lunes Ť 21 Ť mayo Ť 2001

Elba Esther Gordillo

El valor del trabajo

El valor del trabajo es, en apariencia y por lo menos declarativamente, reconocido y aceptado por todos; se parte de su esencia, ya que sin él la generación de riqueza sería imposible, así como de su importancia social, ya que es uno de los pilares del desarrollo a través de la distribución de la renta, como creador de los mercados, puesto que es por sus efectos como se elevan los niveles de bienestar que el consumo aporta; el peso que tiene como generador de expectativas y de paz social, porque a través de él se vuelve consistente el avance generacional; se le reconoce, incluso, como pieza clave para fincar la autoestima y la seguridad de los individuos, a pesar de lo cual es uno de los temas al que menos atención le dedicamos.

Cuando se fijó la meta de crecimiento de la economía en 7 por ciento anual, el argumento era que sólo así se podría crear el millón y medio de empleos que necesitamos para cubrir la nueva demanda y abatir progresivamente el rezago; cuando se decidió abordar el tema de la reforma fiscal integral, la primera de las razones era que debía incluir mecanismos que estimularan la creación de empleos y desestimularan la formalización de la cada vez más extendida economía informal, ya no se diga cuando se impulsó el TLC, que tenía como objetivo crear más y mejores empleos en México, a partir de su ventaja competitiva de disponer de mano de obra calificada y barata.

La realidad, sin embargo, es otra, ya que la economía no crecerá 7 por ciento; la reforma fiscal hasta ahora dibujada no tiene la creación de empleos como su eje y se concreta al aspecto recaudatorio que incluso golpeará el empleo, y la incipiente recesión de la economía estadunidense detona en el cierre de muchas maquiladoras, que fueron las que crearon los empleos que nos convencieron de la bondad del acuerdo comercial.

Cuando los globalifóbicos irrumpen en actos donde los líderes mundiales deciden las vías para acelerar la integración económica, su queja central, sobre la ecológica que también se hace presente, es que la globalización ha derrumbado el mercado laboral y amenaza con aniquilarlo. La reciente quiebra de una llantera en México, que deja sin empleo a más de mil 600 personas de un día para otro, es una clara muestra de lo que está sucediendo. ƑPodemos imaginar lo que sufrirán esas familias antes de que los obreros altamente especializados que ahí trabajaban encuentren otro empleo? Pero es aún más grave el crecimiento del desempleo, según cifras de inscritos en el IMSS.

Si bien no se pueden desconocer las nuevas realidades de la economía, que no son otras que las derivadas de la eficiencia del mercado, no hay que perder de vista las enormes repercusiones que tendría desvalorizar el trabajo. Así como nada ganamos con renunciar al irreversible proceso de globalización o acusar a quienes lo impulsan, tampoco podemos permanecer inmóviles ante un fenómeno que terminará por derrumbar la economía y la idea civilizatoria que porta.

 

Tenemos un muy grave problema en relación con el trabajo: ni los empleos crecen ni el rezago laboral se abate ni el salario se recupera ni hay expectativas para que eso cambie. Más allá de una hipotética reforma laboral o del voluntarismo que supone que las cosas sucederán sólo porque sí o del alegato acerca de mantener intocables conquistas o mecanismos contractuales, es necesario encontrar el camino para volver a hacer del trabajo el centro de la economía. El problema laboral no es el enfrentamiento entre patrones y trabajadores ni entre ideas populistas y razonamientos de mercado; es una gravísima crisis social de múltiples causas y efectos, que es imprescindible abordar con toda seriedad.

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