domingo Ť 13 Ť mayo Ť 2001

Néstor de Buen

Otro diez de mayo

La guerra había empezado el 1o. de septiembre de 1939. Francia, miedosa ante la amenaza alemana, confiada en su Línea Maginot, que marcaba la frontera, una fortaleza supuestamente imposible de pasar, e Inglaterra, orgullosa pero sin más medios que una flota de guerra impresionante, no habían tenido más alternativa que declararla ante la invasión nazi en Polonia. Atrás quedaban la ocupación de Austria, el Pacto de Munich firmado con la pluma del miedo por Chamberlain y Daladier, primeros ministros de ambos países y la consecuente ocupación de Checoslovaquia, y un poco más atrás, el drama de España.

Los primeros partes de guerra -conservo algunos reproducidos en los periódicos de París- no hacían pensar en otra cosa que en la continuación de las escaramuzas a partir de las trincheras, como en 1914-1918. Los "poilus", mote bien conocido de los soldados de Francia, habían partido para el frente derramando lágrimas (por lo menos algunos de ellos, y hay imágenes gráficas muy gráficas) e Inglaterra confiaba en su frontera acuática. El invierno no presagiaba otra cosa que una guerra más formal que real.

El 10 de mayo de 1940 el ejército alemán le dio la vuelta a la Línea Maginot por el simple procedimiento de olvidarse de ella. Atacó a Bélgica, Holanda y Luxemburgo. Sus fronteras con Francia no tenían Línea Maginot. De allí derivó la derrota de Dunquerque; la salida violenta de las fuerzas expedicionarias de la Gran Bretaña, que lo pasaron muy mal en el regreso a casa, y enseguida el cambio de rumbo hacia París. Nunca lo olvidaré. Los De Buen vivíamos nuestro exilio en la capital de Francia y pudimos viajar a Burdeos y de allí a la aventura de América, en un tren abarrotado, que milagrosamente abordamos en la Gare d'Austerlitz un día y medio antes de la entrada nazi a París, a mediados de junio.

Ese procedimiento alemán cambió una guerra de trincheras por la puesta de moda de los Stuka, los bombardeos ligeros que habían ensayado sus armas mortales en el drama de Guernika del que lo único que cabe recordar de positivo es el cuadro testimonial de Picasso, hoy en destino definitivo en el Museo Reina Sofía de Madrid.

La guerra asumió características muy diferentes a las previstas. Inglaterra se encontró a sí misma y a su coraje tradicional bajo la dirección de Churchill en aquella batalla aérea que sustituyó lo que habría sido muy difícil de contener: una invasión a través de la Mancha, que difícilmente habrían podido superar los ingleses. De Gaulle devolvió el honor a los franceses. No faltaron los maquis españoles que hicieron la guerrilla contra el ejército alemán y los tanques tripulados por españoles, con nombres de las batallas famosas de la Guerra de España, que participaron en la liberación de París.

Para qué contar más. No sé si por eso mismo, la fecha del 10 de mayo me produce alergia. No soporto su comercialismo insoportable, la cursilería de las fiestas y la conversión en día festivo de un día que no está incluido en la lista de la LFT. Pero atrévase usted, empresario de polendas o jefecillo de un negocio familiar a no darles el día a las madres o a los hijos de las madres.

Creo que fueron los estadunidenses los que inventaron la fiestecita que un director de Excélsior, en tiempos remotos, convirtió en fiesta nacional. Y de allí, para beneplácito de industriales y comerciantes en grande y en pequeño y hoy ambulantes multiplicados, se derivaron los días del padre, del niño, del maestro y todos los pretextos para no trabajar, cuando hay que trabajar. Que no somos un país que pueda darse el lujo de no hacerlo.

Nuestro 10 de mayo es, además, la cúspide de la cursilería nacional. Los niños bailan o recitan y las señoras madres no tienen más remedio que convertirse en aplaudidoras de sus gracias. Las maestras, tiernas directoras escénicas, dan muestras arrobadoras de su cariño por las progenitoras, sus clientes, a quienes deben la chamba y la vida, y les obsequian flores a cambio de unas colegiaturas (a veces sin ellas) que corren el riesgo de viajar acompañadas del IVA. Las oficinas quedan desiertas, no hay quien conteste los teléfonos y pobre del patrón o la patrona (šmexicanas y mexicanos al grito de guerra!...) que no respete el sagrado derecho a la ausencia.

Aquel 10 de mayo marcó la historia. La indecisión del ejército alemán, que después de Dunquerque debió invadir Inglaterra y no darse el lujo de que sus fuerzas desfilaran bajo el Arco del Triunfo de París, con el mayor beneplácito de Herr Hitler, le costó la guerra y una derrota muy merecida, que puso en evidencia la bestialidad histórica y circunstancial de un pueblo admirable al que admiro.

No se me olvidan los bombardeos alemanes sobre Barcelona. Nosotros estábamos abajo. Leo ahora un libro de Jorge Semprún, L'écriture ou la vie, que describe descarnadamente el crimen de los campos de concentración, en particular Buchenwald que, curiosamente, quedó ubicado a unos cuantos kilómetros de la casa de Goethe, el escritor genial.

Les ruego perdonen mis alergias.