(a ras de tierra cual niños frescos)
Eliazar Velázquez
Don Francisco Berrones Castillo, profeta y patriarca de una tradición de poetas-juglares propia de la Sierra Gorda, cuando estaba llegando a cien años de edad y sus ojos ya habían perdido la luz, aún se esforzaba por dar a sus versos decimales chispa y perfección. Noventa de esos cien años de vida los había dedicado a cultivar la décima, pertrechado con lecturas de poetas románticos y modernistas, con los paisajes del semidesierto potosino, con la estancia en el mar de Tampico algunos cuantos días, con dos visitas a la ciudad de México en cien años, con un gran amor, una mesa desnuda, un burro, una milpa, una casa de piedra blanca, una higuera, y una profunda devoción por la palabra y la memoria. La muerte lo encontró una tarde casi noche a la hora cuando en los matorrales de su vivienda las víboras cascabel asomaban los ojos. Cargamos el ataúd en veredas de polvo alebrestado, su retorno a la tierra fue en un panteón donde por el viento recio las veladoras no se consumen. Para desbaratar la tristeza, en su tumba entregamos décimas y huapangos a ese entrañable trovador que anduvo su mundo sostenido por una invisible y poderosa fuerza nacida de la utopía de comunidad, del don poético, de la pasión por el destino, y de la relación con la tierra como vientre y madre.
En la Sierra Gorda, entre quienes nos vivimos en la tradición, sea como escuchas, bailadores o ejecutantes, don Francisco Berrones Castillo y otros huapangueros difuntos viven en el reino de nuestros muertos que nunca partirán. En las cuerdas, los tablados, en las noches de baile y topada su ausencia se mira, pero su palabra, su rostro y su risa anda en nuestros pasos.
En el son mexicano son diversos los rituales festivos y múltiples las técnicas musicales, literarias y de baile, pero más allá de las respectivas identidades regionales, en todas las tradiciones hay patriarcas vivos y muertos, que son invocados cuando los dedos recorren el diapasón o cuando los versos y el canto dan cuerpo a la oscuridad. Cada género tiene una mitología que se abre paso en brechas, caminos de herradura, cantinas, banquetas, en el estallido de la fiesta, en el ir o retornar de una tocada.
En el son, los eslabones entre tiempo y tiempo, entre siglo y siglo, han estado marcados por hombres y mujeres singularmente talentosos que concentran y potencian conocimientos y sabiduría disgregada en su comunidad y región. Los hacedores del son suelen vivir envueltos en un universo cuyas rutas son trazadas en la geografía de las festividades y las devociones. Al modo de vírgenes y santos peregrinos, recorren poblados, suburbios y caminos interiores de territorios que desbordando trazos formales y jurídicos han definido sus fronteras a fuerza de sucesos históricos comunes, de paisajes naturales y humanos que se reiteran, de temperamento compartido y de oleajes migratorios que los prolongan a las urbes del país o a los Estados Unidos. En muchas de estas regiones --que son casa y abrigo de los sones de México (calentanos, istmeños, jarochos, huastecos, de la Costa Chica, de Arpa Grande, arribeños, de Jalisco y abajeños)-- actualmente son precarios los equilibrios culturales, las guías del frijol y calabaza se enrredan en las antenas de Sky, los chavos llegados del "norte" pasean en brechas polvorientas con sus estereos a todo volumen y mientras las ancianas rezan el rosario, ellos hacen del machismo virtud nacional y se solazan repitiendo hasta el cansancio sus andanzas entre polleros y sus visitas furtivas a las sex shops. El cruce de los tiempos y mundos ha desbordado las estructuras internas, y salvo excepciones, la sabiduría acumulada cuando la tierra y la comunidad eran razón de ser, vive arrinconada entre los de mayor edad que miran alejarse los días cuando la luna y los ciclos de la lluvia abrían y cerraban tiempos. No son pocos los lugares donde el gusto por ejercer la memoria y la conversación, la mitología de duendes y lloronas y la amplia gama de colores y rincones de la oralidad, está siendo sustituido por las telenovelas de moda que vacían las veredas. En las casetas telefónicas, a todas horas se tienden puentes apasionados ("por cobrar oper") con la modernidad.
Aunque con variados temperamentos y especificidades regionales, los depositarios y portadores del son mexicano están insertos en ese fluir, y de modo protagónico, porque su sitio de artistas que alegran, amenizan o acompañan los asuntos de la vida y de la muerte, los convierte en personajes públicos y trashumantes con presencia --según la fama y rango-- en su comunidad, municipio o en una región entera. Esa condición los hace testigos privilegiados, cómplices y actores.
Ni dioses ni demonios, ni santos ni malditos... hasta donde mis ojos alcanzan a mirar, muchos de los músicos actuales transcurren sus días entre el barro y el plástico, el viento y los celulares, la devoción y el bisnes. Ahí se nutren, se viven, a esas lumbres se arrojan. Pulsan la guitarra "quinta", la vihuela, el arpa, la jarana, el violín, o invocan sextetos, décimas improvisadas o memorizadas porque a ese oficio los ha encaminado el destino, la pasión y la necesidad.
Ya son pocos los soneros mexicanos que podrían resistir los estereotipos del folk o el romanticismo de sectores que al mirar un músico con sombrero invocan su mito agrario. Junto a la ritualidad y el sentido comunitario que algunos preservan al ejercer su oficio, también han crecido los intereses económicos, de éxito y fama y no son pocos los que subordinan su oficio a los requerimientos del negocio y el espectáculo. Aunque afortunadamente, aún es vital y nutrida la franja de exponentes que incorporando a su universo cotidiano y creativo ámbitos de la realidad que oscilan de la troca a la carreta, del fast food a los tacos de maciza, del prostíbulo a la capilla, del teatro a la banqueta, y a contrapelo de la frecuente ignorancia gubernamental, del folclorismo y del errático tratamiento y discriminación de gran parte de los medios masivos, con su perseverancia y talento estos músicos siguen alumbrando el ser y sosteniendo el caminar del son mexicano, y en cada nueva fiesta profana o religiosa, en cada incidente bordado alrededor del verso, la música, la vanidad, el dinero, el alcohol o los amores, encuentran impulsos para hacer girar su creatividad musical, literaria, y el siempre claroscuro engranaje gremial.
En ese universo humano y artístico enraiza este trabajo que Discos Corasón incorpora a su catálogo, y que atina a hurgar en los sones de México sin nostalgia, sin soberbia urbana o patriotismo empalagoso, sino como quien mirando de frente intercambia trago y tabaco nomás para celebrar la vida otro ratito no'más. Si bien los sones mexicanos se huelen y saborean a plenitud en el centro de la fiesta, de preferencia en tierras donde músicos y trovadores se entregan como sembrando su vida en cada rasgueo o falsete, y aunque la multiplicidad de matices y el entorno social de estas tradiciones desborda la tecnología, es de celebrar la apertura de esta nueva ventana que ofrece trazos precisos de un vasto paisaje que poco tiene que ver con la cibernética.
En los registros editoriales o discográficos siempre faltarán algunos de los que en el son son y suenan, pero resulta afortunado que --como desde su origen-- esta compañía independiente siga dando a la música tradicional un tratamiento que privilegia la calidad artística, la hondura y la transparencia, por encima de las frecuentes tentaciones folclorizantes, mercantiles, sacralizadoras, o del academicismo minucioso que en su búsqueda de los detalles suele extraviar la frescura y las bondades estéticas del son mexicano.
La dignidad y buen gusto con que se ha registrado la obra y el testimonio de los exponentes incluidos, es un hecho alentador, que en sí mismo confronta posiciones racistas que consideran estas tradiciones reliquias de museo, arte de segunda, escenografía de políticos del momento o atractivos para viajarse en un nacionalismo de tarjeta postal.
Públicos que no viven en los espacios naturales del son, encontrarán algunas claves básicas para oler los rituales y un mundo festivo de nueve importantes regiones del país. Con sólo disponerse accederán a la intuición de historias y mitologías que los sones guardan, y tendrán frente a sus ojos y en sus oídos puntas de las hebras que conducen a esos telares profundos y secretos en los que se teje y sostiene la continuidad de sensibilidades artísticas, lenguajes y memoria que viniendo de lejos se obstina en seguir siendo contemporánea.
El afán didáctico de este cd-rom, en el futuro próximo algunos contagios poderosos habrá de provocar. En muchos poblados y comunidades, como parte de un proceso iniciático para encontrar los secretos del son y el verso, hay que acudir con los viejos, con los maestros, y vía la amistad o a cambio de jornales, frutos o animales, el aspirante comienza su andar en ese oficio que es destino; sin embargo, el sentido de comunidad y el aparato de transmisión oral se ha debilitado y más se empobrecerá si fructifica el horizonte nacional con volchos, changarros y maquiladoras, por lo que para las nuevas generaciones de campesinos que ya dejaron los huaraches y ahora usan walkman, tenis Nike y bailan música grupera, tener la posibilidad de asomarse otro-ratito-nomás a este espejo emocionante de nuestros sones abuelos que andan a ras de tierras cual niños frescos, sin duda, les fortalecerá el gusto por lo que de por sí llevan untado en la piel.
Más allá de las tramas rurales y comunitarias
a que remiten las expresiones del son que aquí se abordan, es motivo
suficiente para enfiestarnos el que este trabajo reúna a prodigiosos
creadores populares cuya obra y apuesta en su respectiva tradición
ha encendido la historia cultural de sus regiones. Sin esos hombres y mujeres
(me consta) muchas vidas del Istmo, la Costa Chica, la Huasteca, el Puerto
o la Serranía, estarían apagados. Por eso, sobre todas las
cosas, en el nacimiento de este nuevo Corasón hay placer, asombro,
pasión y gratitud por esos instantes, días, noches, cuando
La Negra Graciana toca las cuerdas del mar mientras el espíritu
de don Arcadio Hidalgo la mira desde el cielo de sus briosas décimas,
y Mono Blanco, Chuchumbé y Son de Madera desatan figuras en jaranas
y tarimas... Instantes, días, noches cuando don Juan Reynoso y don
Beto Pineda ilustran lo que es nacer y vivir poseídos por el virtuosisimo
musical que no sabe de origen y raza, cuando don Pedro Sauceda deja entreverse
piel-árbol con su huapanguera, cuando don Eusebio Méndez,
en Rioverde, Londres o Garibaldi suena con la misma verdad su violín
de alas grandes; cuando Dinastía Hidalguense, Los Camperos de Valles
y Heliodoro Copado confirman que la excelsitud es don y oficio, cuando
Tata Gervasio, entre el ritual indígena y la fiesta desbordada dibuja
un canto y son que acaricia; o cuando Guillermo Velázquez, trovador
de los Leones de la Sierra de Xichú, en diestro lance repentista,
da cuenta esperanzada de que es posible fundir en armonía las fuerzas
del juglar y las del poeta, las de la tierra y el asfalto, las de la tradición
y la modernidad.
Texto leído en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, con motivo de la presentación del cd-rom: Los sones de México: otro ratito no'más.
Discos Corasón, 2001.
Ja jnantik lu'um
Ja jnantik lu'um wa smak'layotik wa stalnayotik yuj jnantikni'a
wa xya'a ki'tik ja kalajtiki kala 'iximtik ja jchenek'tiki
ja jnantiki jel lek ja sk'ujol wa skoltayotik b'a kalajtiki
ja jnal jumasa' jel tuk ja ye'nle' mini skisawe' ja slu'ume'i
ja yalaje'i ja slu'ume'i kechan kechani sb'olmale'ni'a
jach' wa smanawe' wa xcha schonowe' ja jnantik lu'um mini skisawe'
kala nantikon talna ab'aj lek mi oj sjem'a ja jnal jumasa'
wa xkalatiki mini xmakuni ja ma' wa schono ja jnantik lu'um
wanxa xna'atik ja jpetzaniltik wa xkisatik lek ja jlu'umtiki
jach' wa xyala ja kaltziltik mi 'oj jchontik ja jlu'umtiki
mini 'oj jchontik ja kalajtiki yuj wa xkisatik ja kala nantik
kala nantikon talnayotikon mok 'och b'a kolom 'oj jchon'atikon
jmoj'aljeltik makalyik lek 'oj jtzom jb'ajtik sok jnantik lu'um |
La Tierra Mamá
Mamá Tierra, vos, sostén sos de nos y nos protegés, Mamá, pues, sos vos.
También vos nos das la milpa, el café y nuestro maíz con nuestro frijol.
Mamá de nos, de buen corazón, ayuda nos das en nuestro maizal.
Muy otros, verdad, los que ricos son en nada respetan a la Mamá.
¿Sus milpas pues qué, para ellos qué son? ¿No son mercancías y nada más?
Las compran las venden es la verdad y no la respetan a la Mamá.
Mamá, Mamá cuidáte bien del rico y terco destructor.
Decimos acá inútil aquél que compra y vende a la Tierra Mamá.
Sabemos también con seguridad hay que respetar a nuestra Mamá. Así nos dice el corazón jamás vender la tierra nuestra.
Tampoco vender el nuestro maizal; es por respetar a nuestra Mamá.
Querida Mamá, cuidános bien, bien; jamás nos ocurra venderte a vos.
Hermanos, ya nos toca hoy organizarnos con la Mamá. |