LUNES Ť 14 Ť MAYO Ť 2001
Ť José Cueli
Cuento torero
Cuando Limeñito se pone a sobar, no hay nadie que sobe como él.
Diestro en el manejo de la lima para sacarle punta a los pitones y al testuz de los toros de lidia, limpiándolos de impurezas. Habilidoso en engrasarlos y cachondearlos, experto en el manejo del maquillaje con especial agilidad y destreza... Limeñito, a querer o no, alcanza los supremos puestos en el escalafón torero.
Pero para ello necesita querer... y él šay! quiere pocas veces, puesto que es un limador profesional, güevón de marca mayor. Cuando él no esta en vena, aparecen los limadores del montón y hasta el que por primera vez asiste a un espectáculo taurino, se apercibe de lo grotesco de la manipulación. Y es que se dice fácil pero, el arte de limar cuernos, rematado con la lija, es torería actual.
Porque Limeñito en cualquier momento deja su lidia para irse a remojar el gargachón, que se le queda áspero por la lija, aspirando el polvillo de los pitones. Lo complicado no estriba en irse a remojar el gargachón, si no que le hace ascos a la lidia y no quiere regresar a ponerse a milímetros de los pitones. Lo que no hacían ni Joselito, ni Pedro Romero, el mejor de los toreros.
O sea que en estas épocas de fiesta en que se habla más de la sospecha de afeitado -de vulgar afeitado- que de los pases naturales o las verónicas, nadie habla de ese grande de la fiesta actual que es Limeñito y que a su grandeza -sobre él gira la fiesta- es humilde y se remite a balbucear ƑPa qué voy a torear? El mejor día te prende un torito negro de esos con sangre en la mirada... y te manda a la cantina del otro lado de la tierra... mejor me quedo suavizando el garganchón, y dejo paso a las nuevas generaciones limadoras, mostrando que además de humilde es filósofo popular.