El Kirov, tropa de sentimientos y de ensueño a flor de piel
Ť En el público, el poder adquisitivo se medía en dioptrías
PABLO ESPINOSA
Los acontecimientos se suceden igual que en sueño. Ensueño. Sobre la escena, una tropa de músculo y sentimientos a flor de piel cantan su encanto. En canto. Una sensación de irrealidad inunda entonces los sentidos, como si la sucesión de imágenes de escalofrío fueran la punta de una hirsuta duermevela. Duerme, vela. Pero lo que tenemos frente a nuestros ojos es real: Igor Kolb lleva una eternidad suspendido en el aire, Svetlana Zakharova ha devenido espectro y de sus carnes salen borbotones de poesía, lágrimas centrípetas licuadas al cuajar en rondes de jambe. El cuerpo de baile es un manantial de versos, sus brazos lío fenomenal de serpentinas candorosas de venas y piel y tejido humano, profundamente humano.
Arte para conmover
El estado extático que produce una representación en vivo del Ballet Kirov es uno de esos privilegios que suceden pocas veces en la vida. La noche del miércoles, ese ejército de paz puso en carne y sangre y alma y tules y neblina azulada, helada, la increíble y triste historia de Giselle y su amante desalmado. Pleno el butaquerío, saturada la taquilla, exultante el espíritu de gozo.
Salvo las sillas de arriba hasta el fondo, localidades que no se pusieron a la venta, anhelantes snobs, patéticos riquillos, y algunos amantes genuinos del arte del ballet clásico inundaron el Auditorio Nacional en chistosa demarcación de territorios. Una elegante dama, por ejemplo, descendía a los lugares de luneta para preguntar cuántas fortunas habíamos pagado por una silla más cercana, pues sus 750 pesos le valieron, decía indignada, un pésimo lugar a decenas de metros de distancia de la escena.
Y en efecto, además de los perfumes, las cirugías plásticas y los tamaños de los celulares, el poder adquisitivo se medía anteanoche también en puntos de dioptrías, pues por mucho dinero que desembolsaron apenas siluetas entre brumas alcanzaban a adivinar sus ojos terrenales.
Territorios celestiales habitaban, mientras tanto, los jóvenes virtuosos rusos en escena. Una historia tantas veces vista, la de Giselle, es en el cuerpo de baile, los solistas y el concepto insuperable del Ballet Kirov, una de las cumbres elevadas de la condición humana. Quienes acudieron para ver atletas, gimnastas, cirqueros o algo que ''les divirtiera", se toparon en cambio con arte, músculos que se transfiguran en sentimientos, técnica para decir, elevar, conmover. Una serie de prodigios tales que dejan en el alma, el cuerpo y el espíritu, una sensación fidelísima de ''realidad real".
Dioses rusos, iconos del Olimpo, ¡cuantísimos prodigios!