martes Ť 15 Ť mayo Ť 2001
Alberto Aziz Nassif
Volatilidad
Tal vez uno de los factores más novedosos y complejos de la vida política que hoy vive el país sea la volatilidad. Lo que ayer era una realidad, hoy ya cambió; lo que se pensaba hace unas semanas o unas horas, ahora no tiene sentido; lo que fue una oportunidad, ya se perdió; y lo que resultaba una gran apuesta, tuvo resultados adversos. La política en un país como México, que empieza su vida democrática --apenas está barriendo los restos de la fiesta inaugural y ya empieza a probar los amargos sabores del desencanto--, está impregnada del aroma de la volatilidad.
Incertidumbre en las iniciativas, propuestas de cambio sin aterrizaje, contradicciones y fracasos, errores y riesgos han rodeado al gobierno del presidente Fox durante sus primeros meses. Se han terminado los escudos autoritarios, nadie protege al Presidente, salvo sus aciertos y su capital político.
Las expectativas que trajo la alternancia son enormes, pero los calendarios de cumplimiento difieren y forman hipotéticamente tres segmentos: los que quieren cambios rápidos y contundentes son los primeros que se bajan del barco del cambio para ingresar a las filas de la decepción y el desencanto; los que saben que los cambios necesitan tiempo y maduración permanecen, a pesar de que han perdido parte del entusiasmo; y los que consideran que las cosas van para largo, que así es la democracia y están dispuestos a esperar más tiempo.
Entre las primeras cosas que se tiene que aprender en una democracia es que los apoyos ciudadanos a los gobiernos están en función de una mezcla compleja de imágenes y resultados.
Los errores del aprendizaje, las estrategias insuficientes, el reacomodo de las fuerzas y las pugnas partidistas han golpeado al gobierno y el balance es adverso: de forma innecesaria se ha desgastado el gobierno por los excesos de la retórica reaccionaria de Carlos Abascal, sin que se hayan cumplido los compromisos de campaña sobre libertad sindical; la riesgosa decisión de colocar empresarios en Pemex tuvo que revertirse por una recomendación del Congreso; la iniciativa de ley indígena salió tan rasurada que resultó irreconocible, se impusieron los intereses de una coalición legislativa conservadora y se cortó el cambio y la posibilidad de seguir con la negociación y la paz en Chiapas; la iniciativa fiscal, en sus puntos medulares de interés ciudadano (aumento al IVA), ha generado amplios consensos en contra, porque la estrategia ha sido equivocada, y al mismo tiempo se pospuso sin fecha definida; el intercambio del Presidente con los trabajadores el primero de mayo fue todo menos exitoso para el gobierno, porque el planteamiento fue poco sensible; las relaciones entre el gobierno y su partido siguen distantes y a veces tirantes; el discurso de crecimiento económico, con todo y su adjetivo de "calidad", se ha topado con la terca realidad de la desaceleración, y la fórmula de ajuste ha tenido, como con el PRI, un carácter ortodoxo en el cual primero se cuidan las cifras de la macroeconomía, los índices de inflación y el déficit, y después el bienestar. Algunos analistas consideran que este paquete de recorte es un arma más de presión para sacar adelante la reforma fiscal.
El empuje retórico del presidente Fox ha empezado a mostrar signos de agotamiento; no se puede estar con tantos flancos abiertos, un gobierno dividido y tres partidos en contra, sin correr severos riesgos: guerra al narcotráfico, combate al crimen organizado, reforma fiscal, ley indígena y lo que se acumule en estos días. El gobierno está apostando fuerte para aprovechar su ventaja del "bono" democrático, pero la posibilidad de los riesgos se ha elevado porque la relación entre el peligro de las apuestas y el beneficio de los resultados se ha desdibujado.
Según una encuesta de opinión, la imagen del presidente Fox se ha debilitado al bajar en tres meses su calificación de 7.5 a 6.8, y la aprobación de su gobierno, de 70 a 65 por ciento (Reforma, 7/05/2001). En el opinómetro popular que cotidianamente se hace hay evidencias de un desgaste en la figura presidencial y las cuentas no son alegres. Los cambios democráticos que todavía necesita el país requieren de altos índices de confianza política.
Para hacer frente a la volatilidad hay que hacer una pausa en el camino; el gobierno de Fox necesita reagrupar sus fuerzas, replantear sus estrategias de muchos frentes abiertos con el Presidente en exposición permanente, mandar señales de sensibilidad social en la reforma hacendaria y detener la agitada carrera de gastar capital político todos los días sin recuperar ni la inversión. En suma, el gobierno necesita más acercamiento con la ciudadanía y empezar a ganar algo en algún frente o las inercias y la volatilidad pueden ser muy peligrosas.