LUNES Ť 14 Ť MAYO Ť 2001
León Bendesky
Recorte
No es cómodo para ningún gobierno anunciar un recorte del gasto público. Menos cómodo debe ser para un gobierno como el de Vicente Fox que ha hecho mucho por elevar las expectativas de la población con respecto a su capacidad para mejorar de manera rápida y decisiva las condiciones de vida, las oportunidades de trabajo e inversión, y el entorno general de crecimiento de la producción. Pero la incomodidad manifiesta en el Presidente y su equipo, sobre todo en quienes tuvieron que hacer el anuncio del ajuste, tiene un origen en la misma manera como están conduciendo las cosas. La impresión que dan es la de un extremado voluntarismo que no se corresponde con lo que ocurre dentro y fuera de esta economía.
Vicente Fox ganó las elecciones presidenciales y el significado de esa victoria lo quiere trasladar a la posibilidad de hacer prácticamente cualquier cosa y eso no puede ocurrir. Desde antes que empezara su gobierno había indicios de la desaceleración económica estadunidense y de que la actividad productiva en el país no podía mantener su ritmo de expansión. Y eso tanto por la disminución de las exportaciones, que es la actividad más dinámica, como por las mismas restricciones que existen internamente: necesidades financieras del gobierno, carencia de crédito, insuficiencia de infraestructura, incapacidad de resistir el aumento de la demanda por su efecto sobre la inflación, etcétera. Estas evidencias fueron incorporadas de alguna manera al presupuesto federal de 2001 que presentó al Congreso al final del año pasado. Ahí se fijó una meta de crecimiento de 4.5 por ciento, que ya estaba muy por debajo del registro de 7 por ciento de 2000. Ya hacia febrero la mayor parte de las estimaciones situaban dicho crecimiento en el orden de 3 por ciento, pero el gobierno no revisaba sus cifras, a pesar de las evidencias que se presentaban por todas partes. Cuando el Banco de México por fin aceptó públicamente que revisaba su estimación a esa misma tasa, el Presidente lo descalificó y sólo unos días después tenía que aceptar también que las condiciones no dan para más. Hoy su gobierno incluso estima el crecimiento entre 2.5 por ciento y 3 por ciento para el año. Lo que no se puede es seguirle diciendo a la gente que estas cifras son muy buenas mientras se tiene que revisar a la baja a cada momento.
La economía no se puede manejar con pura voluntad; lo que se requiere son buenas políticas económicas: con consistencia interna en los distintos sectores y con programas y acciones administrativos que las apliquen de manera oportuna y eficiente. Esto es lo que debería estar haciendo el equipo de gobierno, pero, en cambio, es su ausencia la que se aprecia después de cinco meses de trabajo. Lo que ha obtenido el gobierno es casi lo opuesto a lo que se propuso. En el último par de semanas la atención ha estado centrada en la existencia o no de una crisis económica. El tema está fuera de contexto y en ello los medios de comunicación han tenido una participación muy mala y comparten la responsabilidad en la creación de un escenario adverso que se está retroalimentando, pero el problema es que el gobierno cayó en la trampa y se metió en un verdadero pantano del que no acierta a salir.
El recorte, aunque sea de tipo preventivo, como señala el gobierno, es una medida que se origina en la propia vulnerabilidad de nuestra economía y se asocia con dos formas de dependencia. Una es la de los recursos del gobierno con respecto a los ingresos petroleros, y la otra es la del comercio y las inversiones con Estados Unidos. El primer caso pone en claro que cualquier reforma fiscal que se plantee aumentar los recursos del gobierno tiene que pasar por una profunda reforma del sector energético, y en especial de Pemex. En el otro caso se trata de sacar la mayor ventaja de la gran capacidad exportadora que ha adquirido esta economía, pero reforzando al mismo tiempo la capacidad productiva interna, y éste es un aspecto en el que hay un enorme rezago. Por ello llama mucho la atención que una parte de las medidas de ajuste presentadas hace sólo unos días por el gobierno contengan algo que llamaron "programa de competitividad", que en verdad ni es tan decisivo y no había por qué esperar a una situación límite para impulsarlo, sino que debió haber sido un elemento de promoción casi natural. Con ello vale la pena preguntarse qué es lo que hace el secretario Derbez en Economía y sobre todo ahora que su esquema de microcréditos parece que quedó desmantelado.
La parte central del ajuste aplicado es el recorte del gasto. Este equivale a 2.66 por ciento del gasto del gobierno federal para 2001. En un país en el que las finanzas públicas se caracterizan por la insuficiencia de recursos para atender las necesidades sociales y el mantenimiento y creación de infraestructura, cualquier recorte es oneroso en todos sentidos. Los rubros más afectados son muy significativos y representan dos terceras partes de los 3 mil 375 millones de pesos recortados: electricidad, 15 por ciento del total; campo y pesca 19 por ciento, carreteras 24 por ciento, salud 4.4 por ciento, agua 7 por ciento. La situación actual y el recorte que ha provocado indican el camino por seguir y que es el decisivo reforzamiento de las condiciones internas de producción, y en este sentido las cuestiones relevantes son la necesidad de una reforma fiscal en serio y el ajuste en la gestión de la política monetaria. Para acabar debe notarse que igual que la economía mexicana no resiste mucha presión y muestra su fragilidad a cada rato, tampoco resiste tantos adjetivos como le quiere poner el equipo de comunicación del gobierno. Pero admito que esta última es una cuestión de gustos.