LUNES Ť 14 Ť MAYO Ť 2001
Hermann Bellinghausen
Caminos de piedra
Las golondrinas, que pese a su buena -si bien oscura- fama son tremendas, estaban de cacería, a bofetadas rápidas. Chicas como son, usaban la estrategia del pez grande para asestarle un picotazo a pájaros aún más chicos. (ƑY quién no, ultimadamente, en este perro mundo?). Romanticismos aparte, la golondrina y el jaguar por igual combaten cruelmente sin perder la gracia de sus movimientos
El camino se hacía largo, pero sobre todo recto. Si hasta parecía flecha. El cielo tenía rato grande, nada lo interrumpía, excepto la breve Sierra de los Elefantes al oeste y los girones de nube más blancos que te quepa imaginar dándole su forma al viento. Al principio, cuando apenas Calucas y Jacinto iban a la altura del rancho La Terquedá, la luz con que pintan a Dios en los cuadros caía al altiplano como una moneda falsa, una impostura del paisaje. Fue hasta que cruzaron la vía del norte que todo borde se borró, desaparecieron los efectos y el azul se hizo tan auténtico que los ojos, como si nadaran, dejaron de parpadear y boquearon, sugestionados por las apariencias de agua.
Los cables eléctricos que corrían sobre los rieles, ecuación del cobre, dibujaban una partitura lacia, delgada, interminable. Un ferrocarril completo, sin locomotora, abandonado en el desierto, se confundía con el polvo. Un ave roja no identificada se posó en un cable y prorrumpió, erguida, una variedad de timbres y tonadas que allí, sola y única en la inmensidad desnuda, hacía pensar en un coro de pájaros distintos y bien entonados. "Te están saludando" le dijo Jacinto a Calucas, quien si acaso gruñó.
A la entrada de un fantasmal pueblo, una hora atrás, la Corona mandó pintar en un muro: "Bienvenidos a La Luz", porque así se llama el pueblo, y porque en esas horas del día está bien que así sea. El desierto como de costumbre simula hoy dormir la siesta. Su suelo inalterable dura por duro, y sobre él lo que no está vivo está seco; aquí no existe la palabra 'podrido'.
La quietud es engañosa, como puede serlo cualquier principio de verdad. Calucas, distraído en cuidarse de las espinas traicioneras, hasta ese momento repara en las piedras, y recuerda de golpe todas las del trayecto de la venida. "Un camino de piedras, que mejor imagen de la Vía Láctea" comenta como para sí, dándose aires de listo para recurrir a tamaña obviedad. No se le ocurre nada mejor que describa las miles de rocas romas y alineadas en kilómetros de doble carril, fugaz serpiente en el descenso de las laderas elefantinas, luego la recta que alcanza el desierto y por último la recta que lo penetra.
Quién podría tener las manos más vacías que Calucas en esta hora del mundo. Rompe al fin su silencio y dirige una pregunta a Jacinto, quien ha respetado su insolente mutismo y escucha la pregunta, para variar inadecuada y confusa. Jacinto menea la cabeza, desaprobando, y no obstante le da respuesta debida. "Olvídate de si mereces y entiendes o no, toma lo que dan las piedras del camino y punto, que ni falta hace que pagues o des las gracias: 'no sólo dar, también recibir es un acto de libertad'", cita a Magris y se queda tan tranquilo.
ƑQué es Jacinto para Calucas, hermano, maestro, vecino de camarote o de vagón? Haciéndose malos modos, los gruñidos de la ley del hielo, han caminado hasta adentro. Alcanzaron La Loma. Obedeciendo al hábito que le ahorra tomar la iniciativa, en llegando a la cima de un simétrico promontorio, pezón que le brota a la tierra en un pechito moldeado por siglos de viento, Calucas enciende una hoguera. Pupilo, chofer, cargador, asistente o palero de Jacinto, se cree en la obligación de mostrarse conocedor y pensativo, se sienta a rumiar y fija la vista en el fuego como si supervisara la construcción de la luz.
Cuando alza los ojos, un tiempo después, ya no hay nubes en el cielo, el viento latiguea inquieto, y de Jacinto, ni sus luces. Ahuecó el ala mientras Calucas perdía su tiempo distraído en las llamas. "Ya volverá", supone Calucas, con una confianza a prueba de fundamento lógico. Terco y mineral, se reconcentra sin darse cuenta, se disminuye entre las piedras, una más, ligeramente rojiza, entre las centenas de miles de piedras del ancho camino que, a poco de caer la tarde, las siluetas de la sombra visten con líneas negras.
Pintadas por el sol del color del cobre, las lomas pelonas de la Sierra de los Elefantes desaparecen del horizonte visible. Entre la tierra desconocida y plana y el firmamento constelado a gritos sólo quedan ahora los caprichos del viento y las piedras del camino. Así es para todos, Ƒpor qué para Calucas habría de ser distinto?