miercoles Ť 16 Ť mayo Ť 2001

Luis Linares Zapata

El PRI en su encrucijada

Hoy el PRI irá a una prueba adicional en su corta vida de huérfano de su líder nato. Los consejeros votantes pueden optar por reincidir en su enfermiza propensión de apegarse a los acuerdos cupulares previos a toda elección, tal y como hasta ahora lo han hecho. Pero pueden también arriesgarse a sufragar sin otras limitantes que las de su propia cosecha y dar un paso, casi inesperado, para situarse a la altura de su forzada recomposición. La alternativa por doblegarse a la línea bien puede conducirlos a una serie de rupturas y pugnas internas. Optar por el ejercicio del voto razonado e independiente, con seguridad los embarcará en un proceso de reacomodos para inaugurar una nueva época.

Para ello tendrán que mandar a volar los amarres que, en versiones descompuestas y a trasmano, han circulado con profusión entre los mismos contendientes como inveterados asuntos de familia. Unas versiones insisten en hablar de arreglos entre los grupos de los ex candidatos presidenciales (los cuatro temibles derrotados); otras, de amarres entre los gobernadores y algún ex presidente metiche (De la Madrid), que no contento con su cuestionable pasado de mediocridad como conductor político, intenta entrar en los juegos de presión y control en auxilio de algún protegido. Las razones para intervenciones de ese tipo sobran. Unas hablan de asegurar la paz interna. Otras de preparar el terreno para lo trascendente que se avecina, y situarse, de una buena vez, para incidir en el futuro en defensa de sus muy particulares intereses que, en variados sentidos, son vastos. No deja de alegarse, para justificar el manipuleo previo, la seriedad y trascendencia de la política para dejarla en manos de unos votantes menores que no alcanzan a medir la altura de las responsabilidades que enfrentarán de aquí para adelante. En fin, sobran los argumentos para escamotear lo que la actualidad de la nación viene demandando: juego abierto, responsabilidad individual y participación efectiva.

El paquete de aspirantes es abigarrado. Hay de todo, incluyendo el desempleo y el ansia de (re)aparecer en el imaginario político, aunque sea por una o dos semanas. Pero también sobran los motivos para dar la pelea por el puesto. Habrá que renovar la dirigencia de dos poderosas centrales: la CNOP y la CNC, como un anticipo a la preparación de la crucial convención de noviembre; y de paso intervenir en las cuatro disputas por las gubernaturas de estados particularmente sensibles para el priísmo.

Las referencias que se pueden vislumbrar para situar las preferencias por uno u otro contendiente son varias. Una, quizá la principal dadas sus ramificaciones para el futuro del partido, será la capacidad de cambio que las distintas trayectorias proyectan. Tal capacidad va atada a la independencia personal como fruto de una sólida preparación ideológica y la manera como ésta ha sido articulada con el accionar propio. El vigor con que han llevado a cabo sus tareas anteriores y las fuerzas o voluntades movilizadas a su derredor bien pueden ser un motivo particular de apoyo. La pertenencia o participación en proyectos que han atraído la atención de los ciudadanos o de las bases militantes, que todavía tienen energía para alentarlos, puede ser otro de los criterios rectores. También la concordancia de ideas y actitudes mostradas con la actualidad del país y las maneras en que se han adaptado a los contrastantes momentos partidarios, es una cualidad requerida ante la recia lucha por el espacio público y la atención del electorado, lugares comunes en el México que intenta solidificar su transición hacia la vida democrática.

Hay, al mismo tiempo, crueles distintivos para enjuiciarlos con pasión si se les enfoca desde la perspectiva partidaria que se vislumbra como necesaria hoy en día. La subordinación obcecada sería la peor. El aislamiento de las causas sentidas o populares y la reclusión elitista en el centro burocrático del partido. Su predisposición por la grilla intrascendente. Pero haber sido protegido o patrocinado en sus cargos estelares por un santón del poder o por un grupúsculo específico y, por tanto, mucho o toda su carrera debérsela a él o a ellos y no a la militancia, no puede soslayarse. La imagen de honestidad formada hacia afuera, en el sentido de apego a principios éticos o electorales, puede ser determinante para la legitimidad de los dirigentes que exige el presente. Estos y otros adicionales no mencionados, pero importantes (amistad, fidelidades, simpatía), pueden ayudar a situar los criterios para una selección que, aunque de corta duración, se revela como distintiva para encauzar el rumbo a seguir por el PRI que muchos esperan.