martes Ť 15 Ť mayo Ť 2001
José Blanco
Coyuntura y perspectiva
Veamos en primer lugar el Índice Coincidente (del Sistema de Indicadores de Coyuntura de INEGI) que incorpora: el PIB mensual, el índice de volumen físico de la actividad industrial, el número de asegurados permanentes en el IMSS, el índice de ventas al menudeo en establecimientos comerciales, las remuneraciones totales pagadas en la industria maquiladora de exportación y la tasa de ocupación parcial y desocupación. Examinando a partir de la recuperación de 1996, este índice compuesto muestra variaciones positivas en diez meses del año referido, doce meses de 97, nueve meses de 98, doce meses de 99, y en nueve meses de 2000. Es decir, en 52 meses, de 60, la economía mexicana presentó variaciones positivas en ese grupo de seis índices primordiales. Este comportamiento expresa la solidez fundamental actual de la economía mexicana, que es extraordinariamente distinta a la de hace apenas 12/15 años. Una economía que ha vivido un vuelco radical en el sector manufacturero y en sus relaciones con el exterior.
Una economía con esos logros de rendimiento en condiciones de entera exposición a la economía mundial, es una economía con novísimos rasgos de eficiencia productiva y de sus bases de operación financiera, impensables de hace tres lustros hacia atrás en todo el plazo que se quiera.
Por su parte, el Indice Adelantado (del mismo Sistema de Indicadores) incluye información financiera y del sector real: tipo de cambio real, precio del petróleo crudo mexicano de exportación, índice de la Bolsa Mexicana de Valores, número de horas trabajadas en la industria manufacturera, tasa de interés interbancaria de equilibrio y el índice de volumen físico de la industria de la construcción. Este indicador compuesto agrupa seis índices especialmente sensibles y en ningún caso constituye un pronóstico sobre el crecimiento económico. Su comportamiento es el siguiente: en 96 tiene variaciones positivas en once meses; en 97, en nueve; en 98, dadas las turbulencias asiáticas de ese año, sólo en tres meses --afectando en mínima medida al Indice Coincidente--; en 99, en once meses; en 2000, en seis meses.
Al cerrar el año 2000, además, la balanza comercial --eslabón históricamente débil de la economía mexicana-- se hallaba sensiblemente debajo de 2 por ciento como proporción del producto --mientras éste crecía a tasas de alrededor de 7 por ciento--, en contraste con más de 4 por ciento en 92 o 94; la cuenta corriente se situó alrededor de 3 por ciento de PIB (contra cerca de 7 por ciento en 94); y la balanza de servicios factoriales (que refleja los pagos al exterior: intereses de la deuda y remisión de utilidades del capital externo) no ha hecho sino disminuir constantemente desde cerca de 5 por ciento del producto en 1995 a alrededor de 2.4 por ciento al cierre de 2000. Sin duda, un grupo de datos positivos contundentes para una economía apenas expuesta (completamente) al exterior.
Frente a esos datos no es extraño que, a pesar del debilitamiento relativo de la evolución mensual del Indice Coincidente en el último semestre del 2000 y primeros meses del 2001, y de las variaciones negativas --aunque moderadas-- del Indice Adelantado durante el lapso aludido, el tipo de cambio haya venido sobrevaluándose desde el punto de vista del diferencial inflacionario de México con Estados Unidos: la entrada masiva de capital externo --origen de la sobrevaluación-- refleja la confianza internacional en la evolución inflacionaria, el manejo de las finanzas públicas y la franca moderación del desequilibrio externo, y refleja también, por tanto, la identificación del vínculo de la desaceleración mexicana con el ciclo estadunidense.
Para asegurar su crecimiento sostenido de largo plazo esta economía requiere de una reforma industrial "proactiva" (como hoy se dice) que articule el sector exportador con el resto de la economía, especialmente con el sector industrial de bienes no exportables; una reforma fiscal que eleve la recaudación fiscal de 11 a 18/20 puntos del producto (y que el Congreso debe procesar a la brevedad); un programa vigoroso de infraestructura; una revisión del capítulo agrícola del TLC; y políticas de Estado en materia educativa, y de empleo y distribución del ingreso.
Preservar la plataforma de despegue de un crecimiento sostenido como el referido exige no dar ni un paso en falso que pueda convertirnos la desaceleración en recesión. En la coyuntura actual las variables que es preciso cuidar con lupa son: la evolución de los precios a la baja, la calificación internacional de la deuda pública y el mantenimiento de las cuentas externas en los niveles actuales. Intentar alcanzar tasas altas de crecimiento del producto mediante el gasto público echaría por la borda la calificación de la deuda externa, impulsaría las presiones inflacionarias y llevaría a niveles de riesgo el desequilibrio externo.