DOMINGO Ť 27 Ť MAYO Ť 2001
Angeles González Gamio
ƑLo has visto?
Las plantas caminan en el tiempo, no de un lugar a otro: de una hora a otra hora. Esto puedes sentirlo cuando te extiendes sobre la tierra, boca arriba, y tu pelo penetra como un manojo de raíces, y todo tú eres un tronco caído" Esto lo dice Jaime Sabines en su maravilloso poema Adán y Eva, en el que sin duda recoge la milenaria veneración por el mundo vegetal que caracterizó a nuestros antepasados prehispánicos. Entre los aztecas el árbol fue considerado un ser animado de carácter sagrado, representó la vida, el tiempo y la eternidad, con sus ritmos estacionarios y su regeneración. Son innumerables las referencias en códices e inscripciones.
Las crónicas españolas mencionan con admiración la rica vegetación que cubría México-Tenochtitlan y sus alrededores. Entre los árboles más venerados se encontraba el ahuehuetl, en náhuatl "viejo del agua"; el oyamel, que había sido mandado como "un don especial de los dioses" para proteger las montañas y los manantiales, y desde luego el ahuejote, esbelto árbol que echa raíces en el fondo del agua, lo que permitió edificar las chinampas, ese prodigio ecológico que aún podemos admirar en Xochimilco y que fue la base del desarrollo urbano de la metrópoli azteca.
Tras la conquista, los bosques que rodeaban la cuenca fueron arrasados para edificar la nueva ciudad española: casas, muebles, carretas, como combustible y para construir los puentes que cubrían los canales, que daban sustento y personalidad a la capital mexica y que paulatinamente fueron cegados, rompiendo el equilibrio ecológico, causa de terribles inundaciones, que dieron lugar a la desecación de los lagos. Esto provocó una ciudad polvorienta y seca, lo que se intentó contrarrestar sembrando árbole6uùge+ý ?¦)Öð41i%'ï ô§ã ®uI íDELL apserv ~ TheVolumeSettingsFolder not d) &