LUNES Ť 28 Ť MAYO Ť 2001
Ť León Bendesky
Paradojas de un gobierno
Dijo Vicente Fox hace unos días que ésta no era una economía capitalista y que de lo que se trata es darle un rostro humano y llevar el bienestar a la mesa de cada familia. Esta sí es una verdadera novedad. Todo lo que se ha hecho en los pocos meses que lleva este gobierno, en los planes que se formulan y en lo que de modo afortunado y desafortunado dicen los miembros del gabinete, no apunta a otra cosa que afianzar los mecanismos y afinar los instrumentos para adaptar el capitalismo tal y como opera en México a las formas predominantes de funcionamiento de la economía mundial.
Esta adaptación tiene su propio impulso, pero parte igualmente de la concepción misma del Presidente y su equipo de lo que tiene que ser la economía mexicana y que se reitera de diversas maneras y en el conjunto de los temas que se abordan. Se repite que las acciones y propuestas de su gobierno son consonantes con las tendencias que se observan en los demás países, trátese de los impuestos, de las inversiones, de los sistemas de salud pública y seguridad social o de las normas que rigen el trabajo y las relaciones laborales. De esto se desprende que son por ello buenas y recomendables, o bien, que no hay ningún margen de maniobra reconocible o posible para hacer nada distinto. Recientemente, y en ocasión de la presentación del informe del Banco Mundial sobre México, el Presidente fue rápido en señalar que había una convergencia prácticamente total entre las propuestas de ese organismo y las que él promueve desde el gobierno. Que se sepa, el Banco Mundial no está en el negocio de conferirle un rostro humano al capitalismo y, en cambio, promueve la racionalidad prevaleciente que persigue la eficiencia de los mercados, la disminución del tamaño del Estado y de su participación en la economía, la contención monetaria y fiscal, la libre movilidad de los capitales y no de la fuerza laboral. Pero, al mismo tiempo, está bastante atrasado y desorientado en cuanto a las formas de atender de modo eficaz la reducción de la pobreza y la marginación y de llevar el bienestar a la mesa de las familias.
La gran paradoja de la visión foxiana es que mientras trata de fundarse en una abierta voluntad de cambiar los patrones de comportamiento de la economía, insiste en una gestión de las cosas en las que aquello que desapareció ha sido precisamente la voluntad. Esta ha sido sustituida por el automatismo, por las reacciones directas y predecibles de las políticas, que es, también, un rasgo distintivo de la globalidad a la que aspira insertarse de lleno este gobierno. Dicho automatismo se aprecia de modo muy claro en la administración del dinero y del crédito, pues el banco central actúa como si fuese un semáforo que opera mediante un interruptor ante las señales que recibe del entorno. Ya no dirige, es reactivo ante lo que se pretende que son las fuerzas impersonales del mercado, pero que lejos de serlo son reconocibles e identificables. Se aprecia también en la política fiscal que es prisionera de la misma pobreza del estado que se ha ido generando durante muchos decenios. Esa pobreza no se ha reducido al tiempo que disminuye el déficit fiscal, sino que es su propio producto.
Atado por esa paradoja, el mensaje foxiano es cada vez menos efectivo. Al aceptar las reacciones automáticas para adaptar la economía a los criterios de quienes deben darle el anhelado grado de inversión, la está sometiendo a una loca carrera por allegarse dólares constantemente y poder alcanzar una estabilidad y un crecimiento que no va a ser fácil sostener. La voluntad de cambiar la economía y darle otro rostro choca con el tipo de gobierno que se impulsa y que se acepta de manera explícita sin intentar tocarlo, es decir, el gobierno de los técnicos. Esto concuerda con la descripción que hizo Paz: "El gobierno de los técnicos, ideal de la sociedad contemporánea, sería así el gobierno de los instrumentos. La función sustituiría al fin; el medio, al creador: la sociedad marcharía con eficacia, pero sin rumbo". En este caso, incluso el asunto de la eficacia podría ser cuestionado, la eficacia de la macroeconomía no es la de la sociedad, como ya sabe muy bien. No se puede seguir cometiendo el error de no reconocer lo que ya se sabe.
La fisonomía del gobierno de Fox está reflejada en las iniciativas que promueve, en los valores que defiende y en la misma conformación del equipo con el que trabaja. Se expresa en sus insistencias y en las reacciones instintivas que tiene. La imagen de una economía con rostro humano que lleve el bienestar a la mesa de las familias, es la lógica de los patrones y tiende a convertirse en una larga serie de palabras, que no necesariamente adquieren un significado práctico para quien las escucha. Sobre todo mientras lo que pasa es contrario al mensaje que se quiere transmitir. Por eso la iniciativa de reforma fiscal ha tenido dificultades para ser aceptada, por eso se complican las cosas ante el mismo entusiasmo oficial por negocios como el que se quiere hacer ahora con Banamex. El capitalismo y cualquier otro sistema económico y político tienen siempre el rostro humano que ellos mismos se crean y no pueden tener otro forjado de manera artificial como si fuera una cirugía plástica. Y no hablo de ningún determinismo, sino de la complejidad misma de todo lo que se genera en sociedad.