domingo Ť 13 Ť mayo Ť 2001
José Agustín Ortiz Pinchetti
No hubo mayo
Como dijo un amigo, este año no hubo mes de mayo. Por lo general, el mes es el último del estiaje y el primero de los chubascos. El del 2001 es un mayo loco con tormentas, vientos helados, granizadas y fenómenos desconcertantes. Extrañamos el mayo tradicional con su horario inmutable y aquellas experiencias como la descrita por Chin Chegt'an, un crítico chino del siglo XVIII: "Es un día caluroso, el sol pende quieto en el cielo y no hay un hálito de viento, el patio y el jardín son hornos... el sudor corre por mi cuerpo... No tengo ánimo ni para moverme... En este momento cuando me siento completamente desventurado hay un trueno repentino y de pronto grandes nubes tapan el cielo... comienza a caer el agua de la lluvia como cataratas en los aleros... Desaparece el sudor pegajoso y me siento bien de nuevo. šAh! šNo es esto felicidad!".
Recuperar la conciencia de los ciclos de las estaciones y del clima es gran cosa. Nos identifica con el mundo natural, nos vuelve más razonables. Los antiguos mexicanos seguían fielmente el calendario y ajustaban a él sus vidas. Este mes correspondía a la ''gran vigilia", y se hacían fiestas propiciatorias para provocar la lluvia. Todo el año había una multitud de fiestas propiciatorias con el menor pretexto. Es costumbre o vicio que hemos heredado los mexicanos contemporáneos.
Fernan Braudel reivindica esta historia de ciclos y reiteraciones casi inmóviles, era de las relaciones con el medio. Una historia sólida e inmutable, que en nuestro caso nos pone en contacto con la vida esencial: esta cuenca, esta tierra, este clima, estos ciclos.
Por encima de esta historia casi inmóvil está la historia social mucho más activa. Los mexicanos de hoy vivimos la etapa final de un régimen político. Es cierto: la primera etapa de la transición terminó bien, la entrega del poder y su recepción han sido ordenadas y pacíficas. Esto no deja de ser notable en una historia turbulenta de los cambios políticos. Pero estamos lejos de haber completado la transición, no hay un pacto entre las fuerzas políticas ni un proyecto común ni una reforma institucional.
Y hay otro fenómeno que abarca ya el plazo de una generación: la decadencia económica que, para engañarnos a nosotros mismos, llamamos crisis. En más de 20 años el promedio anual del crecimiento del PIB es cero. Después de breve mejoría se nos anuncia que volverá a reducirse el crecimiento. Estamos viviendo el cuarto gobierno que sostiene la doctrina neoliberal. No se ve por ninguna parte una voluntad política para revertirla, a pesar de que ha aumentado la miseria y la desigualdad y que tiene recaídas recurrentes. Nunca ha podido cumplir sus promesas que reitera "con un optimismo trágicamente irreal", como decía Daniel Cosío Villegas en 1948.
También se presenta ante nosotros la historia "rápida", la de las individualidades. Es la historia que relatan los periódicos. Una sucesión alucinante de acontecimientos generalmente alarmantes: Por ejemplo, este día: un nuevo plan antinarco. El anuncio por parte del gobierno federal de la reducción de la meta económica. La promesa de revisar el pasado inmediato, sin expresar la forma en que se hará el examen. Los editoriales expresan las ideas y sentimientos de la hora. Prevalece la incertidumbre. Crece la desilusión en el sentido directo de la palabra. Pareciera que intelectuales que defendieron al sistema sienten una alegría perversa al ver las dificultades del nuevo gobierno. En realidad, lo que importa como asunto colectivo es la gobernabilidad del país, la que se conforma con miles y miles de decisiones individuales de los políticos. Nada habría peor que la inestabilidad política porque puede hacer revertir al proceso democrático. En esto no podemos hacernos ilusiones.