MARTES Ť 22 Ť MAYO Ť 2001

Ť Ugo Pipitone

La batalla de Inglaterra

Berlusconi ganó y ahora, después de Giuseppe Sinopoli, Renato Carosone (uno de los grandes renovadores de la canción napolitana) acaba de morir. No hay mucho de qué estar alegres mirando a Italia. Y si nos asomamos al Mediterráneo, ahí está Israel que explica al mundo (con lujo de muertes palestinas y de arrogancia armada) que después de la era del imperialismo parecería haber llegado el momento de los imperialismos pequeños. E Israel está listo para ocupar su lugar mostrando que su pequeño imperialismo no es menos estúpido y cruel de lo que fue el grande. Cambiemos de mar. No obstante el clima, a últimas fechas el mar del Norte parecería más benigno que el Mediterráneo.

El 7 de junio habrá elecciones generales en Inglaterra y todo apunta a una nueva victoria de Tony Blair. Es obvio que la izquierda revolucionaria clamará aquí contra una tercera vía que no promete la llegada del reino de la justicia y la hermandad universal. Ni modo, nadie es perfecto: ni Tony Blair. Los herederos de certezas derrotadas siguen vistiendo las armaduras ideológicas relucientes propias de los que miran el mundo como combate entre Apocalipsis y salvación. Pero, haciendo a un lado la religiosidad política, podemos imaginar las razones por la que, según los sondeos, los laboristas ingleses tienen más de veinte puntos de ventaja sobre los conservadores.

En los últimos cuatro años de gobierno laborista, la economía inglesa avanza a una tasa marginalmente inferior al resto de la Unión Europea, pero con el resultado de una tasa de desempleo entre las más bajas de Europa: 5 por ciento contra la media europea de 8 por ciento. Para las próximas elecciones, Blair se presenta con un programa cuyos puntos salientes son (reduciendo al hueso): 1. La exención del IVA a libros, diarios, transporte público y alimentos; 2. Acceso a la asistencia médica independiente de la capacidad de pago; 3. Apoyos a las familias con hijos pequeños; 4. Eliminación de la Cámara de los Lores; 5. Apoyo al ingreso de Inglaterra al euro (con el compromiso de un referéndum aprobatorio). Es posible que para algunos esto parezca poco. Y es posible que lo sea. Pero éste sería otro discurso.

Por su parte, el partido conservador de William Hague sigue cabalgando el tigre de los impuestos. Se trata de reducir más una carga fiscal que ya está entre las más bajas de la Unión Europea: 35 por ciento del PIB contra un promedio de la Unión alrededor de 42 por ciento. Y, obviamente, fortalecimiento de la policía y endurecimiento de las penas. Para acabar en gloria con el rechazo de la moneda única europea. Los conservadores siguen siendo conservadores, si me es permitida esa perla de sabiduría.

En Inglaterra, como en el resto del mundo, el conflicto central está en el papel de lo público tanto en la vida nacional como global. La insistencia conservadora sobre el tema de los impuestos revela a todas luces una ideología basada en la convicción de que lo público es un estorbo; que la reducción de los espacios de solidaridad es el mejor camino a la eficiencia. De otro lado --aun en medio de retardos, incertidumbres y vacilaciones-- está una izquierda que intenta conservar espacios de solidaridad social mientras busca fórmulas para renovar el Estado social en un contexto de globalización cargado de oportunidades y riesgos inéditos.

Frente a la rebeldía fiscal conservadora, Tony Blair constituye hoy la única barrera realmente existente para evitar peligrosos retrocesos. De cara al nacionalismo monetario (que esconde fuertes resistencias culturales hacia la integración europea), Blair encarna un europeísmo que, por tímido que sea, supone mantener abierto un camino de integración política regional. El frente de batalla está claro: de una parte un nacionalismo conservador; de la otra un (tibio) europeísmo socialdemócrata.

Gracias a la providencia divina, no hay en Inglaterra una izquierda posbolchevique que en nombre de las (a veces correctas) críticas a Blair, entregue el poder a los conservadores. O sea, exactamente lo que los comunistas italianos hicieron a favor de Berlusconi