VIERNES Ť 11 Ť MAYO Ť 2001
José Cueli
Wittgenstein, crítico del psicoanálisis
El desafío que Ludwig Wittgenstein lanza no sólo a la filosofía sino a todo el pensamiento contemporáneo podría resumirse en una de sus frases más relevantes: ''La filosofía es praxis analítica y crítica del lenguaje, un estilo de vida y de pensar, no una doctrina". Aserto, éste, abierto a múltiples sentidos, revelador y a la vez enigmático como la vida misma. La obra inaugural del pensamiento wittgensteniano es el Tractus Lógico-Philosophicus, escrita en 1921 en cuadernos de campaña durante la Primera Guerra Mundial.
Según la fórmula del propio Wittgenstein, ''se podría resumir todo el sentido del libro en estas palabras: todo lo que se puede decir se puede decir claramente; y de lo que no se puede hablar hay que callarse". Cuando intenta precisarle a Russell el mensaje exacto de su libro, le comunica lo siguiente: ''El punto principal es la teoría de lo que puede ser dicho en las proposiciones -es decir, por el lenguaje- (y, lo que viene a ser lo mismo, lo que puede ser pensado) y de lo que no puede ser dicho en las proposiciones, sino solamente mostrado, lo que, creo yo, es el problema cardinal de la filosofía".
Lo que aquí se propone Wittgenstein es repensar la correlación del lenguaje con el mundo. El mundo es definido como la totalidad de los hechos; y el hecho es definido como coexistencia de estados de cosas, que son a su vez combinaciones de objetos. Estando dado que las proposiciones elementales del lenguaje son combinaciones de nombres y que (el nombre significa el objeto), se puede concluir que la fórmula lógica del lenguaje es la forma misma del mundo. Así, según Wittgenstein, sólo los enunciados de la naturaleza están dotados de sentido; las proporciones de la matemática o la filosofía están, en cuanto tales, desprovistas de él, de manera que la única tarea de la filosofía es, para él, ''la clarificación lógica de los pensamientos". Pero la filosofía, al querer mostrar las celadas del lenguaje, se condena en última instancia al silencio.
Wittgenstein decidió, en 1945, publicar el resultado de las investigaciones que había realizado desde hacía más de 16 años, resultado que marco un giro sustancial en su filosofía. Los principales temas abordados son los de la significación, la comprensión, el lenguaje, el pensamiento, la lógica, la cuestión del lenguaje privado, y el análisis de los estados de la conciencia. Esta obra, al igual que el Tractatus ponen de manifiesto el ánimo de rechazar toda forma de ''platonismo", de recusar todo absoluto, toda forma general. Refleja sobre todo la toma de conciencia, en su pensamiento, de que no hay forma pradigmática de proposiciones elementales, sino que hay tantos tipos de proposiciones elementales, como tipos de hechos, y eso viene a quebrantar sus primeras proposiciones.
Wittgenstein ha abandonado una teoría de la representación por una teoría pragmática del lenguaje. Una palabra, una expresión, una frase sólo pueden ser comprendidas si se hace referencia al papel que desempeñan en lo que él denomina ''juegos de lenguaje''. El juego lingüístico sólo cobra significación vinculado con una ''forma de vida'' que se manifiesta como lo que da conciencia al lenguaje. Lo verdadero y lo falso no remiten ya a una res ni se plantean en términos de adecuación entre la res y el intellectus, sino que remiten a la vida de los que hablan.
''Verdadero y falso es lo que los hombres dicen que es, al ponerse de acuerdo en el lenguaje que emplean. No se trata de una conformidad de opinión, sino de forma de vida.''
La obra desarrolla igualmente una argumentación contra la idea de un ''lenguaje privado'' y ofrece singulares ejemplos de análisis de los ''procesos psíquicos'' y los ''estados de conciencia''. Propone, a la sazón, a la filosofía como una actividad, como una ''lucha contra el embrujamiento de nuestra inteligencia por medio de nuestro lenguaje".
Quizá lo más destacable de la obra de Wittgenstein sea, en efecto, toda una concepción de la filosofía como revisión jamás acabada del saber, como quebrantamiento perpetuo de nuestras certidumbres y de nuestros dogmas; punto en el cual estaría en convergencia con el pensamiento de Freud y Derrida a pesar de ser, con este último, uno de los mayores objetadores del psicoanálisis, así como uno de los más profundos conocedores de la obra de Freud.