LUNES Ť 14 Ť MAYO Ť 2001

Aburre la cinta de los hermanos Coen

LEONARDO GARCIA TSAO ENVIADO

Cannes, 13 de mayo. No hay nada seguro en este mundo. Hasta ahora, los hermanos Coen han relaborado algunos géneros favoritos -el cine negro, la comedia- con ingenio, audacia formal y un claro desprecio hacia sus personajes. Pero nunca habían sido aburridos. Eso lo han conseguido finalmente en The Man Who Wasn't There (El hombre que no estaba ahí), otro intrincado homenaje al film noir en la línea de su primer -y brillante- largometraje Simplemente sangre (1984).

La gran diferencia es que en este caso la trama no está construida como un mecanismo de relojería y hay mucho de gratuito e inverosímil en la historia de un peluquero (Billy Bob Thornton, con permanente cara de palo) que se vuelve víctima de su intento de chantajear al jefe/amante de su esposa (Frances McDormand).

Tal vez el peor defecto es que Ethan y Joel Coen se han dejado llevar por el preciosismo en blanco y negro, y la película parece una galería de fotografías en lento movimiento, en evocación del magistral uso de luz y sombras empleado por grandes cinefotógrafos como John Alton.

Para la segunda hora de película, una vez agotadas las vueltas de tuerca oxidada del guión, sólo queda admirar ese hueco ejercicio en museografía.

En ese mismo orden de cosas, debemos elogiar al portugués Manoel de Oliveira por sorprendernos. Las pocas personas que llegan a rebasar los 90 años por lo general no tienen ya fuerzas -ni ganas--de ir al cine, mucho menos de hacerlo.

Oliveira ha cumplido los 92 y sigue tan campante. Vou a casa (Me voy a casa), su más reciente esfuerzo, es una reflexión sobre la ancianidad, precisamente, que casi prescinde de los recursos teatrales tan distintivos de su obra. Un veterano actor sufre la muerte de su esposa, hija y yerno en un accidente; no obstante la pérdida, el hombre se mantiene activo aunque prefiere jugar con su nieto, dada la ausencia de proyectos dignos.

Con ese sencillo planteamiento y la enorme calidez aportada por Michel Piccoli, el cineasta aborda en términos emotivos las opciones que le quedan al ser humano al final de sus días.

El enfoque es naturalista, no hay diálogos recitativos (salvo los pronunciados sobre el escenario) e incluso hay cambios de encuadre en una sola secuencia. ƑQuién hubiera adivinado que, alguna vez, Oliveira iba a hacer ver viejos a los Coen?

Si se piensa que los problemas de organización son exclusivos de los festivales pequeños, este fin de semana Cannes ha estado plagado de proyecciones canceladas o retrasadas. El sábado, después de la exhibición del corto mexicano Noche de bodas, de Carlos Cuarón, se suspendió la del largometraje canadiense El pornógrafo porque hubo una falsa alarma de incendio. Al mismo tiempo, en otra sección, la cineasta francesa Claire Denis decidió no pasar su película Trouble Every Day (Problemas cada día), de título profético, pues consideró que el proyector de la sala no tenía la calidad suficiente. Esa se exhibió hoy ante los tumultos desordenados que la organización del festival nunca ha sabido controlar.

Ahora bien, no es necesario una falsa alarma para vaciar una sala. El debutante Roman Coppola, hijo de Francis, presentó su ópera prima CQ ante mucha expectativa. Al final de la sesión, sólo quedaba un puñado de estoicos que desahogaron su indignación abucheando. Es de suponer que aquí hubo la mano negra del nepotismo:

"ƑAh, Cannes quiere la nueva versión de Apocalipsis? Bueno, a cambio tendrán que exhibir en sesión extraordinaria el primer largometraje de mi hijito". Los lazos familiares no garantizan el talento pero sí la influencia.