensa antimisiles: un programa mucho más ambicioso que la iniciativa de defensa estratégica de Ronald Reagan conocido como la Guerra de las galaxias. "Debemos asegurar nuestra defensa nacional más allá de la triste premisa de que podemos destruir a todos aquellos que buscan destruirnos", afirmó George W. Bush con una retórica que recordó al Nikita Kruschev que prometió "convertir en polvo al imperio estadunidense". Y justificó la necesidad de su ambicioso plan en la firme convicción de que "aún existen tiranos consumidos por un implacable odio contra Estados Unidos" (mencionando, por supuesto, por nombre y apellido, al villano favorito: Saddam Hussein). El problema es que el escudo antimisiles exige desconocer unilateralmente el tratado suscrito con la Unión Soviética en 1972 para detener la proliferación de misiles balísticos intercontinentales (un acto inamistoso que implica un riesgo calculado y aceptado por Bush). "Estamos definitivamente ante una nueva carrera armamentista", concluyeron casi todos los expertos y los jefes de las potencias. La preocupación primordial es que China, el enemigo en turno, inicie ahora la construcción de una nueva generación de armas nucleares para penetrar el escudo antimisiles. Y así sucesivamente...
El programa anunciado por Bush consiste en una sofisticada red internacional de misiles interceptores y cañones láser colocados en aire, mar y tierra, además del espacio sideral, y montados en buques, aviones y satélites (inclusive en aviones comerciales), que servirían de escudo impenetrable para interceptar y destruir, antes de que ingresen a la atmósfera terrestre, misiles dirigidos contra Estados Unidos. ƑQué podemos esperar de todo esto los mexicanos, inmersos como estamos en una nueva luna de miel? Esperar, tal vez, que en el nuevo espíritu de cooperación en asuntos migratorios, energéticos, comerciales y de combate a las drogas, alguno de los nuevos "amigos de México" (Bush, o el mismísimo Jesse Helms) le pida a Vicente Fox instalar misiles interceptores en territorio nacional, o cañones de rayos láser en los aviones de Aeroméxico. (ƑA quién le importaría un comino la seguridad de los pasajeros cuando se promueve la "nueva versión del mundo libre"?)