Irma Nioradze y Evgeni Ivanchenko, estrellas del Ballet Kirov al margen del star-system
Ť Unico agrupamiento que permite descubrir la personalidad artística de sus bailarines
CESAR GÜEMES
Entre los dos suman con dificultad 50 años, pero son las estrellas inegables del Ballet Kirov que hoy inicia sus presentaciones en el Auditorio Nacional. Irma Nioradze es Giselle, en Giselle; Manón, en Manón; Carmen en Carmen; El pájaro de fuego en El pájaro de fuego y Medora en El corsario. Evgeni Ivanchenko está siempre a su lado, con los principales papeles masculinos en cada una de las obras. Y ambos viven una paradoja que sólo la serenidad de ánimo explica: ser los bailarines principales de un ballet inmejorable y sin embargo mantenerse al margen del star-system no sólo en cuanto dejan el escenario, sino también cuando están sobre él.
--¿Qué pasa después del Kirov?, ¿es la meta última de un bailarín?
Irma: No he pensado en qué tanto puede durar la actividad concreta, quiero creer que esto durará mucho tiempo aún. Percibo mucha fuerza y continúo mejorando mi nivel con los maestros del Kirov. Entreno diario, aprendo diario, no me detengo nunca. Aunque sé que todo eso depende de la buena salud que consiga mantener.
El sueño de todo bailarín
--Es de pensarse que el aprendizaje se concluye en algún momento. ¿No es así dentro de su compañía?
Irma: No, todos los días tenemos clase para perfeccionar la interpretación.
--¿Hablamos de un ballet ideal, perfecto?
Irma: Lo es, no sólo por su calidad legendaria sino por su repertorio, su tradición en la enseñanza y por sus maestros. Sin duda es la única compañía que permite descubrir la personalidad artística de cada uno de sus integrantes. Creo que cualquier bailarín sueña con estar al menos una vez con el Kirov.
--¿Cómo han vivido la transición política en su país?
Evgeni: Pienso que el Kirov es un Estado dentro del Estado mismo. Nos encontramos del todo al margen de los cambios que ocurren en el país. Aunque reconozco que ahora contamos con una libertad ampliada, como es la de salir con frecuencia al extranjero.
--¿Es todavía una inquietud latente la de irse de Rusia y vivir profesionalmente en otro país, como lo fue hasta hace pocos años?
Evgeni: Ya no, en definitiva. Finalmente nosotros podemos firmar algún contrato temporal con la compañía extranjera que elijamos. Llegar al Kirov es un hecho lo suficientemente importante en la vida de un bailarín como para abandonarlo.
Irma: Estar ahí es el sueño realizado. Al actuar en cualquier otro sitio y otra compañía de inmediato percibimos un nivel menor y ninguno de nosotros desea descender. Pienso que estamos inmersos en una especie de cuento de hadas.
--Este cuento de hadas, como dicen, ¿tiene dentro de Rusia una remuneración económica suficiente como la tendría en algún sitio distinto de Europa?
Evgeni: Dentro de los bailarines de ballet no hay millonarios como se dan en otras disciplinas artísticas. Aunque ciertamente nos auxilia mucho en lo material salir de gira. Desde luego no diríamos que el salario es suficiente, pero no sentimos estar mal pagados.
Labor de equipo
--Hablen del promedio de trabajo que tienen a diario, ¿qué tanto se labora dentro del Kirov?
Irma: Eso está en relación directa de la temporada y de los papeles que se tengan en el espectáculo. Si nos referimos a una jornada usual hablamos de ocho horas diarias y un poco más en caso de que montemos una nueva obra. El proceso de preparación es lo que más tiempo demanda.
--¿Cómo asumen el reconocimiento, propiamente la fama que los rodea en su país y fuera de él?
Irma: Es muy agradable saber que el público respeta el trabajo que uno realiza. Es algo placentero. Aunque no pierdo de vista que somos parte de todo un elenco. Creo que en Rusia no se fomenta ya el culto a las estrellas, si bien los bailarines del Kirov lo son. Claro que cuando realizamos una gira personal los admiradores se manifiestan, pero eso es aparte. El trabajo dentro del Kirov, sin embargo, es de equipo y se entiende que sus integrantes son estrellas. Eso se da por hecho, pero no implica mayor connotación.
Evgeni: En los viajes fuera de Rusia es cuando percibimos
más esa calidez con que el público nos acoge. Y aunque es
claro que cualquier solista se siente como una estrella del ballet, la
singularidad de nuestra realidad es que dentro del Kirov somos al menos
20 solistas. Comportarse de manera común, con naturalidad, es algo
que viene con el trabajo. En cuanto bajamos del escenario ya no podemos
ser estrellas. Arriba sí, desde luego. Finalmente sólo podemos
comunicarnos con personas de fuera del ballet cuando contamos con tiempo
libre, pero dentro de la compañía ese es un bien muy escaso.