LUNES Ť 21 Ť MAYO Ť 2001
Marcos Roitman Rosenmann
Valor ético y poder político
Resultan poco creíbles las justificaciones para escaquear los derechos ciudadanos a quienes hoy no los poseen. El valor ético consiste en no dejarse avasallar por decisiones tomadas a la luz de una política contraria a los derechos ciudadanos y humanos, que al caso son lo mismo.
Pensar que no se conceden derechos humanos y ciudadanos alegando problemas de factibilidad económica o de necesidad de reformar la Constitución es invalidar el principio de bien común como causa primera de articulación de lo político.
Comprendo y denuncio a la vez y a la luz de tanta injusticia social, desigualdad y explotación que hayan seres humanos -disque pertenecen a la especie humana- capaces de negar a otros lo que ellos disfrutan.
En muchas ocasiones llama la atención la existencia de fenómenos sociales poco creíbles desde la perspectiva ética, sobre todo cuando vemos a individuos capaces de jugarse la vida a la ruleta rusa pensando que no morirán y que una cantidad respetable de dinero es suficiente para arriesgar la existencia. Pero realizado como espectáculo, como una atracción, otros sujetos apuestan cantidades muy superiores por saber si la sangre se esparcirá en el salón o solamente en la mesa y por último si quedara vivo. Con estos espectáculos llegamos a un tipo de existencia cada vez mas desarticulada e individualista. La vida es mía y hago con ella lo que quiero, parece ser la consigna.
Bajo estos postulados pareciera que poco queda por decir y hacer. La capacidad de repudiar estos acontecimientos se difumina cuando a su alrededor emergen un sinnúmero de violaciones a los derechos humanos sociales más elementales. O por el contrario, al ser tan claramente repudiables, ocupan un lugar privilegiado en la pagina de Sucesos de los medios de comunicación social y en los espectáculos de tele-realidad. La miseria y la ruindad presentadas a espectadores como arte escénico transfieren el sufrimiento humano al salón de la casa, pudiendo crear un escudo protector apagando el televisor o haciendo oídos sordos. Cualquier actitud autista es considerada válida para eliminar el principio de igualdad social que sostiene el valor ético de la felicidad y el bien común.
Cuando son pueblos enteros los que se ven abocados a una acción política irreverente con su historia , su cultura y su identidad, lo anterior pierde sentido. Quienes sin ningún miramiento son capaces de esquilmar y recortar las demandas socio-políticas, étnicas y culturales de grandes sectores sociales de la población, viven apostando a la ruleta rusa. Apuestan a todo, menos a perder su privilegios. Nunca quieren ser los otros. Los que se juegan directamente la vida, prefieren perder dinero, total, éste viene y va, pero sus actos poseen la integridad de la razón de Estado.
La necesidad de revelarse contra esta situación de conformismo social, donde todo da igual, es tarea individual y colectiva a la vez. La injusticia social no es patrimonio reivindicativo de unos pocos y no puede serlo. Si así fuese, el valor político de la condición humana no sería compartida por toda la especie. Conclusión un tanto peligrosa. Aunque dados los referentes de holocaustos, matanzas, torturas, represiones y bombas atómicas, poco queda para no pensar de esta forma.
Unir valor ético a decisiones políticas constituye el factor clave para distinguir entre unas políticas indignas y sin valor ético de otras cuyo contenido no va más allá de negar un derecho sobre la base de costos adicionales a su concesión. El poder, y en especial el poder político, se caracteriza por la discrecionalidad, no por la impunidad, y en ello va la diferencia.
Ser discrecional implica abordar el problema de los derechos humanos y ciudadanos desde la única dimensión posible de hacerlo: la dimensión ética. Si anulamos este componente, las decisiones políticas se transforman en decisiones tecnocráticas y administrativas cuyo resultado no puede ser sino mantener los problemas y agravar la injusticia social.
Los problemas, dicen los tecnólogos, se resuelven o se disuelven. Un presidente chileno del siglo XIX llegó a decir que hay dos tipos de problemas: los que se solucionan solos y los que no tienen solución, y un candidato a presidente lanzo su campaña con el lema "Vóteme, no soy un peligro para nadie".
Si hoy existe la posibilidad de resolver los problemas de las demandas democráticas planteadas por los pueblos indígenas, las minorías étnicas, al igual que aquellas referentes a el mantenimiento de la esclavitud infantil, la trata de mujeres y hombres para el sexo o la discriminación de género, entre otras, es porque son justas y contienen el valor ético específico de la condición humana. Negar esta evidencia es disolver el problema.
Corresponde al poder político, en todas sus dimensiones y espacios, Legislativo, Ejecutivo, regional y estatal, el deber de resolverlos con justicia e igualdad social. Si el poder político opta por disolverlas, se corrompe y su responsabilidad no puede quedar impune. Cómplices o responsables ya no hay eximiente. Apagar el televisor deja de ser una respuesta. El valor ético requiere responsabilidad y convicción, de lo contrario mejor es renunciar y dejar que otros cuyo valor ético sea contrastado lo intenten.
Creo que tender hacia la resolución de los problemas constituye el valor político de un compromiso ético del poder para consigo mismo y para principio posible en la política.