martes Ť 22 Ť mayo Ť 2001

Alberto Aziz Nassif

Luna sin miel

Cuando están por cumplirse los primeros seis meses le preguntaron al Presidente si le preocupaba la baja en su nivel de popularidad y la respuesta fue: "Las encuestas que tengo sostienen la popularidad que tenemos (78 por ciento de apoyo). La luna de miel tal parece que sigue" (La Jornada, 21/05/2001). En efecto, este gobierno tiene todavía una base de apoyo muy amplia, a pesar de que algunas señalan que hay una ligera baja. Pero lo más preocupante no está en la popularidad, sino en los instrumentos de gobierno, en los acuerdos políticos con los partidos y con el Congreso, y en ese terreno lo que parece haber es una luna sin miel.

Los primeros gobiernos de alternancia, desde los municipales y los estatales, hasta el federal hoy en día, se ven sometidos a una tensión doble que los desgasta de forma severa: tienen el compromiso político de cumplir con expectativas muy altas de cambio, pero sus armas son limitadas y, al mismo tiempo, necesitan enfrentar las inercias del viejo régimen, que son muy resistentes y que pueden restaurarse en cualquier momento. El gobierno de Vicente Fox tuvo de entrada lo que se ha llamado un bono democrático, un gran capital político por haber derrotado al PRI que gobernó 71 años. Sin embargo, en estos seis meses se ha perfilado un déficit que poco a poco empieza a comerse el bono; un déficit que se alimenta de las herencias conflictivas desde Chiapas, la pobreza extrema de millones de ciudadanos, una economía que pierde dinamismo, la embestida del crimen organizado, entre otros despojos del viejo régimen, que no desaparecerán de la noche a la mañana sin costos altos para el país.

En una dinámica en la que el bono pierde ante el déficit, la partidocracia mexicana tiene su responsabilidad en dificultarle al Presidente sus proyectos de cambio; quizá por eso el gobierno decide "ir al público", como dicen los estadunidenses, y hacer de la información una presencia permanente en los medios masivos. Posiblemente si hubiera más pactos entre el Presidente y el Congreso no sería tan importante "ir al público" con tanta obsesión. De esta operación resulta que tendremos cada seis meses un miniinforme presidencial y que los secretarios presentarán un pequeño informe cada mes. Y podemos preguntarnos a qué hora van a trabajar, si todo el tiempo estarán informando.

Las costumbres autoritarias de mantener el gobierno bajo las sombras y los secretos no necesariamente se modifican aumentando la periodicidad de los informes. Los instrumentos de rendición de cuentas hay que usarlos con cuidado, porque fácilmente pueden distorsionarse, y en el exceso se puede llegar también a la falta de credibilidad. La rendición de cuentas necesita de los mecanismos horizontales de los que habla Guillermo O'Donnell, los cuales se dan entre diversas instancias del mismo gobierno y llevan a tener mecanismos de autonomía y vigilancia que operan como pesos y contrapesos de la función pública.

El miniinforme semestral del presidente Fox coloca como su principal logro el "abandono del autoritarismo como estilo de gobierno". El discurso de la democracia está muy bien, pero necesita acompañarse de resultados y en seis meses no es fácil acumular logros. El informe se mete a la contabilidad de acciones y entonces resulta poco significativo, todavía hay poca pólvora y los cuetes sonaron bajito. Realmente a estas alturas no hay un triunfo claro y vendible a la ciudadanía, salvo el discurso democrático. Ha habido buenos intentos y logros, como el apoyo a la marcha zapatista y su presencia en el Congreso, pero la ley indígena que se aprobó vació el éxito y el costo, en lugar de que lo pagara el Congreso, el zapatismo se lo transfirió al Ejecutivo. Habrá que revisar con cuidado esta ley y ver lo que aporta y lo que se perdió para tener un balance más exacto. La reforma hacendaria se sigue empujando, mas su aprobación todavía es incierta. Existen otras leyes aprobadas que no dejan de tener importancia, pero las cuentas de la opinión pública muestran una relación difícil entre Ejecutivo y Legislativo.

Si este gobierno se asume como de transición, tendrá que profundizar el terreno para que el viejo régimen desaparezca y no pueda restaurarse en la primera oportunidad. Si la ciudadanía mantiene altos niveles de apoyo, es porque la confianza básica en algún tipo de cambio permanece, a pesar de todo lo que ha ocurrido en estos seis meses. La legitimidad de un gobierno de transición y el respaldo popular no pueden depender permanentemente de la estrategia "ir al público", también es indispensable cumplir con la responsabilidad de hacer un profundo cambio institucional y empezar a resolver los grandes problemas que la ciudadanía padece todos los días.