domingo Ť 13 Ť mayo Ť 2001

Guillermo Almeyra

Rusia: las sucias armas de Putin

El presidente ruso, Vladimir Putin, trata de afirmarse en el ejército y en la sociedad. En el primero, porque en el mismo cunde el descontento por la pésima situación económica de sus cuadros, debido a la incapacidad demostrada en la guerra de Chechenia, después del desastre moral en Afganistán cuando los rusos eran aún soviéticos, por el derrumbe tecnológico de las fuerzas armadas -Rusia quedó inerme ante un posible ataque atómico, cuando un incendio en sus fuerzas espaciales paralizó cuatro de sus satélites militares que tienen como misión detectar y repeler los cohetes nucleares enemigos- y, por último, pero sólo en orden de enumeración, por el plan estadunidense de construcción del "escudo estelar", obviamente dirigido contra Rusia y China. En la segunda, ante la catástrofe económica, el desarrollo de la mafia, de la corrupción, de la inseguridad y ante las continuas humillaciones al honor nacional.

La respuesta que a estos problemas da Putin, ex general del KGB, está siendo la clásica: reforzar el militarismo y el corporativismo militar en el gobierno y en la sociedad, y montar y espolonear el caballo del chovinismo. Por eso festejó con un gran desfile el aniversario de la victoria contra el nazismo que, para Rusia, fue el triunfo de la "Gran Guerra Patria", así bautizada por Stalin. ƑQué otra cosa hizo Stalin en los momentos difíciles sino resucitar el odio a los alemanes, la figura medieval de Alejandro Nevsky, la del autocrático Iván El Terrible y olvidar toda pretensión social o internacionalista para resucitar el patriotismo ruso, dejando de lado el espíritu soviético? Putin, espía y policía del régimen soviético de la decadencia no opta por una nueva perestroika -reforma del Estado- y una nueva glasnost -transparencia- sino, a la stalinista, por reforzar el poder estatal, los órganos de represión y concentrar la información en manos de aquél, y no de los nuevos barones de la economía ni de la mafia, a la que quiere estatizar y controlar.

La demostración de fuerza castrense tenía varios destinatarios: en primer lugar, George Bush, al que pretende recordarle que un oso herido y enfermo sigue siendo un oso, y que Rusia, desde Pedro El Grande, es una potencia. En segundo lugar, como hemos dicho, el desfile buscó golpear la imaginación del ejército y del pueblo ruso con un símbolo soviético -el desfile ante el Kremlin. En tercer lugar, buscó decirle a la OTAN y a la Unión Europea que extenderá sus fronteras hasta los lindes rusos, que no se puede prescindir de Moscú en el Viejo Continente ni presumir que la impotencia rusa en los Balcanes se repetirá en el Báltico o en el Mar Negro. En cuarto lugar, la parada intentó convencer a China de que Rusia no sólo es un posible aliado, sino que también es un buen proveedor de tecnología militar para la renovación del ejército, cosa que Pekín no puede hacer por sí solo y que es urgente, dada la tensión con Estados Unidos y el apoyo de éste al régimen de Taiwán.

Putin, buen ruso educado en el stalinismo, recurre por consiguiente al militarismo y al nacionalismo. Pero no sería buen discípulo de sus anteriores maestros si, como forma concreta y rusa del chovinismo, no fomentase también el odio a los judíos, base de los pogroms del zarismo y de Stalin, y amalgama ultrarreaccionaria de todos los primitivos que dan una base racial a la arrogancia y el despilfarro de los "nuevos rusos", y que creen luchar por la igualdad "extirpando el cáncer judío". Putin halaga así el nacionalismo antisemita y chovinista de los "comunistas" a la Ziúganov y de los ultrarreaccionarios a la Zhirinovsky y, en el mismo momento en que rusifica las regiones habitadas por pueblos caucásicos o asiáticos y, por consiguiente, despierta el resentimiento de los mismos, resucita el viejo chivo expiatorio de la historia rusa: los judíos.

De este modo, Rusia se acerca a China ante la amenaza estadunidense, pero ambos lo hacen sin apelar a los pueblos del mundo ni a una idea socialmente superior sino simplemente uniendo sus nacionalismos y dejando -por el momento- de lado sus divergencias resultantes de las reivindicaciones de potencia. "Nacionalistas del mundo, uníos contra el imperialismo occidental", parece ser la consigna de las patrias de los nacionalistas-comunistas José Stalin y Mao Zedong. Pero su nacionalismo es el de una alianza de dos potencias nucleares medias, no el nacionalismo de pueblos oprimidos o de movimientos de liberación nacional, como los palestinos o los kurdos. No tiene, por consiguiente, capacidad de contagiar entusiasmos y, por el contrario, da serios argumentos a la política nacionalista agresiva de George W. Bush y no ayuda en nada a politizar al pueblo estadunidense.

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