MARTES Ť 22 Ť MAYO Ť 2001

Ť Teresa del Conde

Spanò en Arcos Itatti

La Galería Arcos Itatti, dirigida por Ildefonso Aguilar, se localiza en el gran edificio construido por Teodoro González de León, en un armónico contexto urbanístico que hace pensar a quien lo recorre que se encuentra en otro país, sin que se sepa exactamente cuál: el de una ciudad estadunidense como Dallas, o en los elegantes suburbios de alguna capital suiza. El edificio es un fuerte marcador en esa zona, me disgusta que se le conozca como ''el pantalón'', pero el apodo llegó para quedarse.

La exhibición más reciente allí expuesta, aún vigente esta semana, le fue dedicada a Luciano Spanò, quizá como tributo a sus más de 25 años de estancia en nuestro país. El llegó algo menos que adolescente, con las primicias de lo que vendría a ser su vocación ya esbozadas. Egresado de La Esmeralda, Spanò siempre ha guardado profunda veneración por algunos de sus maestros, como Ignacio Manrique, hermano del historiador del arte (en el campo del grabado) y Luis Nishizawa, entre otros.

Su cercanía con José Luis Cuevas indudablemente perfeccionó su formación, que tuvo un hito importante hará unos tres años a través de la beca concedida por la Embajada de Italia, que permitió al pintor permanecer en su región natal (el Piamonte) por un año, recibiendo entrenamiento suplementario en la Academia de las Artes de Turín y --sobre todo-- analizando el arte del Renacimiento y del barroco, durante sus viajes de estudio por la península.

Desde su exposición en el Museo del Chopo, Per fare un'uomo, antecedida por el conjunto de desnudos que presentó en el Centro Cultural San Angel, se dedicó con persistencia a dibujar y pintar desnudo ''posado'', ya fuere con una sola modelo o con varios, mujeres y hombres. Integró un grupo de colegas para estas sesiones. En conjunto tomaron la costumbre de salir a pintar paisaje una vez por semana. Aquella etapa, para todos ellos, equivaldría a un posgrado cursado por cualquier académico y desde mi punto de vista les fue beneficiosa.

Es posible observar ahora, en la exposición de Arcos Itatti, que --sin deshacerse de lo aprendido-- Spanò se soltó, por decirlo de algún modo, a sacar de sí, con brío y con mayor sabiduría, lo que le es propio, el gesto amplio, generado dice él ''desde las vísceras'', sumado a lo practicado con tan obsesiva constancia. El resultado es gratificante. Y lo digo a sabiendas de que él se encuentra en una etapa transitoria en la que retoma algo de su anterior expresionismo, conjuntándolo con la visión clásica que se le incrustó hasta la médula durante la larga visita a su país.

La muestra es Imágenes alegóricas. Un título algo discutible puesto que no hay en ella una sola alegoría y sí varias metáforas existenciales, entregadas con espontaneidad, libertad de brochazo o de espátula, y hasta con una cierta alegría que me sorprendió por parecerme, ¿por qué no decirlo? un poco ajena al carácter medio melodramático del autor, que quiere alcanzar lo inasible y que siempre se ha mostrado profundamente preocupado por dar a la pintura su verdadera dimensión, pensando que las épocas gloriosas del Giorgione, de Tiziano o después en la de Caravaggio llegando hasta Tiepolo. Creo que imaginó que tales puntos cúspide podrían, a fines del siglo XX y ahora principios del siglo XXI repetirse en una época en la que como bien dice José Manuel Springer, la pintura ''es un hecho cada vez más extraño''.

El manejo que hace ahora del color es una novedad en él: los sienas, cadmios, ocres y grises han cedido lugar a una paleta en clave alta, que jamás es estridente, aunque sí rica y variada.

Observando con detenimiento cada una de las pinturas, quien las ve puede darse cuenta de que ideó varias soluciones de acuerdo con los patrones compositivos que se propuso. En la titulada Adagio, la figura, semienvuelta, parece extraída de un fresco pompeyano. En El jardín de la comedia planta la figura femenina de manera distinta, como si fuera una sombra de sí misma, tras ella hay un perro negro, y si de la Commedia se trata, su presencia es necesaria, pues se trataría de Cancerbero.

Sea en ésta, que en Natura (algo vangoghiana, predilecta de varios espectadores) o que en cualquier otra, Spanò ha abandonado el juego de la ilusión representativa presente en la etapa inmediatamente anterior. No obstante, es indispensable reiterar que tal etapa es la que ha permitido ésta. Sus tutores en el Fonca (por ahora goza de beca) deben sentirse satisfechos.