martes Ť 22 Ť mayo Ť 2001

José Blanco

Trance mexicano

Después de la "crisis de la deuda" al iniciarse los años ochenta, la economía mexicana pasó por una década de tumbos; ni el gobierno mexicano ni Washington ni los organismos multilaterales hallaban salida a la crisis económica con la que terminó el gobierno de López Portillo. El propio gobierno inició una serie de reformas estructurales indispensables --señaladamente la apertura hacia el exterior--, pero el crecimiento económico y la estabilidad macroeconómica reptaban en el marasmo más desesperante.

Salinas profundizó las reformas que darían vigor creciente a la economía en el plano estructural de largo plazo, pero el manejo financiero y de la estabilidad macroeconómica fue uno de los peores desastres que haya vivido la economía mexicana. El crecimiento económico se había reanudado, pero vino pronto la desaceleración en picada acompañada de un galopante desequilibrio externo financiado con capital especulativo. Mientras una decisión estrella iniciaba su ascenso (el TLC) la economía arribó, en diciembre de 1994, a la peor debacle financiera experimentada por este país.

El alto costo de esa crisis fue a dar al resumidero del Fobaproa, que evitó el colapso del sistema bancario y una crisis general inimaginable en la que probablemente aún estaríamos. Esa evitación no obstante se logró mediante un mecanismo extremadamente ineficiente y costoso; fue, sin duda, una pésima decisión. El Fobaproa, además, fue utilizado con vileza por algunos empresarios y banqueros como río revuelto para arrebatar ganancias ilegítimas, bajo la protección o complicidad del propio gobierno, agrandando así el costo de la crisis para la sociedad.

Acompañada de ese costo colosal, la economía fue básicamente estabilizada y las reformas estructurales avanzaron, aunque el camino por recorrer de estas reformas aún es largo. El aparato productivo, especialmente el sector industrial, ha sufrido transformaciones formidables. Gracias al TLC las exportaciones manufactureras crecieron a ritmos insospechados y, desde 1995, hasta la fecha, el saldo comercial con Estados Unidos ha sido superavitario mes tras mes, sin fallar uno solo, y con tendencia creciente. Nuestro desequilibro externo es ahora con la Unión Europea y, aún más, con Asia, regiones con las que tenemos déficit crecientes. Es imperioso por ello poner plenamente en acto el TLC europeo y avanzar en tratados semejantes con los principales países de Asia.

De otra parte, el mantenimiento esencial de la estabilidad macroeconómica ahuyentó al capital especulativo; el desequilibrio externo ha sido financiado básicamente con inversión extranjera directa, que ha sido también un flujo creciente a partir de la firma del TLC.

La coyuntura actual estadunidense nos lleva a un obligado soft landing. Debido a la baja carga fiscal, el peso principal del ajuste corre a cargo de la política monetaria. Desatender la macroeconomía nos orillaría fácil, muy fácilmente a los precipicios inauditos de 1994. Pero es claro que una baja en el crecimiento --y aun una recesión-- tiene que manejarse bajo estricto control macroeconómico, para no caer en los bandazos y desequilibrios financieros atrozmente costosos del pasado reciente.

A pesar de la coyuntura adversa, el país se acerca al umbral de una etapa de desarrollo de mucho mayor alcance que cualquiera del pasado, para el largo plazo. Pero ello no ocurrirá automáticamente. Es preciso que la nación entera se dé cuenta que ese umbral está ahí, en efecto. Es necesario, asimismo, asumir que vivimos hoy plenamente en el marco de la globalización y que ahí están nuestras oportunidades futuras. La actuación Citigroup-Banamex es una operación normal en ese marco, aunque se trate de una operación espectacular por su magnitud (la nueva legislación financiera aprobada en el pasado periodo de sesiones del Congreso catalizó esa operación). Habrá diversos efectos positivos para el funcionamiento bancario y financiero en general para México, y se liberarán cuantiosos recursos que podrían ser invertidos en alguna área estratégica de la economía mexicana. Signos de que el umbral de desarrollo referido se aproxima.

Todo quedará en el umbral --y perderemos sin remedio la oportunidad por un lapso indefinido-- sin la reforma fiscal requerida por este país hace décadas, que permita sostener el crecimiento económico a largo plazo. El crecimiento acelerado reducirá relativamente las obligaciones de la deuda pública. El crecimiento permitirá incorporar a los excluidos del desarrollo.

El gobierno erró el método: la mercadotecnia no puede sustituir a la política. El Ejecutivo debe recomenzar y abrir una negociación con el Congreso; y éste no limitarse a ver desde la barrera cómo el Ejecutivo mal torea al astado de la reforma hacendaria. El país es responsabilidad de ambos poderes de la Unión.