Ť Primera presentación en Bellas Artes de la bailaora
Sara Baras calzó a Juana la Loca con zapatos de flamenco
Ť Hizo un bis con su madre Ť Académica a su pesar, fue acompañada por José Serrano, egresado del Ballet Nacional
CESAR GÜEMES
Vestida de amarillo, canela de la piel, descalza: un presente para la mirada de ojos de lince o para la imaginación. Delgada, menuda, aeróbica y descalza, Sara Baras pisa sin tocar del todo por primera vez el escenario de Bellas Artes. Sin ruido, modosa, aniñada, hace alarde de su juventud y de la levedad de su cuerpo. Descalza y ligera. Sólo un minuto.
En seguida, la historia que ha venido a contar, la vida de Juana la Loca, título de su espectáculo flamenco que lleva por apellido el de Vivir por amor. Y ahí nos olvidamos de la pequeña Sara para que aparezca, guirnalda con tacones, la Baras, la aprendiz de hechicera, bruja joven, echada para adelante, con la compañía de danza a la que le ha impreso su nombre. Una ejecución limpia, ordenada, académica a su pesar y para colmo de los puristas.
Escasa luz, tonos pastel, lentitud en el gesto. Un poco Goya, un poco Velázquez, un poco Teniers. A gotas, como un medicamento, se despliega la historia de Juana la Loca, reina de Castilla, hija de los Reyes Católicos, hiperculta, acusada muy probablemente en vano de insania. Juana, casada sin amor con Felipe el Hermoso, hijo de Maximiliano de Austria y María de Borgoña. Casada y luego enamorada hasta el extremo de la razón de Felipe, que habría de traicionarla de todas las formas conocidas. Juana, encerrada en Tordesillas, acusada de locura cuando la ausencia de juicio era delito.
En busca de esa mujer, ya parte de la mitología, aunque históricamente condenada por su padre, su esposo y su hijo, anda Sara Baras por el escenario, metiéndose en su piel enamorada, calzándole a la reina los zapatos de flamenco. A su lado, Felipe, para el caso, José Serrano, bailarín treintañero, homogéneo, veloz, impasible. Felipe I, se llamaba, y con Juana fue padre de Carlos I, conocido como Carlos V más tarde. Habría de morir pronto, apenas diez años después de casarse con Juana, luego de haberse ceñido la corona real sólo a lo largo de seis meses. A él le lloran Sara y Juana, con los pies en la tierra una, con los huesos en la reclusión la otra.
Si se vistieron de amarillo para nacer ante el público, Juana y Sara se vestirán de bermellón para ser madres, de azul celeste para andar por el mundo, de negro para enlutarse y de gasa gris para aguardar a que pasen los años y la hora y media del espectáculo.
Un grupo de músicos invisibles han acompañado a Sara y José y su magnífico cuerpo de baile. Las guitarras señeras de Jesús de Rosario y Mario Montoya, el violín de Raúl Márquez y las percusiones de Pepe Motos. Unidos a ellos y a veces en solitario, la voz dolorida, flamenca, imponente en el silencio de Bellas Artes, de Taila Marín. Y a ratos, la de los cantaores Antonio Amador y Miguel el de la Tolea. En su derredor la compañía de la Baras: Natalia Acosta, Silvia Belenguer, Yolanda Cabello, Maika Caucello, Raúl Fernández, María Jesús García, Susana Genil, Ana González, Nuria Portilla y Marco Antonio Flores. Precisas ellas, generosos Fernández y Flores, que no desmerecen una micra ante Serrano.
Sara se come Bellas Artes como Juana no pudo comerse su enorme reino. Ya en la coda, en el bis, se apareja con José Serrano, fuera de la historia y la tragedia para hacer un regalo dancístico. Y otro tanto hará con su madre, la bailaora Concha Baras, la maestra, con quien ejecuta un paso a dos tan exacto, tan sin negar la cruz de su parroquia en Cádiz, que madre e hija son un espejo con la mínima diferencia entre generaciones.
Este domingo estará todavía Sara Baras en Bellas Artes, una vez más antes de hacer un amplio recorrido por España y por las ciudades del mundo que aprecian el flamenco. En el escenario se quedarán, así sea por unos segundos, la manera de contagiar el dolor que tiene en su flamenca voz Taila Marín, cantaora, y el paso silencioso de los pies desnudos de Sara Baras, más flamenca que gitana, más Sara que Juana, más gladiola, más guirnalda.