miercoles Ť 16 Ť mayo Ť 2001
Arnoldo Kraus
Medicina y filosofía
Hace poco más de dos años, por medio de la revista New Yorker me enteré que en algunas ciudades de Estados Unidos, "varios" psicoanalistas o especialistas afines cerraron sus consultorios. En forma paralela, filósofos abrieron espacios en donde ofrecían servicios similares a los de los psicoanalistas: atender problemas "del alma". El artículo venía ilustrado con un dibujo de un frasco de los que solían utilizarse en las farmacias antiguas. Adosada al recipiente había una calcomanía con las letras Rx, siglas que utilizamos los médicos cada vez que escribimos una receta y cuyo probable significado --quizá algunos colegas no estarán de acuerdo-- es "que actúe" o "que Dios quiera". En el interior del frasco, en vez de píldoras, se observaban diversas recetas con nombres como Schopenhauer, Hegel, Spinoza, Epícteto, etcétera. La trama es fascinante e inquietante.
Fascina, porque recuerda a Sócrates, quien consideraba que los vínculos entre médicos y filósofos eran muy estrechos, amén de que, en esa época, la preparación de ambos tenía algunas similitudes. Inquieta, ya que denuncia la pérdida de algunas virtudes médicas. La medicina contemporánea ha sido transformada por el progreso tecnológico, cuyos avances han permitido mejorar el tratamiento de los enfermos, pero, a la vez, han desvirtuado las relaciones entre galenos y pacientes. Podría decirse que la escucha ha sido remplazada por las herramientas o que la sabiduría molecular ha opacado el valor del diálogo. No son, sin embargo, los médicos los únicos responsables de esos divorcios: la sobrepoblación, las presiones económicas, el glamour de la ciencia y de lo sofisticado, la propaganda de las grandes empresas, y los mismos enfermos que buscan lo novedoso son, también, causas de esos desencuentros. Lo cierto, sin embargo, es que ni la escucha ni el diálogo son remplazables.
El valor del lenguaje y sus impactos han sido motivo de estudio filosófico y arma terapéutica de los viejos galenos. Las palabras suman experiencia, conocimiento e interacción entre dos personas. En muchos ámbitos, el peso de la ciencia y la trascendencia del diálogo se ha polarizado, y los encuentros entre doctores y enfermos son cada vez menos eficientes. Términos como "caso", "prevalencias" o "publicar" denuncian ese submundo en el que el enfermo deja de ser persona y se convierte en expediente o en folio. Lo cierto es que mientras para el médico tratar un caso puede ser rutina, para el paciente convertirse en caso implica distancias y evoca silencios. Aunque la ciencia logre la cura, muchas veces el espacio de la escucha --aquél reservado para entender cuál es la razón fundamental del sufrimiento-- se distorsiona. En la actualidad, se sana a través de aparatos sofisticados y no por medio de la voz, pero esto no es siempre cierto. ƑSon mejores los médicos contemporáneos que los antiguos médicos descalzos o que el doctor de la familia?
La respuesta es compleja y seguramente saturada de ambivalencias, pero lo innegable es que las angustias de los enfermos encontraban mejores ecos terapéuticos en las viejas figuras que en las salas de espera saturadas de anonimato. Esa vieja idea de que la medicina es un arte y no una ciencia suena hoy, sobre todo en los grandes centros y para los galenos jóvenes, como una teoría vetusta y empolvada. Las universidades y los grandes dineros han contribuido a sepultar esa noción romántica de la profesión, pues la enseñanza de la medicina ha reservado espacios enjutos a las reflexiones emanadas de la escucha mientras que el apoyo económico destinado para el estudio de las relaciones entre pacientes y médicos es mínimo.
Tratar, tratamiento, significa comunicar, cuidar, relacionarse. Implica la presencia de dos personas en un mismo sitio, de dos hablas y dos escuchas. De un diálogo que se da entre seres humanos y que no fluye cuando la escucha y la observación son sustituidas por órdenes de laboratorio o sofisticados aparatos de rayos x, que desmenuzan y cortan el cuerpo, pero que son sordos a las palabras. El dilema y las discusiones fundamentales entre médicos "científicos" y médicos "humanistas" radica en confrontar las vías por medio de las cuales sanan los pacientes. Lo idóneo es entremezclar el saber molecular y la escucha.
Los consultorios de los médicos generales, familiares o internistas están atiborrados de personas cuyo diagnóstico final es noenfermedad. Esa entidad, la noenfermedad, es el problema de salud más frecuente en nuestros tiempos. Ese mal mejora escuchando y, sin duda, sustituyendo algunas indicaciones médicas por frascos repletos de la sabiduría de esos filósofos que han penetrado el alma.