NUEVO TRASPIE DISCURSIVO
Ayer, en la capital española, al participar en un
seminario sobre procesos de democratización, el canciller Jorge
G. Castañeda pronunció una frase confusa, en el mejor de
los casos, y francamente desafortunada, en el peor: "los mexicanos --dijo--
tienen que asumir los errores del pasado y combatirlos en el futuro" en
aparente referencia a prácticas autoritarias y represivas, así
como a la corrupción generalizada, rasgos característicos
del régimen priísta.
La expresión del titular de la política
exterior podría implicar la idea de que la sociedad, en su conjunto,
fue responsable de los desmanes, excesos y desviaciones del poder público,
cuando la verdad es que fue víctima de los vicios y las distorsiones
políticas, legales y morales del prolongado monopolio gubernamental
que terminó el primero de diciembre pasado.
Castañeda, a título personal, es, ciertamente,
libre de formular y sostener tales posturas --u otras-- acerca del pasado
político inmediato, pero en su calidad de secretario de Relaciones
Exteriores --es decir, encargado de la representación nacional ante
el extranjero-- e integrante de primer nivel del equipo presidencial de
Vicente Fox, cabe demandarle mayor mesura en sus expresiones, las cuales,
con frecuencia, desentonan con respecto a los propósitos del nuevo
gobierno y han generado tensiones, desencuentros y hasta colisiones verbales
con otros miembros del gabinete.
En términos generales, esta nueva declaración
desafortunada del canciller Castañeda es una muestra más
de la descoordinación declarativa que, como se señaló
ayer en este mismo espacio, ha imperado entre los más importantes
funcionarios del Ejecutivo federal y que en no pocas ocasiones ha obligado
al propio mandatario a formular precisiones, a rectificar o ratificar expresiones
de sus colaboradores quienes, de esta manera, han sometido a su jefe a
un desgaste político innecesario y que no es bueno para nadie.
La soltura verbal de los altos mandos gubernamentales
es ciertamente una novedad refrescante que contrasta con el verticalismo,
la disciplina y hasta el servilismo del presidencialismo mexicano de la
era priísta. Pero el hecho de que hoy en día ningún
secretario, subsecretario o colaborador presidencial importante, tenga
que consultar con Los Pinos antes de haber declaraciones, no exime a tales
funcionarios del deber de hablar con sentido común, mesura, propiedad
y espíritu republicano. La ligereza y el exceso con el que se han
manifestado varios de ellos en demasiadas ocasiones provoca, en cambio,
una erosión en la credibilidad y en la buena imagen que requiere,
para realizar su tarea con eficacia, el equipo de gobierno.
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