Ť El centro de asistencia las festejó ayer en el bosque de Tláhuac
Con frecuencia ancianas son abandonadas por familiares a las puertas del albergue La Coruña
Ť A veces gente de provincia las trae al DF "para desorientarlas y perderlas": la directora
SUSANA GONZALEZ G.
Entre tantas felicitaciones, flores y regalos que abundaron ayer, ninguno fue para ellas. Convertidas, por el abandono de sus hijos, en indigentes o internas de algún albergue, mujeres de más de 60 años apenas si pudieron festejar el 10 de mayo con un modesto día de campo en el bosque de Tláhuac, organizado por el Centro de Asistencia e Integración La Coruña, dependiente del gobierno capitalino.
Una comida al aire libre para que las ancianas se distrajeran fue preferible a realizar una fiesta tradicional en el centro, para evitar "despertarles recuerdos que las sumieran en la depresión", pero aun así apenas 25 de un total de 132 internas, entre permanentes y transitorias, accedieron a sumarse al festejo, que representó su primera salida en lo que va del año.
Muchas internas no pudieron salir debido a que sus padecimientos físicos y mentales las mantienen postradas en sus camas, pero otras con capacidad para desplazarse, de plano no quisieron ir al paseo, pese al trabajo de convencimiento que llevaron a cabo las sicólogas y trabajadoras sociales del lugar, durante varios días.
"Se niegan a unirse a este tipo de actividades porque no son capaces de disfrutar. El bullicio las inhibe. Son personas con muy baja autoestima y provienen de núcleos violentos, por lo que prefieren quedarse aquí porque se sienten protegidas", explicó Griselda Villegas, directora del centro.
La violencia parece ser el rasgo común en las historias de estas mujeres. Y es que, según la funcionaria, "están conscientes del festejo del Día de las Madres pero también del rechazo familiar, porque muchas provienen de familias donde ellas mismas propiciaron la violencia con sus hijos y se saben no queridas".
De cualquier manera, dado que el objetivo principal del centro es lograr reintegrar a las mujeres en su núcleo familiar y social, aseguró que el personal de la institución se encarga de buscar a sus parientes a fin de sensibilizarlos para que acojan y atiendan a sus ancianas. Sin embargo, en más de una ocasión "a pesar de tener la dirección y todos sus datos, los hijos nos han cerrado la puerta y niegan ser quienes buscamos. Todo para no recibir a los viejitos."
Por su propio pie, con ayuda de algún vecino o mediante la canalización de policías, funcionarios delegacionales o cualquier persona que conoce el lugar, las ancianas llegan a La Coruña. Pero como parte de la "cultura del desprecio que existe contra los ancianos", como lo definió Griselda Villegas, también se dan casos de gente que abandona a sus madres o abuelas en la puerta del albergue. "Otras veces la gente de provincia, principalmente del estado de México, los trae al DF para desorientarlos y perderlos".
"A mí, mi hija me trajo y me dejó aquí. Dijo muchas mentiras, como que yo era una señora que decía que era su madre y que no era cierto", relató Lucila Hernández Verduzco, de 69 años, secretaria hasta los 40 y que trabajó durante ocho años con Martín Luis Guzmán en la revista Tiempo. Doña Lucila dijo que ella no crió a sus dos hijos mayores porque se enfermó de bocio, por lo que su marido y suegra optaron por quitárselos, pero al morir su tercer hijo, producto de otra relación, su hija quiso conocerla y después decidió abandonarla.
En esas circunstancias, pocas son las que reciben regularmente visita y menos aún de sus familiares.
Pese a todo, quienes se animaron a ir al festejo --entre ellas algunas mujeres jóvenes con padecimientos físicos y mentales--- se arreglaron con sus mejores ropas para abordar el microbús facilitado por el Gobierno del DF que las llevaría a Tláhuac, seguido de la camioneta adaptada como ambulancia, en previsión de cualquier eventualidad. Tantas eran las expectativas con el paseo después de dos salidas frustradas, que Beatriz, de 30 años y amputada de la pierna derecha, decía entre risas: "este paseo ya lo soñé".
Las internas disfrutaron un menú diferente al de costumbre, aunque con restricciones en la sal: pollo y papas fritas, con ensalada rusa y refresco.
Por la tarde, se cantaron las mañanitas frente a un pastel color rosa mexicano, decorado con flores moradas, rojas y azules, rodeadas por rebanadas de fresas y duraznos encaramelados. Algunas voces se quebraron entonces y las lágrimas escurrían por el rostro de las ancianas.