Lunes en la Ciencia, 14 de mayo del 2001
ƑVale la pena arriesgar la salud por la productividad científica? Estrés e investigación Hugo Aboites Hace unos días en la UAM corrió rápidamente la noticia de que un compañero académico como nosotros (de edad madura, estresado y participante en los programas de estímulo) había sufrido un infarto en su oficina. No es la primera vez que ocurre y los huecos de los que se están yendo son cada vez más numerosos. Para el imaginario colectivo local de la UAM se vuelve cada vez más difícil dejar de asociar estos casos con la participación en el Sistema Nacional de Investigadores y/o en los programas institucionales de evaluación de becas y estímulos. ƑEs una mera impresión resultado de la inmediatez y evidente carga emocional que estos sucesos tienen en las colectividades académicas? Afortunadamente hay ya una investigación que permite ver las cosas de manera sistemática y dar una respuesta inicial pero suficientemente sólida al asunto. Se trata del trabajo de tesis de Margarita Vázquez Fernández de Lara, egresada del programa de maestría en ciencias en salud en el trabajo de la UAM-Xochimilco, realizado bajo la dirección de la M.C. Susana Martínez Alcántara, profesora e investigadora de ese programa con amplia experiencia en este tipo de investigaciones. El estudio Daños a la salud asociados a los programas de estímulos en académicos del colegio de postgraduados en ciencias agrícolas (tesis de maestría en UAM-X,Abril 1999) analiza de manera minuciosa las condiciones de trabajo y salud de 156 de los 231 investigadores de esa conocida institución, y su participación en el Sistema Nacional de Investigadores (SNI) y en los programas propios del colegio. No es posible reseñar aquí toda la compleja urdimbre de datos y variables que constituyen el estudio, sin embargo, dos o tres pinceladas permiten apreciar más de cerca qué es exactamente lo que ocurre en la salud de los profesores e investigadores cuando a un contexto laboral académico se le satura de la ética laboral y exigencias propias del pago por productividad. En efecto, 80 por ciento de la población estudiada (124 de 156 investigadores) participa en el SNI o en los programas institucionales, y la gran mayoría (94 de los 156 casos) participa en ambos programas. ƑQué ocurre con la salud? Los datos son verdaderamente impresionantes. De la población estudiada, una tasa de 41 de cada cien (es decir casi uno de cada dos investigadores) sufre de trastornos psicosomáticos, conocidos como estrechamente relacionados con las tensiones del quehacer académico (migraña, cefalea tensional, síndrome ácido péptico y enfermedad isquémica del corazón). Por otro lado, los trastornos mentales (irritabilidad, ansiedad, depresión, trastornos del sueño) aparecen también prácticamente en uno de cada dos investigadores (40 de 100). Otras enfermedades, tales como insuficiencia vascular periférica (várices y hemorroides) resultado de un trabajo eminentemente sedentario, fatiga crónica y padecimientos dorsolumbares muestran tasas más bajas, pero nada despreciables, ya que implican que uno de cada cuatro trabajadores académicos sufre de alguno de estos trastornos. En especial para los profesores investigadores adjuntos (PIA), que están sometidos a una mayor supervisión, los daños van más allá de la salud física personal: "80 por ciento de los mismos evidenció un incremento en el deterioro de las relaciones familiares, sociales y laborales y más de la mitad señaló que (por los estímulos) su producción científica ha visto mermada su calidad". Al entrar más específicamente a la relación entre daños a la salud y pertenencia al SNI y/o a programas de estímulo institucionales, llama poderosamente la atención que precisamente en aquellas categorías en las que la gran mayoría de los investigadores pertenece a estos programas es donde se presenta una más alta frecuencia de daños a la salud. En la categoría de profesores investigadores titulares (PIT), por ejemplo, 98 por ciento pertenece al SNI y al mismo tiempo a los programas de estímulos institucionales, y precisamente en esa categoría es donde aparece una proporción muy alta de daños a la salud: prácticamente cada trabajador (95 de 100) sufre de alguna enfermedad, sobre todo psicosomáticas y mentales. Similar relación, aunque, como se decía, con manifestaciones notoriamente acentuadas, aparece en el caso de los profesores investigadores adjuntos. Ahí, 89 por ciento pertenece tanto al SNI como a los programas de estímulo locales y, coincidentemente, las tasas de daño a la salud son muy altas: cada profesor investigador adjunto tiene, en promedio, 1.2 de las enfermedades típicas del trabajo académico (120 de cada 100). ƑQué tanto esta tasa de morbilidad tan alta es fruto de los requerimientos de un puesto que de por sí tiene una alta demanda de desempeño y una más estricta supervisión y qué tanto es resultado de la participación de los académicos jóvenes en el SNI y en los programas de estímulo? El estudio permite responder a esta pregunta porque ofrece datos sobre otra categoría similar, la de investigador adjunto. Esta tiene requerimientos laborales igualmente demandantes que el de profesor investigador adjunto, pero allí ninguno de sus integrantes pertenece al SNI o a un programa de estímulos institucional por no cumplir aún con ciertos requisitos. Los resultados de la comparación son contundentes: quienes no participan en el SNI o en programas de estímulo (los investigadores adjuntos), tienen una tasa de 74 trastornos a la salud por cada cien; mientras que los que sí participan (PIA) tienen una tasa de 120 por cien; una diferencia de 46 puntos. Que las variables están relacionadas parece confirmarse luego en el caso de los investigadores titulares: ahí la participación en el SNI/programas de estímulo es muy baja, sólo 23 por ciento participa y, correspondientemente, la tasa de daños a la salud tiende también a ser más baja: 88 por cada cien. Por eso no es de extrañar que, con el respaldo de estos y otros muchos datos, el estudio concluya con solidez diciendo que "...podemos afirmar que existe una estrecha relación entre el aumento de exigencias laborales impuestas por los mecanismos de evaluación a los cuales están sujetos (los investigadores) y los daños a la salud estudiados". Desde el punto de vista ético y de estricta justicia laboral Ƒcabe exigir un costo tan elevado en salud, relaciones familiares, calidad de vida y decesos prematuros a cambio de un aumento discutible o muy probablemente marginal en la productividad científica nacional? ƑSe vale el cambalache de salud por productividad? ƑQué va a ocurrir en el futuro con una planta de investigadores crecientemente enferma? El autor es doctor en educación, profesor-investigador de la UAM-Xochimilco |